Todo comenzó con condenas de sectores militantes ante el inminente desalojo de familias palestinas de sus casas en el barrio de Sheikh Jarrah de Jerusalén, pero la denuncia, cada vez más enérgica, se ha extendido a nuevos sectores, con nuevas voces, hasta el corazón de la política de EEUU. Durante décadas, más allá de esos sectores más concienciados y movilizados, apoyar a los palestinos era un tabú, con enorme coste, en la política estadounidense. Ahora, todo ha cambiado y no hacerlo también tiene un coste en la base del Partido Demócrata y en el público general.
Hay un cambio de actitud innegable, los estadounidenses con conciencia están reconociendo de manera más clara el desequilibrio de poder y la injusticia, la continua negación de derechos básicos. La palabra «apartheid» se está volviendo más común en el discurso, la opresión y la desposesión de derechos y tierras de los palestinos se une al «supremacismo» judío, y la opinión pública, de forma abierta y desacomplejada, toma conciencia de esas conexiones y expresa su indignación.
Porque ¿cómo pueden los progresistas estadounidenses reivindicar que las vidas de los afroamericanos importan y no hacerlo con las de los palestinos? ¿Cómo pueden hablar de no financiar a la Policía y poner fin a guerras interminables en el extranjero y luego, simplemente, dejar fuera a Israel? ¿Cómo puede el establishment de EEUU hacer bandera del «genocidio» contra los rohingya, contra los uigures y no apoyar a los palestinos? ¿Cómo puede seguir siendo algo muy radical en la política estadounidense afirmar que los palestinos son seres humanos que merecen todos los derechos que cualquier otro ser humano merece?
Dolor por todas las opresiones
El apoyo del ala más militante del Partido Demócrata a Palestina se ha manifestado en una variedad de medios que van desde publicaciones en las redes sociales hasta una carta sin precedentes y ampliamente apoyada al secretario de Estado, Antony Blinken, así como en una de las críticas más feroces a Joe Biden desde dentro del partido desde que asumió la Presidencia. Se ha pasado de declaraciones vacías a acciones tangibles y a llamamientos a rendir de cuentas.
La semana pasada, una docena de legisladores condenaron las acciones de Israel, no solo durante los últimos días sino desde hace décadas. En una ruptura poco común con la unidad de la formación, con un discurso encendido en la entrada de la Cámara, acusaron a Biden de ignorar la situación de los palestinos y «ponerse del lado de la ocupación». Y desafiando directamente al presidente, quien había afirmado que Israel tenía derecho a defenderse, le preguntaron «¿los palestinos tienen derecho a sobrevivir?».
La postura propalestina de estos legisladores alcanzó niveles sin precedentes poco después, cuando congresistas como Alexandria Ocasio-Cortez, Rashida Tlaib y Mark Pocan presentaron una resolución que intentaba bloquear una venta de armas por 735 millones de dólares a Israel, en el que ha sido el primer intento de la historia por parte de miembros del Congreso en ejercicio en ese sentido. «Durante décadas –aseguraron– les hemos vendido miles de millones de dólares en armamento sin exigirles nunca que respeten los derechos básicos de los palestinos. Al hacerlo, hemos contribuido directamente a la muerte, desplazamiento y la privación de derechos de millones».
Uno de los elementos más notables de estas declaraciones es la variedad de formas en las que estos legisladores se relacionan con los palestinos. Hablan de sus propias experiencias con la brutalidad policial, enfrentando la discriminación racial, siendo niños refugiados de guerra y expresando cómo la ayuda estadounidense contribuye a la violencia de Estado. Eso habla de cuán orgánico es este cambio y de cuánto se está impulsando desde abajo. Legisladores de diversos orígenes y experiencias, que están más cerca del dolor de todas estas opresiones, muestran lo que es tan transformador: pueden hablar desde su directa experiencia de vida. La presencia de la congresista de origen palestino Rashida Tlaib contribuye absolutamente a ello.
Romper el techo
Lo que está sucediendo con Israel y Palestina no es una cuestión de política exterior aleatoria, es un pilar de la política de EEUU. Los estadounidenses comprenden mejor ahora lo que les están viviendo los palestinos gracias al movimiento Black Lives Matter y a las imágenes y discusiones siempre presentes sobre la brutalidad policial. Ven que lo que ocurre sobre el terreno tiene que ver con los derechos humanos, que no es un conflicto religioso, sino violencia de Estado. Algo con lo que los estadounidenses se han familiarizado debido a los homicidios de personas afroamericanas desarmadas. Ahora han llegado a comprender que los palestinos están sujetos a una violencia de Estado similar.
Quizás el auge del apoyo en EEUU a los palestinos no refleja necesariamente un punto de inflexión o un cambio histórico, quizá simplemente ilustra cuán explícitamente violentas han sido las acciones israelíes. No hay que olvidar que hay 435 representantes en la Cámara y solo un puñado se ha pronunciado y denunciado un abuso explícito de los derechos humanos. Pero es algo que va en la buena dirección, que está en sintonía con nuevos cambios y transformaciones que ocurren con el tiempo y no siempre se puede predecir cuándo tendrán saltos y cómo catalizarán los avances.
Cuando se introdujo en EEUU la primera legislación sobre sanciones contra Sudáfrica, a principios de la década de 1970, tenía muy pocos defensores y no llegó a ninguna parte en el Congreso. Se necesitaron casi 20 años para llegar a una mayoría a prueba de veto e, incluso entonces, seguía habiendo muchos republicanos dispuestos a hundirse en el barco del «apartheid». Eso no sucede sin un esfuerzo constante para aprovechar los cambios que se están produciendo y sin crear un movimiento. No se puede predecir dónde estarán los techos y cuándo se romperán, pero el apoyo está creciendo y, mientras la situación sobre el terreno siga siendo la que es, seguirá en esa dirección.