«Vive a la madrileña», dice una mascarilla de un simpatizante del PP. Al lado tiene a otro que porta una que reza «Comunismo o libertad». El escenario montado en una enorme quinta que funciona como salón de fiestas tiene pocas palabras: la imagen de la presidenta y candidata junto a dos pantallas con la palabra en grande «Libertad». El tono regionalista libertario es el eje que ha decidido darle Génova a su campaña y se nota apenas se pisa el mitin.
Este domingo Isabel Díaz Ayuso visita Alcorcón, un ayuntamiento de 170.000 habitantes y uno de los cinco grandes centros urbanos del denominado cinturón rojo del sur de la capital del Estado, poblado por familias obreras y en donde los partidos de izquierdas tienen su bastión.
El clima no es solidario. Un fresco más otoñal que primaveral y una lluvia constante. Ayuso llega y es recibida con un ramo de rosas rojigualdas. Hay vítores, banderas españolas y del PP agitándose. No hay euforia, la pandemia tampoco lo permite: el aforo limitado hace que mucha gente se quede fuera y hasta hay algún rifirrafe entre simpatizantes que se acercan y los organizadores.
Con Vox, no pero sí
Estanislao tiene 78 años y es vecino de Alcorcón hace varias décadas. Es simpatizante del PP de toda su vida y le dice a NAIZ que admira a Ayuso porque es «muy trabajadora y lucha por Madrid». Le gusta que se enfrente a Moncloa y cree que el estilo de la candidata, bastante diferente a los liderazgos de Esperanza Aguirre, Cristina Cifuentes o Ruiz Gallardón, está ajustado a estos tiempos. «Cada época es distinta», acota.
Preguntado por una coalición con Vox, responde: «No me gustaría que metieran consejeros de Vox, pero si es lo que tiene que pasar, habrá que hacerlo. La izquierda haría lo mismo». Se le repregunta a qué se refiere, porque la izquierda no incluiría a la ultraderecha: «No, pero incluirían a Podemos, que son la extrema izquierda. La extrema derecha está y no se puede negar, también está la extrema izquierda».
Con 25 años, Javier está dando sus primeros pasos en Nuevas Generaciones. Siempre ha vivido en el cinturón rojo: «Aquí, o en Fuenlabrada o Leganés, estamos cansados de las políticas socialistas. Ella [Ayuso} resuelve problemas y no hace propuestas populistas». Asegura que a la líder del PP local «le irá muy bien» en el sur de Madrid, mejor que lo que suele rendir la derecha en estas tierras de polígonos, enormes parques y centros comerciales al estilo norteamericano.
A pesar de su juventud, Javier no teme la incorporación de Vox: «Mejor que gobierne sola, pero si se pacta, serán ideas de ella, no me preocupa. Va a ser mínimo el apoyo que necesite. Esto es confluir en ideas, al fin y al cabo».
Miriam, de edad similar, se suma a la conversación y añade: «Ayuso es diferente a Vox y la gente lo sabe, no es tonta. No tiene ideas tan antiguas. Ella sabrá poner el límite pero es mejor esa opción, siempre, a que llegue la izquierda».
La espera tiene de fondo una música relajante, de estilo de avión en espera, que luego, al llegar la candidata, pasa al rock vibrante. Entre los tres oradores que la preceden está una vieja conocida para los catalanes: Alicia Sánchez Camacho, otrora portavoz del PP en el Parlament. Hace dos años es diputada por la Asamblea de Madrid y vuelve a estar en la papeleta.
En sus breves palabras, Camacho sugiere –tal vez sin quererlo– los motivos del fenómeno Ayuso: {Isabel nos ha devuelto la alegría y la pasión}. Destaca que «el proyecto liberal» del PP ha permitido «el sorpaso a Catalunya», en cuanto a peso del PIB en el Estado, y lo destaca como nido de libertad, en donde cada cual puede enviar a su hijo a la escuela que desea.
La cara de la nueva derecha española
En 1975, tras ganar el liderazgo de los «tories», Margaret Thatcher dio una histórica conferencia de prensa que quedó en los anales de la ciencia política porque sería el epílogo de su revolución neoliberal. Allí demostró su ambición de poder («quiero que mi partido tenga la cualidad de ganar») con un discurso inusual y sin prejuicios («sólo se gana estando a favor de cosas y siendo claro») y sobre todo abrazando la bandera de lo que ella entendía por libertad («quiero una sociedad libre con el poder distribuido en los ciudadanos y no el Estado»).
