Guatemala, puerta trasera de la migración centroamericana a EEUU
Al mismo tiempo que soldados de EEUU agarran del brazo a bebés entregados por padres desesperados en el aeropuerto de Kabul para salvarlos del régimen talibán, ese país expulsa a niñas y niños, y a familias enteras, en la inhóspita frontera de El Ceibo en Guatemala.
Al igual que sucede a 14.000 kilómetros de distancia, los disparos son habituales en esta zona remota del planeta a la que, desde el 5 de agosto, llegan buses enteros cargados de gente afligida que persiguió el “sueño americano” para huir de la violencia endémica, la miseria y la falta de oportunidades que asolan Guatemala, Honduras, El Salvador o Nicaragua.
Nadie en la comunidad internacional vuelve la mirada para ver lo que están haciendo EEUU y México en El Ceibo, que se ha convertido en la puerta trasera de la migración centroamericana. A cuatro horas de la ciudad más cercana, Santa Elena, y a catorce de la capital de Guatemala, las autoridades migratorias de México han abandonado a su suerte en las últimas semanas a miles de personas migrantes que ni tan siquiera saben dónde están cuando les bajan del autobús en un paraje dominado por narcotraficantes y “coyotes”. Solo tres agentes de la Policía guatemalteca aparecen de vez en cuando para dar la sensación de que existe una mínima seguridad, si bien a pocos metros de la frontera se escuchan disparos sin que nadie haga absolutamente nada para perseguir a sus autores.
Sin dinero, sin saber dónde los han dejado, ni cómo regresar a sus casas, miles de centroamericanos están siendo expulsados a un lugar que no cuenta con la mínima infraestructura necesaria para atender a estas personas, muchas de ellas mujeres solas con bebés e hijos muy pequeños que llegan enfermos y tosiendo. Parece que para ellos no existe el peligro del coronavirus que ha cerrado fronteras y ha obligado al mundo entero a aplicar restricciones. Entran a Guatemala sin haber sido vacunados, sin ni siquiera hacerles una prueba de hisopado y tras haber estado hacinados en centros de detención de EEUU o México, donde recibieron, según denuncian todos los consultados por GARA, un trato vejatorio que vulnera sus derechos humanos.
Con los «coyotes» al acecho
El Ministerio de Relaciones Exteriores de Guatemala nunca fue informado por EEUU y México de estas expulsiones de migrantes en un punto fronterizo alejado de todo y en plena selva del Petén, donde se alcanzan temperaturas que superan los 40 grados. Los únicos beneficiados de esta política son los “coyotes” o “polleros” que caen sobre estas desesperadas personas que dejan atrás su sueño de «dar una vida mejor» a sus hijos. «Bienvenidos a Guatemala» es la única palabra amable que reciben de un agente fronterizo nada más salir por un estrecho pasillo por el que son sacados de México tras haber sido detenidos en ese país o en EEUU. Antes incluso de que puedan registrarse en Migración, los “coyotes” ya los están acechando para ofrecerles hoteles, cuartos, transporte, cambio de dinero o incluso volver a llevarlos hacia territorio estadounidense.
Una única casa del migrante con capacidad para 35 personas se ha visto rebasada hasta albergar en un solo día a 180, que se ven obligadas a dormir en el suelo a la intemperie. Allí solo pueden pasar 24 horas a la espera de que algún familiar se apiade de ellas y les deposite algo de dinero que les permita llegar a sus casas en el único banco de El Ceibo.
Los “coyotes”, muchos de ellos armados en plena calle, controlan hasta eso. Son los primeros en ofrecer a los migrantes recibir ellos mismos ese dinero sin informarles que les van a cobrar una cuantiosa comisión. La Organización Internacional para las Migraciones, encargada en teoría de ayudar a las personas migrantes a que puedan retornar gratuitamente a sus hogares, brilla por su ausencia. Su oficina se encuentra a cuatro horas en bus de la frontera, por lo que los dueños de pequeños buses son los primeros en ofrecer un viaje a Santa Elena o incluso a la frontera de El Corinto con Honduras por 400 quetzales (44 euros), una cantidad con la que la mayoría no cuenta. Por ello, nada más pisar suelo guatemalteco, tratan de comunicarse vía telefónica con sus familias para informarles entre sollozos de que acaba de finalizar su “sueño americano” y que necesitan una ayuda económica para regresar de donde partieron. La ilusión de una vida mejor les costó hasta 6.000 dólares por persona, que el ‘coyote’ jamás devolverá, por lo que a la frustración de volver a sus países se suma ahora una deuda que solo preveían pagar cuando encontraran un trabajo en Estados Unidos.
«Nos separa la pobreza»
Las autoridades migratorias de EEUU y México incluso separan a las personas que viajaban juntas. María Alejandra Mejía no aparta su mirada del portón por donde cada poco tiempo sale un reguero de gente expulsada. Esta migrante de Comayagua (Honduras) está a la espera de su marido después de que ambos fueran encerrados en un centro de migrantes en la ciudad fronteriza de Piedras Negras (México). «La pobreza nos separa de los seres queridos», lamenta, al tiempo que señala que su único objetivo es regresar a EEUU porque en Honduras, donde dejó a una hija de tres años, «es imposible vivir dado que no se logra lo que se quiere».
