Reino Unido, Italia, Alemania, Turquía… la mayoría de países informaron ayer que los aviones enviados para evacuar a sus ciudadanos y a los afganos en situación de «vulnerabilidad» dejaron Kabul para no volver, y que solo quedaban por salir los diplomáticos y militares, que lo harían tan pronto como recogieran todo y subieran a los últimos, esta vez sí, aviones. A falta de dos días para cumplirse el plazo negociado por EEUU y los talibanes para la retirada, finalizada ya la fase de evacuación de los civiles, la desesperación entre la multitud que aún se agolpaba en el aeropuerto aumentaba, así como el control de los talibanes sobre el mismo.
Según informaron varias agencias, los talibanes habrían enviado refuerzos al perímetro exterior del aeropuerto, entre otros a su batallón de fuerzas especiales Badir 313, para tomar el control de los puestos de los que las tropas de EEUU se habían retirado hacia el interior del aeropuerto. Según el Pentágono, sus fuerzas aún controlaban la instalación y seguirían haciéndolo hasta entregarla definitivamente a los talibanes.
Reconocimiento del fracaso
Al humillante colapso del estado que durante 20 años se afanaron en «construir», gastándose miles de millones de dólares y dejando un reguero de muerte, le ha seguido una no menos humillante retirada: sin honor, con el rabo entre las piernas. Han evacuado a más de 100.000 afganos, dejando miles más sin posibilidades de escapar, y según pasan las horas, sin apenas esperanza de hacerlo.
Los países que ayer concluyeron la fase de la evacuación de civiles, emitieron comunicados en el que se mostraban «dolidos» por no haber podido sacar a todos a los que prometieron hacerlo. Dijeron haber cruzado la línea entre lo posible y lo imposible para sacar de allí a todo el mundo que han podido, pero que no han podido sacar a todos y que eso ha sido «desgarrador». Que ha habido algunas decisiones muy difíciles que se han tenido que tomar sobre el terreno y que aún seguían recibiendo mensajes de «nuestros amigos afganos muy angustiantes», por lo que estaban viviendo esto «de la manera más dolorosa».
A ese respecto, el presidente francés, Emmanuel Macron, el primer ministro británico, Boris Johnson, y la canciller alemana, Angela Merkel, reconocieron haber comenzado a mantener conversaciones directas, «que son muy frágiles y preliminares», con los talibanes sobre la cuestión de las operaciones humanitarias y la capacidad de proteger y repatriar a los afganos que están en riesgo más allá del plazo del 31 de agosto.
Johnson y Merkel discutieron ayer la situación de Afganistán y coincidieron en la necesidad de ayuda internacional y un enfoque común del G7 hacia el futuro gobierno de Afganistán. Resolvieron trabajar, junto con el resto los países, «para poner en marcha la hoja de ruta para tratar con cualquier nuevo gobierno afgano», dijo la oficina de prensa del primer ministro. En el mismo se aseguraba que cualquier reconocimiento y compromiso con los talibanes debe estar condicionado a que permitan un paso seguro para quienes quieren salir del país y «respetar los derechos humanos».
Nuevas amenazas inminentes
Aun siendo angustiosa la situación actual, el gobierno talibán de Afganistán se enfrenta a otras amenazas inminentes: el sistema bancario del país devastado por la guerra está al borde del colapso. Casi dos semanas después de que los talibanes tomaran el poder, la mayor parte de los bancos de Afganistán siguen cerrados y eso ha dejado a muchos afganos sin acceso a dinero en efectivo. Muchas familias no tienen suficiente dinero para pagar la comida y sus gastos diarios y se han detenido algunos cheques de pago.
Todo esto plantea el fantasma de una grave crisis económica y humanitaria en Afganistán, pocas semanas después de la toma del poder por los talibanes. La economía de Afganistán depende en gran medida del acceso a divisas y a la ayuda internacional, la mayor parte de la cual ha estado bloqueada desde la caída de Kabul. Las subvenciones financian un 75% del gasto público, según el Banco Mundial, que hasta nueva orden, o quizá indefinidamente, mantiene cerrado el grifo del dinero.
Los talibanes, por su parte, dicen que anunciarán un nuevo gobierno para Afganistán la próxima semana y que esperan que las turbulencias económicas y las fuertes caídas de la moneda que siguieron a la toma del control de Kabul hace dos semanas desaparezcan rápidamente. Zabihullah Mujahid, el portavoz del movimiento, confirmó a la agencia Reuters que el ejército estadounidense estaba cumpliendo y que seguía reduciendo su misión de evacuación y que retiraría sus tropas del aeropuerto de Kabul antes de la fecha del 31 de agosto. Dijo asimismo que ya se habían designado los responsables para administrar instituciones clave, incluidos los ministerios de Salud, Educación y el Banco Central.
Querer y poder
Funcionarios de la ONU han advertido que Afganistán se enfrenta a otra catástrofe humanitaria, que podría tener un efecto multiplicador, ya que una gran parte del país está sufriendo condiciones de sequía extrema. Mujahid, impasible, declaró al respecto que «la caída de nuestra moneda frente a la moneda extranjera es temporal, todo volverá a la normalidad una vez que el nuevo sistema de gobierno comience a funcionar. Y también volverá a llover».
Los talibanes han dejado en claro que quieren evitar que se repita su gobierno de la década de 1990 cuando presidieron un estado paria, administraron mal la economía y aumentaron la represión a medida que se extendía el descontento. Lo que está menos claro es si pueden lograrlo o cómo lo intentarán.