Todos los partidos eran conscientes que ayer se celebraba simplemente el primer round de la investidura de Pere Aragonès. Sin la mayoría absoluta asegurada, el candidato de ERC sabía que la sesión suponía para él un mero trámite y que no será hasta el próximo martes cuando necesitará los votos de JxCat para proclamarse el 132º president de la Generalitat. Si no logra el apoyo del partido de Puigdemont, su investidura irá el traste y, en consecuencia, Catalunya activará la cuenta atrás para, en un período máximo de dos meses, celebrar unos nuevos comicios. Si antes no se cierra el acuerdo, claro.
Así pues, quedan 72 horas para que ERC y JxCat encuentren el punto de encaje necesario para desbloquear la situación, que tanto puede pasar por pactar varios ejes programáticos a cambio de facilitar la investidura, como repetir el ejecutivo de coalición que ha funcionado estos últimos tres años, con el compromiso, eso sí, de que la CUP acompañe la acción política en todos los terrenos. Porque así se desprende del documento de mínimos que republicanos y anticapitalistas subscribieron el pasado miércoles y que, como ayer recordaban ambas formaciones, establece un ambicioso marco de trabajo en términos sociales y nacionales.
Disonancias públicas
El ambiente en el auditorio del Parlament, perfectamente habilitado con medidas anticovid –el hemiciclo habitual sigue esperando mejores tiempos–, conservó la solemnidad de las grandes ocasiones. Pero más allá de las apariencias, puso de relieve la dificultad existente para que Esquerra y JxCat recuperen el clima de confianza al cual sus dirigentes tanto apelan estas semanas.
La falta de sintonía se pudo palmar desde los preliminares de la sesión, en los que apenas se observaron saludos cruzados, pero sobre todo tras el discurso de Pere Aragonés, que solo recibió el aplauso de los 33 diputados de ERC, mientras la bancada de JxCat optó por quedarse sentada donde estaba, en un hermético silencio.
A través del diputado Albert Batet, el partido de Puigdemont volvió a expresar sus discrepancias acerca del papel de la Mesa de diálogo con el Estado, y en una reivindicación velada a la figura del presidente en el exilio, Carles Puigdemont, exigió que el Consell de la República sea el instrumento y el espacio en el cual se consensúe la hoja de ruta para lograr la independencia. Una línea roja que, junto a las disputas que arrastran ambos partidos para liderar el espacio soberanista, se antoja a estas horas como el gran obstáculo para un acuerdo.
Pese a su intento, la mano extendida de Aragonès a JxCat, envuelta de alusiones a la unidad, no fueron suficientes para reconducir una jornada en la que nadie se movió un milímetro de su guion. Ni los tres actores del independentismo, ni los Comunes ni tampoco las formaciones españolistas.
También, y como es costumbre, los Comités de Defensa de la República (CDR) se volvieron a concentrar ante el edificio parlamentario para recordar esta vez un hecho irrefutable: «El 14-F volvimos a votar independencia. Queremos representantes que cumplan con el mandato popular». El próximo martes saldremos de dudas.
Pere Aragonès ante el espejo del Frente Amplio
Se esperaba mucho de lo que pudiera decir Pere Aragonès, porque si bien la inhabilitación de Quim Torra le ha situado como presidente accidental, se desconocía los referentes que reluciría para armar su discurso de investidura. Fiel a su mentor, Oriol Junqueras, el candidato de ERC trazó las ideas fuerza de un campo de juego para el cual citó al expresidente Pasqual Maragall, recitando la frase «para una nueva Catalunya más desinhibida y menos sacralizadora», hasta el pintor Joan Miró, icono del anhelo del pueblo catalán, de quien mencionó la leyenda «saltar lo más arriba posible con toda la ambición».
Entre estas referencias y las «luchas compartidas» de Jordi Cuixart, Aragonès desarrollo un programa de gobierno que, a su entender, se inspira en el Frente Amplio de Uruguay de Pepe Mujica y Tavaré Vázquez. Dos líderes que, según afirmó, «han sido capaces de sumar la izquierda anticapitalista –en alusión a la CUP– y la socialdemocracia que representa ERC para defender conjuntamente los derechos de todos y todas».
Apelando a la experiencia del Frente Amplio, Pere Aragonès sintetizo la voluntad de articular un ejecutivo de «vía ancha» dónde el acuerdo entre progresistas permita «dar respuesta a la gente excluida por la crisis, un nuevo sistema productivo al servicio de la prosperidad colectiva y ejercer la autodeterminación para que la sociedad decida libremente el futuro político de Catalunya».