Muchas de las personas expulsadas son mujeres que viajan solas con sus hijos, como Carmen Edania Pérez, una guatemalteca que emigraba hacia EEUU con sus hijas de dos, siete y diez años. «Me cuesta mucho sacarlas adelante en este país porque el papá nos abandonó», relata esta mujer de 30 años originaria de Jutiapa que fue capturada llegando a la ciudad de Veracruz. Preguntada sobre si va a regresar a su localidad o va a intentarlo de nuevo, responde evasiva: «Ahí vamos a ver y vamos a pedirle a Dios la dirección». Según revelaron agentes de Migración de Guatemala, los “coyotes” no devuelven el dinero a los migrantes que lograron pasar a EEUU y fueron capturados en ese país, pero sí dan hasta tres oportunidades para alcanzar el objetivo en caso de que sean detenidos en México.
Sin embargo, como es obvio, los “coyotes” no informaron a los migrantes que EEUU está realizando devoluciones exprés bajo el Título 42, que evocó el expresidente Donald Trump y que permite negar la entrada a ese país a quienes consideren un peligro para la salud pública. Su sucesor, Joe Biden, ha seguido aplicando esta norma para evitar supuestamente la propagación del coronavirus, lo que impide solicitar asilo a quienes huyen de Centroamérica. Nada más ser detenidos en la frontera, EEUU los entrega, vía aérea o terrestre, a las autoridades mexicanas sin siquiera darles la oportunidad de hacerles la entrevista de petición de asilo. Cuando llegan a México, habitualmente a la capital de Tabasco (Villahermosa) son subidos en autobuses y trasladados a la frontera de El Ceibo.
La propia ACNUR ha denunciado que el Título 42 niega a las personas vulnerables el derecho a acceder a los procedimientos de asilo, por lo que ha solicitado a EEUU que «restaure rápidamente el acceso al asilo», teniendo en cuenta que «la protección de la salud pública y de las personas obligadas a huir son compatibles». Sin embargo, México, en lugar de deportar a estas personas a sus países de origen, ha optado por abandonarlas en una frontera que no cuenta siquiera con un Centro de Retornados ni un puesto de salud. Un único enfermero no da abasto para tomar la temperatura a quienes acaban de ser expulsados, muchos de los cuales no pasan por este trámite a pesar de que Guatemala mantiene un toque de queda de 22.00 a 4.00 horas tras dispararse los casos de coronavirus en las últimas semanas, con más de 5.000 diarios.
«En Guatemala apenas tenemos personal para cubrir la frontera, pese a que el país está en semáforo rojo», critica Enrique Pan, quien cada día se traslada de El Naranjo, a 30 kilómetros de El Ceibo, siendo el único representante del Ministerio de Salud para atender a la oleada de migrantes expulsados desde México. «Como mínimo tendría que haber tres trabajadores más porque Salud sabe la situación que estamos viviendo y, aun así, lo que hace es recorte de personal», censura.
«Nos trataron como animales»
Ajenos a la crisis del coronavirus, los migrantes que llegan a El Ceibo solo piensan en cómo van a pasar su primera noche y cómo van a llegar a la estación de autobuses más cercana tras haber vivido una pesadilla en Estados Unidos o en México. Tres mujeres guatemaltecas vagan junto a sus hijos desorientadas de noche por El Ceibo sin saber dónde ir mientras tratan de esquivar a un “coyote” que les insiste hasta la saciedad para que vayan a dormir a su casa donde estarán «seguras». «Dios me ha abandonado», lamenta entre lágrimas una de ellas, madre de una niña de 11 años y un niño de 8 que trató de llegar a EEUU para reencontrarse con su marido.
Lo mismo intentó Sonia, de 24 años, originaria de Xela (Guatemala), quien también había logrado entrar al país que soñaba, si bien no se perdona a sí misma haberse entregado a los agentes de Migración de Estados Unidos junto a su hijo de 2 años, en lugar de haber evitado los controles. Tenía la esperanza de poder solicitar asilo allí, pero no le dieron la más mínima oportunidad de hacerlo. Pasó cuatro días en el centro de internamiento de migrantes de McKinney (Texas), donde la encerraron en las “hieleras”, unos salones con el aire acondicionado a toda potencia. «Jamás nos dijeron que nos llevaban a Guatemala o a México cuando nos montaron en el avión», explica durante su relato a GARA.
El trato vejatorio fue constante, según desvela, dado que los agentes migratorios de Estados Unidos acusaban a los migrantes de ser unos «delincuentes que entraron ilegalmente» en aquel país. En México no mejoró la situación, puesto que no le permitieron hacer una llamada a su familia, ni les dieron ropa. Lo único que les dijeron es que los iban a trasladar a la frontera. «Ahí ya mirábamos cómo nos regresamos a nuestra casa. Nos mandaron de vuelta como animales», zanja Sonia, quien remarca que «ya no queda otra que echar para adelante».