Dicen en las películas de espías que la mejor forma de ocultar algo es dejarlo a la vista de todo el mundo. Algo así había pasado hasta ahora con la isla de Santa Clara, cada verano refugio de iniciáticas aventuras para cuadrillas de adolescentes o destino de bañito, tortilla y botella de sidra para familias locales.
En ella posaba sus ojos, pero en mucha menor medida sus pies, ese turismo que recorre el arco que va desde el Paseo Nuevo y Urgull hasta el Peine del Viento e Igeldo. En los folletos promocionales no había nada que invitara a tomar un barco hasta ese peñasco situado en mitad de la bahía.
El cambio se inició –el tiempo dirá cuáles son los frutos y si estos son dulces o amargos– cuando la artista donostiarra Cristina Iglesias recibió en 2016 el Tambor de Oro. El alcalde Eneko Goia le propuso que eligiera un lugar de la ciudad para emplazar una de sus obras, y ella respondió que la isla.
Desde entonces ha corrido mucha agua bajo el puente, pero más de un lustro después Hondalea –no sin dimes y diretes, no sin polémicas, no sin gastar unos 5 millones de euros– es una realidad. Este miércoles será la inauguración institucional, con la presencia del lehendakari Iñigo Urkullu, el diputado general de Gipuzkoa Markel Olano y las autoridades locales, y el sábado comenzarán las visitas para el público en general.
Dicen que por ahora lo podrán ver 125 personas al día, el doble cuando mejore la situación pandémica. Lo que ocurrirá en el futuro, una vez que se han encendido y apuntado los focos, se escribe con signos de interrogación.
A bordo del Aitona Julián III
Pero antes ha sido el turno para los medios de comunicación. La cita era a las tres de la tarde en el puerto. A bordo del Aitona Julián III, unos diez minutos de travesía por un mar ligeramente picado han bastado para atracar en la isla entre chillidos de gaviotas y ráfagas de intenso viento.
Tocaba una breve caminata cuesta arriba hasta el faro, por el sendero adoquinado. A día de hoy, la obra no es accesible para personas con discapacidad. El alcalde ya ha reconocido que el mero hecho de llevar a la isla a quienes tienen problemas de movilidad es un reto de complicada solución.
En el entorno del remozado edificio –pintado en blanco con toques grises– se aprecian aún algunas huellas de la reforma, como rodaduras de maquinaria y parterres desiertos que el tiempo irá cubriendo con vegetación. En otras partes el césped ya crece y el conjunto ofrece mejor aspecto que cuando estaba en desuso.
La caseta adjunta también se ha reformado para dar cobijo a los baños y algunos almacenes. Por los alrededores se mantienen las mesas de picnic de toda la vida, los vetustos fregaderos y un par de duchas para quitarse el salitre y la arena.
Los periodistas y medios gráficos hemos ido entrando en el faro en pequeños grupos. Hondalea es un abismo de bronce forjado en los talleres Alfa Arte de Eibar, una cueva excavada en el suelo que simula las rocas de la costa. Por ella se cuela el agua, como el mar cuando golpea el oleaje. Lo más llamativo, aunque las percepciones son siempre subjetivas, es el sonido. Dentro del faro se escucha el océano.
Una pasarela pegada a las cuatro paredes permite rodear la cavidad y observarla desde diferentes puntos y alturas. No hay más, ni menos.
A partir del sábado cada visitante podrá extraer sus propias conclusiones. Estará abierto hasta el próximo 30 de setiembre, con grupos reducidos cada 30 minutos, de 11.00 a 19.00. Ya hay más de 5.000 reservas realizadas a través de la web hondalea.eus, donde se ofrece toda la información.