Víctor Esquirol
Crítico de cine
CRíTICA ‘FIRE ON THE PLAIN’ (SECCIóN OFICIAL)

El fuego que todo lo consume

Fotograma de ‘Fire on the plain’. (ZINEMALDIA)
Fotograma de ‘Fire on the plain’. (ZINEMALDIA)

En una ciudad perdida en la provincia china de Cantón se está produciendo una serie de crímenes que tienen en jaque a la Policía: ha muerto asesinado un taxista, y después otro. Las circunstancias en que se han ejecutado estos terribles actos son tan parecidas que, evidentemente, se baraja la posibilidad de un asesino en serie. El año, por cierto, es 1997, y una igualmente espantosa crisis económica en la región acaba de ponernos en situación. En este marco se mueve ‘Fire on the Plain’, debut en la realización del director de fotografía Zhang Ji.

Una película que, se puede decir, ya puede considerarse como una de las grandes revelaciones no solo en lo que va de concurso de esta 69ª edición de Zinemaldia, sino también en lo que llevamos recorrido de esta temporada cinematográfica. Se trata de una mezcla impresionante entre thriller criminal y drama social, en el que la narración, a pesar de tener claro su carácter coral, se nos muestra en todo momento como una sola línea. De una nitidez que resalta magistralmente la turbiedad del entorno: un mar de luces tenues que iluminan unos escenarios donde impera la desolación de la desindustrialización.

Así brilla, nunca mejor dicho, ‘Fire on the Plain’ a nivel visual, un apartado donde destaca la prodigiosa labor de otro director de fotografía, Zhiyuan Chengma. Pero es que donde también impacta es, como decía, a la hora de trenzar una narración cuyo implacable sentido de la causalidad (y también de la casualidad), la lleva a instalarse en una toma de decisiones que, en ocasiones, nos asoman al más glorioso de los abismos: el que aguarda después del salto al vacío. Y descoloca (mucho, por supuesto), pero analizado ya con la sangre fría, parece que todo obedece a una lógica contra la que no se puede luchar. ¿El peso del destino? ¿La voluntad colectiva de una sociedad? No se sabe.

Por ejemplo, un chaval conflictivo sigue a su padre hasta la fábrica donde trabaja, es decir, allí donde el progenitor concreta sus chanchullos (mientras todo a su alrededor parece desmoronarse). Después de presenciar el enésimo soborno, espera un momento de soledad para reclamar su tajada en este nada desdeñable botín a base de dinero sucio. Abre un cajón, toma un fajo de billetes y sale a la calle. La cámara le sigue… como igualmente le sigue (con total discreción) otro personaje crucial en esta función, quien pacientemente espera su momento para apoderarse de esta tentadora suma de yuanes. Un personaje nos lleva a otro; una situación a la siguiente, y todo tiene sentido, sí…

Pero cuando creemos que estamos entendiendo las reglas del juego, cuando nos convencemos de que nos podremos anticipar a los movimientos de Zhang Ji, entonces este saca un camión de la chistera, y hace que nos pase por encima. Hasta que esto sucede (por primera vez), su película se mueve con tal elegancia, con tanta comprensión, tanto de la dimensión humana de sus personajes, como del escenario que habitan, que parece que nos estemos paseando por los territorios de la apabullante perfección del maestro Diao Yinan. Y efectivamente, el nombre del autor de ‘El lago del ganso salvaje’ o ‘Black Coal’ (ganadora en 2014 del Oso de Oro en Berlín) aparece en los títulos de crédito en calidad de productor ejecutivo.

Como sucedía en estos dos –imprescindibles– títulos, el ejercicio de intriga a través del cual se articula la trama sirve como magnético pretexto para arrojar luz sobre un contexto que, inevitablemente, marca la manera en que se comportan los engranajes del thriller. Es la quintaesencia de este nuevo noir chino. Un círculo perfectamente dibujado en la escritura del guion, pero también en una puesta en escena que dota de sentido cada detalle del escenario. Un apartamento, una galería de arte, la escalera de un bloque de apartamentos, unas oficinas destartaladas, unos baños, un tugurio donde la clase obrera ahoga sus penas con alcohol y recitales de karaoke…

Cada etapa en el camino irradia actividad, ajetreo, vida. Porque en ‘Fire on the Plain’ evidentemente importa el primer plano, allí donde los actores recitan las frases que, en principio, nos ayudarán a desvelar los misterios de la trama, pero el segundo tiene un peso igualmente fundamental. Allí vemos, a lo lejos, un kilométrico tren de mercancías romper el horizonte, o la colosal chimenea humeante de una factoría, o un grupo de operarios trajinando un mueble más grande que todos ellos juntos. También, muy de pasada, alcanzamos a ver un fuego que, muy a lo lejos, ha tomado posesión de una colina. Y sabemos, y al rato comprobamos, que su calor nos va a abrasar en cualquier momento. No hay nada casual ni gratuito. Miremos donde miremos, las imágenes no paran de darnos información: sobre los personajes; sobre las circunstancias que les empujan a ser como son.

Está todo allí, esperando a que lo captemos primero, y lo desencriptemos después. En su primer acto, ‘Fire on the Plain’ da una lección incontestable en la presentación y disposición de la infinidad de elementos reveladores con los que tenemos que trabajar. Es ya en el segundo acto, después de un muy arriesgado salto temporal, cuando el producto se empeña en cuadrarlo todo; en encontrar una resolución palpable a la pregunta sin respuesta que alimentaba buena parte de su interés. Ahí es cuando la película pierde algo de ese sentido de la –increíble– naturalidad; de ese contacto con la realidad que la ha elevado hasta entonces. Pequeño traspié artificioso que para nada extingue el fuego con el que Zhang Ji ilumina, durante casi dos horas, la influencia de «los otros» en la concreción de todos los buenos y malos actos que nos definen.