Es imposible no recordar a la Dama de Hierro británica mientras se escucha a Ayuso. Thatcher aprovechaba el hartazgo de los votantes con la inflación, el paro y el poder de los sindicatos. Ayuso profundiza la grieta explotando el hartazgo por las restricciones y consecuencias de la pandemia y bucea en ese sector que detesta a la izquierda y el soberanismo. Y lo hace con un discurso simple, de fácil identificación y algo clave en estos tiempos: optimista.
«Somos ese centroderecha alegre, decidido y plural. Al poder se llega por arrastre o por convencimiento. Yo me quedo con el convencimiento de un proyecto que ha logrado trascender al PP y representa a muchos más. Conservadores, liberales, democristianos y también socialistas hartos de Sánchez», recalca, interrumpida por una ovación.
Sus primeras palabras marcan otra insignia de su campaña: el ataque a Sánchez. Nunca nombra a sus rivales para la presidencia de Madrid. Sólo apunta contra «el comunismo», en abstracto, y contra el líder del PSOE. El discurso comienza recordando que el presidente del Gobierno estaba en Getafe «en un barrio confinado», por lo que «se cree que está más allá del bien y del mal». Lo llama varias veces hipócrita hasta con nimiedades («se tomó tres semanas de vacaciones y yo por tres días sus medios afines me pusieron a parir»), cita supuestos gastos exorbitantes en jamón de bellota y champagne por Moncloa y lo acusa de «pactar con el entorno de ETA y los independentistas corruptos» para «perpetuarse».
Ayuso es thatcherismo 2.0 porque para trumpismo puro ya está Vox. Lo deja nítidamente delimitado en las líneas rojas que no cruza (seguramente a pedido de Genova): esta semana se desmarcó y condenó las amenazas a Iglesias y Marlaska, nunca cayó en la tentación de hablar del «virus chino» y se ufana del feminismo liberal y de la diversidad.
Pero hace honor a la expremier británica en su uso hasta el hartazgo de la noción de libertad, especialmente relacionada con la prosperidad. A su apología del neoliberalismo tributario se suma un tono que a un desprevenido podría hasta sonarle soberanista: «Soy libre porque vivo en Madrid, recordarlo cada mañana». Son varias las afirmaciones para inflar el orgullo madrileño, como decir que los medios internacionales destacan la gestión regional de la pandemia.
Antes de acabar vendrá más optimismo: «A partir del 5 de mayo, ¿qué haremos? Pues pelear. Si hemos vivido lo peor, ahora viene lo mejor. Hemos sentado las bases para una recuperación con entusiasmo”» Pero siempre de fondo recuerda que está el fantasma rojo: «Nos quedan 10 dias y las cosas no están hechas. Hay que votar, porque nos quieren cambiar el modelo de sociedad, el de los países con miseria y división». Al despedirse, el mensaje final es binario y claro: «Hay dos modelos en juego. La Caracas chavista o Madrid».
«Es un hito que en dos años se doble la cantidad de escaños. Nunca ha ocurrido», comenta a NAIZ uno de los principales asesores de Ayuso, y cita los promedios de encuestas, que le otorgan entre 59 y 60 escaños y alrededor del 42% de los votos. Durante el mitin, otro asesor, pero en este caso del todopoderoso jefe de gabinete Miguel Angel Rodríguez, comenta a los periodistas un anhelo disfrazado de pregunta: «¿Y si Isabel suma más que la izquierda? Por ejemplo 62 a 61. ¿Y ahí qué podría hacer Vox? Sólo abstenerse y no exigir mucho».
La cara del éxito de la derecha española ilusiona a la cúpula del PP. No es casualidad que en unas autonómicas ella afirme vehemente: «El proyecto de Sánchez está acabado. La gente ve que es una farsa y el 4M hay una oportunidad única de decirles hasta aquí hemos llegado con todos vosotros». Génova ve en Ayuso la posibilidad de volver a tener un éxito rotundo de la mano de alguien que sienta propio (algo que no sucede con Núñez Feijóo).
Imposible no preguntarse si un triunfo colosal no opacaría a la propia figura de Casado, quien registra aún mínimos históricos para su formación en los sondeos. Otra vez los madrileños tienen buen parte del destino estatal del PP en sus manos.