La hija del doctor Muruetagoiena (y II)
A las once de la mañana, Vittoria Scola encuentra a su hijo sin vida sobre la cama. Esteban Muruetagoiena tiene 38 años. El funeral se celebrará en Ondarroa el 30 de marzo a las cinco de la tarde. Mientras tanto, la rabia enciende las calles. Huelgas. Manifestaciones. Asambleas populares. Las Gestoras Pro-Amnistía reclaman una autopsia que esclarezca las causas de la muerte. La asamblea de trabajadores sanitarios de Gipuzkoa llama a la huelga general y suscribe la hipótesis de la tortura.
El 31 de marzo, la huelga paraliza Errenteria y Oiartzun. Las barricadas bloquean la N-1 hasta que un destacamento de la Policía Nacional acude a Errenteria. Llueven los cócteles molotov. Responden las pelotas de goma y el humo. Oiartzun celebra una misa funeral y a la salida se forma una manifestación. La comitiva llega a la plaza de San Esteban. Suena el Eusko Gudariak. De pronto, los vecinos acorralan a dos sospechosos. Los hombres levantan sus revólveres y huyen a toda prisa en un vehículo.
¿Pero qué ha ocurrido con la autopsia? El juez Francisco Barbadillos encomienda el examen a un médico de Gernika llamado Faustino Alfageme. La autopsia tiene lugar en el depósito municipal del cementerio de Ondarroa el 30 de marzo a las seis de la tarde, entre la misa funeral y la sepultura. En un papel escrito por ambas caras, Alfageme traslada al Juzgado de Gernika que el cuerpo «no presenta signo aparente de violencia física» y que el fallecimiento se debe a un fallo cardíaco.
El abogado Txema Montero recuerda que vio a Muruetagoiena en un estado mental deplorable. Desconfía de la autopsia oficial y contacta con organismos internacionales. Dos forenses de Anti Torture Research interrogan a Alfageme. El 8 de junio, Sigur Riber Albrectsen y Nicole Léry declaran que la autopsia ha sido ejecutada por personal no cualificado y sin herramientas apropiadas. Ninguna autoridad ha sabido justificar por qué no se examinó el cadáver en unas instalaciones médicas. El doctor Henrik Klem Thomsen dice que la autopsia no es concluyente y el profesor Jogen Voigt sentencia que «no tiene prácticamente ninguna utilidad». Amnistía Internacional lamenta que se haya sepultado el cuerpo sin haber confirmado las causas de la muerte.
Faustino Alfageme expone a los forenses extranjeros que la autopsia obedece a un encargo del gobernador de Gipuzkoa, Pedro Manuel de Arístegui. Precisamente el Gobierno Civil se querella contra “Egin” por haber publicado que Muruetagoiena «muestra señales de tortura». Las acciones judiciales se extienden contra HB, EMK y LKI.
El doctor Esteban Scola es tío de Esteban Muruetagoiena y ha presenciado la autopsia entre la estupefacción y el escándalo. En una entrevista con Eva Forest, Scola se pregunta cómo se ha consentido un examen médico en esas condiciones. El propio Alfageme reconoce que le han confiado una tarea para la que no tiene conocimientos ni herramientas. Scola recuerda la disección de un animal en una fiesta y jura que «se utilizó una técnica más depurada, instrumental más adecuado y una sensibilidad más profunda por parte del matarife» que en la autopsia.
Al retirar el sudario, los testigos ven que mana sangre de un oído. «Tenía los tímpanos rotos», apunta el forense Paco Etxeberria. Los forenses Albrectsen, River y Léry no comprenden por qué no se examinó la cavidad craneal. Scola advierte una pequeña quemadura en la cabeza «con un halo de tumefacción como de una moneda de 25 pesetas». Crecen la sospechas de descargas eléctricas. Albrecsten le pregunta a Alfageme si abrió el corazón. El médico de Gernika dice que no. «Lo más adecuado, como cristiano que soy, es no andar haciendo más cosas». River y Léry añaden que es imposible certificar un infarto de miocardio sin seccionar el órgano.
¿Qué ocurrió en los calabozos de la Guardia Civil? En medio del choque psicológico, Muruetagoiena mezcla fogonazos de lucidez con recuerdos alucinados. Menciona que lo han golpeado en la cabeza, el tórax y los testículos. Le dice a su tío Scola que lo han mantenido sin comer durante tres días. Que lo despertaban para hacerlo caminar hasta perder la noción del tiempo. A estos recuerdos plausibles se suman otros episodios dudosos. Explica que lo han encerrado en un cubículo giratorio. Recuerda imágenes de fusilamientos y campos de exterminio. Su desorientación anima la teoría de la tortura farmacológica.
Muruetagoiena telefonea a Elixabete Hormaza y le pregunta por su hija Tamara. En la comandancia le han dicho que van a llevar a la niña a un orfanato para violarla. Hormaza recuerda que durante su propio arresto la han obligado a firmar papeles incomprensibles bajo amenazas sexuales. Desde su celda se oían los gritos de Muruetagoiena. Son los mismos gritos que ha escuchado Bixente Ibarguren antes de abandonar los calabozos con el rostro amoratado. Amnistía Internacional denuncia que el juez ni siquiera se ha interesado por su aspecto.
Pasaron muchos años hasta que Tamara conoció la verdad sobre su padre. Todavía hoy, mientras escribo este artículo, descubrimos juntos algunos datos que permanecían en el limbo de la confusión. A veces regresan viejos fantasmas. El 9 de mayo de 2010, un ertzaina despedazó la placa que recuerda a Muruetagoiena en el ambulatorio de Oiartzun. El agente cumplió un castigo de dos meses de empleo y sueldo. Si el Estado reconociera a la víctima, la pena podría haber alcanzado los dos años de prisión.
Tamara dirige una reserva forestal en Connecticut. Tenía siete años el día que detuvieron a sus padres. Cuando los policías se llevaban a su madre, la niña Tamara corrió a romper la hucha de sus ahorros para entregarle las monedas. «Por si las necesitas». No sé si los hombres que detuvieron a Elixabete Hormaza aún recuerdan aquella escena. Pero sé que hay personas vivas que aún están a tiempo de arrojar luz para que la familia sepa por fin qué ocurrió durante aquellos nueve días en que Esteban Muruetagoiena fue separándose poco a poco de la vida.