El ajetreado inicio de semana que se ha vivido en las oficinas rojillas podría ser comparable a la inusitada expectación que han generado entre la masa social del club navarro esas dos decisiones que, aún pudiendo ser esperadas, no han dejado de causar un gran impacto por su carácter inédito.
Por capacidad económica, Osasuna no ha sido nunca una entidad que haya alardeado de chequera, entre otras cosas por su esencia social, al no estar en manos de un multimillonario caprichoso. El hecho de que su mayor desembolso económico haya perdurado en el tiempo por espacio de estos últimos catorce años dice mucho al respecto.
Que además las cifras se hayan multiplicado de manera exponencial –de los 3,5 millones de Dady a los ahora 8 de Budimir– aporta un argumento añadido para considerar que la resolución adoptada por los rectores del club puede calificarse hasta de histórica.
Por si la multimillonaria operación para quedarse en propiedad el acierto goleador del ariete balcánico no hubiese sido suficiente sobresalto, a las pocas horas Osasuna soltó un nuevo bombazo: Jon Moncayola se comprometía como rojillo durante la próxima década.
Jamás en sus cien años de existencia se había dado un caso similar de semejante longevidad contractual, pero los tiempos cambian y las declaraciones en el sentido de que se veía en el de Garinoain a uno de los puntales para el equipo del presente y del porvenir inmediato tenían que demostrarse con hechos.
Los rectores rojillos han recogido el guante lanzado por los agentes del jugador –los mismos que ya lograron un compromiso similar para Iñaki Williams en el Athletic– y recompensado así la disposición del futbolista para quedarse en el conjunto de su tierra, un factor clave para la operación, habida cuenta de que algunos clubes –se habla de Atalanta y Watford– estaban dispuestos a pagar su cláusula de rescisión.
Dos maniobras, en definitiva, encaminadas a consolidar, junto a la anterior renovación de David García, una plantilla que ha ido creciendo deportivamente a medida que se ha enfrentado a nuevos retos y que ha demostrado tener el suficiente cuajo como para superar situaciones adversas y comprometidas.
Aunque suene a ventajista, será a futuro cuando se podrá valorar, con la perspectiva del tiempo y de manera más objetiva, si sendas decisiones conllevan los frutos apetecidos, ya que sostener este bloque de jugadores solo puede darse mientras el equipo se mantenga en Primera.
Tampoco deberíamos olvidarnos de lo voluble que es el mundo del fútbol de élite. Lo que hoy parece una situación estable puede transformarse en zozobra en un abrir y cerrar de ojos, y hasta las cifras que podrían detener el interés de otros equipos –22 millones Moncayola y 20 Budimir– bien pueden ser mañana solo un número escrito en un cheque.
Sea como fuere, lo que sí parece claro es que, coincidiendo con su centenario, Osasuna ha querido obrar una revolución en su filosofía –esto con Ezcurra no hubiera pasado, se dirán los más viejos del lugar– e iniciar una nueva etapa más acorde a las actuales circunstancias, pero que esperemos no acabe repercutiendo en la propia existencia de la entidad, habida cuenta de donde venimos no hace tanto tiempo.
Y es que todavía quedan más frentes abiertos, como es el hecho de asumir el pago de un remodelado Sadar –está por hacerse público el sobrecoste de las actuaciones añadidas que se han realizado– que, más pronto que tarde, tiene que estar abarrotado por sus aficionados, el verdadero capital de Osasuna.