Filippo Rossi

El nuevo orden talibán no mitiga la incertidumbre

El autor arranca una serie de reportajes narrando su periplo desde la frontera uzbeka pasando por Mazar-i-Sharif para llegar, tras un largo viaje, a Kabul. Destaca la seguridad en las calles del nuevo orden talibán. Pero prima la incertidumbre sobre el futuro.

Restos de las evacuaciones masivas en los últimos días en la entrada del aeropuerto de Kabul. (F.R.)
Restos de las evacuaciones masivas en los últimos días en la entrada del aeropuerto de Kabul. (F.R.)

Entrar hoy en Afganistán es cambiar totalmente de mundo. Cruzar la frontera de un país que no tiene Gobierno no acontece todos los días. Pisar el puente entre Uzbekistán y Afganistán, el último que cruzaron los soviéticos cuando se retiraron en 1989, es emocionante. Hoy es la bandera blanca del Emirato islámico de Afganistán la que ondea sobre la estructura. Los talibanes tomaron el control del país, a excepción del indómito y rebelde valle del Panshir.

No hay nadie en la frontera. Parece todo muy calmado. Un puñado de muyahidines talibanes sentados saludan y beben el chai, el té. Nadie controla quién pasa. Pero se nota que las cosas son diferentes. En Hairatan, el primer pueblo después de la frontera de Uzbekistán, los talibanes están allí, con sus ropas tradicionales, el peran tomban, un kalashnikov o armas robadas al recién disuelto Ejército y un morral lleno de balas. Pelo largo, pantalones casi siempre por encima del tobillo y barba larga. Muchos llevan un turbante en la cabeza. Son una atracción para los que oyeron de ellos por sus batallas y su ideología ultrarrigorista. Saludan cordialmente. Muchos no saben leer ni escribir.

En la ruta hacia Mazar-i-Sharif, noroeste del país, blindados destruidos del Ejército afgano yacen pintarrajeados en las cunetas, símbolo de la victoria del Emirato y del principio de una nueva era. Mazar-i-Sharif, una de las principales ciudades del país, está tranquila. Mujeres y hombres pasean, con la ropa de siempre, muchas tiendas y el mercado están abiertos. Todo normal, si no fuera por los coches policiales con la bandera talibán y muyahidines a bordo.

La seguridad que se respira no se sentía desde hace muchos años. Es algo que agradecen los vecinos de Mazar y, en general, de todo Afganistán. «Hay mucha seguridad, hay que reconocerlo, antes siempre había miedo, explosiones, tiroteos –comenta Mohammadullah, agente de tráfico de 38 años–, pero la situación económica es un desastre.

El problema principal de Afganistán, hoy en día, es seguramente la incertidumbre sobre el futuro bajo el nuevo régimen talibán. Pero lo que más preocupa a los afganos es la situación económica, ya desastrosa antes y que ha empeorado mucho después de tres semanas con los bancos, fronteras y aeropuertos cerrados. «No hay dinero, no hay bancos, no hay trabajo. ¿Cómo vamos a sobrevivir?» –grita un taxista, Navid, de 32 años–. «No me opongo a los talibanes, pero hay que resolver este problema. Somos unos miserables, todos se van de aquí». En uno de los mercados de la ciudad, la gente mira los comercios, pregunta por el precio, pero no compra. Chicas en grupo miran el tejido de un comerciante, Abdul Samad, de 21 años. No lo toman. Es demasiado caro. «Tres semanas antes ganaba 20 euros diarios. Hoy no llego a cinco. Una miseria», dice.

Tres semanas después de la caída del Gobierno y la toma de Kabul por parte de los talibanes, todavía no hay Ejecutivo ni ministerios ni Administración. Un problema que el portavoz del Emirato islámico, Zabihullah Mujahid, considera transitorio: «Una vez que anunciemos el Gobierno, todo volverá a la normalidad». Se espera el anuncio hoy mismo, aunque las operaciones militares en el Panshir, donde la resistencia de Ahmad Massoud, el hijo del señor de la guerra Ahmad Shah Massoud, podría retrasarlo todo.

En el centro de la ciudad de Mazar, el famoso y hermoso santuario de Hazrat Ali se ha transformado también en un cuartel general de los talibanes. En el parque, las familias se divierten, comen y beben. Algunos jóvenes muyahidines juegan con las palomas. Para ellos es un momento inolvidable, aunque por lo de ser tan jóvenes nunca vieron la invasión de la OTAN. «Estamos muy felices por la victoria, ahora lograremos seguramente la paz», comenta uno.

