Mikel Insausti
Crítico cinematográfico

«Lacci»

El cine italiano de finales de la segunda mitad de siglo pasado atravesó por una crisis autoral, porque para la nueva generación era muy difícil tomar el relevo de los grandes maestros clásicos, y sus nombres aún poco conocidos nunca iban a resonar en el panorama internacional como aquellos otros tan venerados. Uno a los que le tocó asumir esa pesada carga fue a Daniele Luchetti, y desde el principio estuvo muy presente en los premios David Di Donatello con títulos como ‘La voz de su amo’ (1991), ‘La scuola’ (1995), ‘Mi hermano es hijo único’ (2007), o ‘La nostra vita’ (2010). Una oficialización que le llevó a dirigir la biografía del Papa Bergoglio ‘Llamadme Francisco’ (2015), protagonizada por el actor argentino Rodrigo de la Serna. Pero la vida sigue, y al veterano cineasta romano le toca volver ahora con una obra muy personal, en la que reflexiona sobre los lazos familiares a partir de una novela de Domenico Starnone publicada en el 2014.

El arco temporal de ‘Lacci’ (2020), que se estrenará en nuestras salas de la mano de la distribuidora Caramel Films a mediados de este mes con el título de ‘Lazos’, abarca tres décadas y a dos generaciones de una misma familia. Va desde los años 80 en Nápoles hasta treinta años después en Roma, y para evitar la caracterización del reparto según las distintas épocas se utiliza a actores y actrices de distintas edades, pero con parecidos razonables. Primero el padre Aldo es interpretado por Luigi Lo Cascio y después por Silvio Orlando, la madre Vanda respectivamente por Alba Rohrwacher y por Laura Morante, mientras que la hija Anna de niña tiene el rostro de Giulia De Luca y de adulta el de Giovanna Mezzogiorno, y, por último, el pequeño Sandro empieza siendo Joshua Francesco Louis Cerciello para terminar como Adriano Giannini.

Como en la mayoría de películas actuales la estructura narrativa no es lineal y se decanta por las elipsis temporales y los flash-backs, puesto que la temática, como bien indica el título, es la de mostrar los hilos invisibles que unen a las personas durante años y años. Esos lazos no tienen que ser necesariamente de sangre, ya que el matrimonio protagonista se separa y se vuelve a unir, porque algo que no aciertan a explicar les ata, tal como se describe en una escena en que se anudan los zapatos junto con sus hijos.

Luchetti intenta responder a la pregunta clave de la razón oculta por la cual las personas deciden unirse entre si para toda la vida, o al menos ésa suele ser la primera intención. En todo momento deja claro que el amor no es el único pegamento, porque en muchos casos cuando los sentimientos mutuos se acaban son otras conexiones las que prevalecen a la hora de continuar juntos. Vanda llega a reconocer que se casó porque lo hacía todo el mundo, y que por idéntico motivo fue madre. No fue capaz de sentirse diferente.

Las relaciones de pareja y las paternofiliales siguen patrones parecidos, ya que en ambos casos el secreto estaría en encontrar el equilibrio entre los errores de cada cual. Luchetti declaraba al respecto que los hijos e hijas no cometen los mismos erros de los padres y madres, sino otros distintos, porque que tu madre o tu padre estén equivocados no significa necesariamente que tú tengas razón.

Pero en cierto modo Anna y Sandro, ya de mayores, se vengan de unos sexagenarios Vanda y Aldo. No les perdonan que en la infancia les hicieran pagar sus diferencias conyugales, fruto de una crisis provocada por la infidelidad de él, al tener una aventura con una compañera de trabajo más joven en la emisora de radio donde era locutor. Estaban demasiado ocupados con sus peleas para acordarse de su niña y de su niño.

Se alternan los diferentes puntos de vista de ella y de él, como hacía Robert Benton en ‘Kramer contra Kramer’ (1979), aunque el estilo recuerda más al de Noah Baumbach en ‘Historia de una matrimonio’ (2019), que tenía muy presente el clásico de Ingmar Bergman ‘Secretos de un matrimonio’ (1974).