Pero muchos no se fían de ellos. «Ya les conocemos –dice F., anónimo–. Además, el otro día llegaron a mi calle gritando que teníamos que ir a la mezquita, rezar y dejarnos crecer la barba. Son solo palabras ahora, pero las cosas van empeorar cuando la atención de los medios de comunicación se diluya». Aseguran que se ve menos gente por la calle. «Muchas mujeres se esconden. Tienen miedo». Algunas salen como antes, sin el chadori, más conocido como burqa. «No sabemos los que va a pasar mañana, es difícil prever lo que van hacer. Espero que las mujeres tengan un lugar en la sociedad», señala un anciano en la calle. «Ya no hay música», lamenta otro. En algunas zonas del país, no en todas, la música ha sido prohibida.

Un largo viaje

Desde Mazar-i-Sahrif, la carretera que lleva a la capital Kabul es larga. Nueve horas de coche, cruzando un paisaje increíble, el Hindu Kush y el paso del Salang, una vía construida por los soviéticos a 4.000 metros de altura y sin mantenimiento en los últimos 40 años. Hoy es una carretera sin asfalto, incluso en el túnel de dos kilómetros que separa ambos lados y que no tiene sistema de aire.

Sorprende la tranquilidad de la gente, también en regiones como Baghlan, tradicionalmente opuesta a los talibanes. En la entrada del túnel, la foto de señor de la guerra Ahmad Shah Massud, héroe en estas zonas, ha sido retirada y remplazada por una bandera blanca con la shahada.

A la entrada de Kabul, la ciudad tiene un aspecto distinto, tranquilo. El trafico no es tan caótico como siempre.

Frente a las puertas de la terminal civil del aeropuerto, los muyahidines celebran con banderas y armas, y se sacan selfis. Los niños juegan a su lado, felices. «Estoy feliz porque hay seguridad. Antes había ladrones por todos los lados», comenta un niño de 12 años ondeando una bandera del Emirato. «Mi hermano es un talibán, estoy orgulloso de él», dice. Un muyahid grita: «¡Azade! (libertad). La mañana del martes los talibanes entraron en el aeropuerto. La unidad especial Badri 313 abrió el paso a una delegación liderada por Mujahid, quien declaró el fin de la guerra y la independencia.

Pero alrededor del aeródromo todavía se ven los restos de la tragedia de las pasadas semanas, con las masivas evacuaciones de decenas de miles de personas. En la puerta Abbey sigue desparramada la ropa, documentos, maletas y zapatillas dejadas por la gente que intentaba huir del país.

El olor de las aguas residuales del canal cercano al río es nauseabundo. Sobre los muros, sangre humana. Fue en esta puerta donde un kamikaze del ISIS se inmoló matando a casi 200 personas.

«Estoy feliz por la victoria. De verdad, para nosotros es como una tercera fiesta religiosa este año, después del Ramadán y Eid Al-Adha. Pero todo esto me pone muy triste», comenta Quraishi, miliciano talibán. «¿Cómo es posible que con todos los controles de los americanos pudieran atentar? Fueron ellos. Son ellos los culpables. Ojalá podamos de verdad crear un nuevo Afganistán en paz y seguridad», sostiene.

Por las calles de Kabul, los talibanes patrullan tranquilamente. Parece que no existan. Se mimetizan en los mercados. De repente, en un lugar lleno de gente, un ladrón intenta robar. Los civiles lo paran. Los talibanes corren hacia él, le pegan con el kalashnikov antes de llevárselo en una base. Hay gente que, por si acaso, se aleja asustada. Pero la ciudad vive una situación de seguridad desconocida hace tiempo. Los supermercados han retirado los controles para entrar. Andar por las calles ya no es tan peligroso. Los talibanes observan. Es la incertidumbre y la crisis económica la que está destruyendo el ánimo de los kabulíes. «No se que voy hacer. Vamos a tener que cerrar la tienda –comenta un chico en su pequeño comercio de teléfonos– No tenemos para pagar la renta».

«Ahora queremos que las palabras se conviertan en hechos», concluye Baryalai, un policía que vive cerca del aeropuerto y que se quedó sin trabajo. Me dijeron que podía volver a trabajar pero no me dejan. No entiendo. Estamos felices, claro, porque después de 20 años ya no hay guerra. Pero queremos volver a nuestras vidas ya».

En estos días de caos, todavía no se sabe qué&enq; va a pasar con el Gobierno, la economía y la población. Los talibanes han anunciado amnistías generales, también para la gente que huyó. Las mujeres todavía no conocen qué papel van a jugar en todo esto, aunque por ahora nada ha cambiado realmente para ellas. Pero muchos dicen que es todo imagen. Ahora hay que esperar, para ver que pasará y qué será del futuro de Afganistán.