Periodista / Kazetaria
Elkarrizketa
Juan de Diego
Trompetista del grupo Grebalariak

«Siento envidia de los cantautores que salen a un escenario y reivindican causas políticas»

El trompetista bilbaino Juan de Diego regresa a la escena musical con un nuevo álbum titulado ‘Greba’, un memorial jazzístico dedicado a los trabajadores anarquistas catalanes del principio del siglo pasado. El disco se viste de un cuarteto eléctrico llamado Grebalariak.

Juan de Diego, trompetista del grupo Grebalariak.
Juan de Diego, trompetista del grupo Grebalariak.

El trompetista Juan de Diego (Bilbo, 1968) no es, según sus propias palabras, «un jazzman al uso». Parece más el historiador de un nuevo tiempo que sigue las rutas de dadaístas inmortales, recupera tesoros libertarios y reinventa el mestizaje para adentrarse por caminos que son pura melodía. Y en ese afán transfronterizo que le mueve, de alquimia creadora, surge ahora su quinto trabajo, ‘Greba’, un memorial jazzístico a los trabajadores anarquistas que en 1919 doblaron el brazo a la poderosa central térmica que lideró la Barcelona matonista de principios del siglo XX, La Canadiense. El resultado obtenido con su cuarteto, bautizado con el nombre Grebalariak, es pura electricidad. Residente en Catalunya desde hace 28 años, profesor en el Conservatorio de Iruñea y euskaldun militante, De Diego es un músico despierto, de ojos vivaces, ingenioso y comprometido.

Una de las originalidades del disco es que no tuvieron tiempo de prepararlo. Fue casi como un acto de inspiración colectiva.

Efectivamente. Todos los discos anteriores, tanto con mi grupo como con De Diego Brothers y otros, se comienza con unos temas que has escrito y vas ensayando. Añades cosas, quitas otras, hasta que finalmente conformas el repertorio, entras en una sala de grabación y lo haces. En este caso lo invertimos todo. En plena pandemia, en junio de 2020, llamé a los músicos y les dije que quería montar una cosa con ellos. Hicimos tres ensayos y fuimos directamente al estudio. Salió muy bien.

¿Cómo surgió la idea de homenajear a los trabajadores que en 1919 se enfrentaron en Barcelona a una de las empresas eléctricas más poderosas de su tiempo como La Canadiense?

Pues podría decir que fue tangencial. En 2019 recibí la llamada de un amigo que había escuchado el anterior disco, titulado “Uda labur hori” en recuerdo del líder revolucionario anarquista Buenaventura Durruti y del ensayista Enzensberger. Me dijo que la CNT iba a conmemorar el centenario de aquella huelga contra La Canadenca de Barcelona y querían que participáramos en un concierto organizado en los antiguos los terrenos de la fábrica que hoy son los Jardins de les Tres Xemeneies, en la Avenida del Paralelo. La idea me pareció fantástica y escribí un tema específico que titulé “Greba”. A partir de ahí todo se encadenó. Monté un cuarteto que decidí llamarlo Grebalariak en homenaje a aquella peña, un poco en contraposición a los nombres que solemos poner a los grupos, siempre quartet, group o trío.

Citaba el simbolismo de su disco «Uda labur hori» porque homenajea a personajes históricos del pensamiento libertario, algo inusual en el mundo jazzístico. ¿Cómo ha influido esta filosofía política en su carrera musical?

A nivel personal es indudable. Y lo personal es fácil que se traslade a tu creatividad e inspiración. Yo conocí el anarquismo relativamente tarde. Un buen amigo de un local libertario que hay en el barrio Gótico de Barcelona llamado La Vaca me regaló “El corto verano de la anarquía”, de Enzensberger, y me quedé maravillado. Me pareció el mejor libro de historia que jamás había leído. Descubrí personajes con una bondad y generosidad extraordinaria, antagónicos a esa imagen del anarquismo que algunos utilizan para referirse al caos, la destrucción, el desorden o el desmadre. Pura ignorancia. Aquella gente, figuras como Federica Montseny, eran pacifistas, nudistas, feministas, ecologistas, higienistas, ¿utópicos? Pues también, pero muy adelantados a su tiempo.

A los jazzmen siempre se les ha acusado de no comprometerse con las cuestiones políticas, incluso con la segregación racial que sufre la comunidad afroamericana, ¿por qué?

Es cierto y no entiendo el motivo. En una ocasión, un baterista que se sintió molesto con algún comentario que hice durante un concierto me dijo que los músicos no hablamos de política. Pues no estoy de acuerdo. Creo que podemos opinar sobre la injustica social y contextualizar la música que hacemos si está inspirada en una historia. ¿Por qué no? Yo siempre he sentido envidia de los cantautores que salen a un escenario y reivindican causas que a ellos les parecen oportunas. En cambio el jazzman llega, hace su concierto a un nivel culto y se va. A veces echo en falta más nexo con la peña. Uno de los pocos que lo hizo fue Miles Davis y también Louis Armstrong, pero en el mundo del jazz no es común escuchar soflamas reivindicativas en público.

Como Miles Davis, usted también dedica un tema a Jack Johnson, el primer campeón negro en la historia del boxeo, pero lo hace con un guiño explosivo al movimiento dadaísta. ¿Una mezcla extraña para romper las formas tradicionales de expresión?

El tributo de Davis a Jack Johnson es maravilloso. Es un disco hecho de una manera superorgánica e improvisada, donde también muestra su compromiso con la lucha racial de los afroamericanos en EEUU que aún sigue vigente. En mi caso, y salvando las distancias, todo el proceso se configuró de forma diferente, pero no es una mezcla extraña. Johnson vivió un tiempo en Barcelona, frecuentó los ambientes cabareteros del Paralelo en 1916, hasta que le organizaron un combate en La Monumental contra uno de los precursores del dadaísmo, Arthur Cravan, sobrino de Oscar Wilde, poeta y boxeador aficionado. Como puedes imaginar, aquello fue una farsa, pero la historia que le rodea me pareció increíble. Así que decidí incluirlo en este álbum con el título “Jack Johnson eta dadaistak”. Una parte de la ilustración interior del disco es una partitura que me la curré con una foto de Johnson, recortes y un texto al estilo de lo que hacían Duchand y todos esos para provocar reacciones. O John Cage, aunque no fuera un dadaísta propiamente. En Tacet se pasa 4 minutos delante de un piano sin tocar una sola nota aunque tuviera toda la música escrita. Son obras nada convencionales e irrepetibles que me encantan.

A menudo recuerda sus inicios en Barcelona, cerca de la plaza Orwell, donde vivió, los garitos de la noche... ¿Ha cambiado mucho en estos años de turismo masivo y gentrificación?

Muchísimo. Yo viví en el Carrer dels Escudellers, muy cerca de la plaza de George Orwell que todos la conocemos como la Plaza del Tripi, el primer lugar de Barcelona donde pusieron cámaras de vigilancia. En los años 90, esto era el epicentro de un movimiento precioso, el mestizaje, con Manu Chao y esa gente, que tocaban en bares como el Bahía, el Oviso y tal. O La Vaca, que no había camareros pero cuando cerraban todo, te levantaban la persiana y te ponías a tocar entre carteles de la CNT. Era una época en la que pasaban cosas bonitas. Pero todo eso ha desaparecido.

Tocar en locales como Jamboree suponía la supervivencia para muchos músicos de jazz asentados en Barcelona.

Es que vivíamos de los ‘bolos’. Dar clases te aportaba un plus pero nuestro sustento económico eran los conciertos. Hoy en día ya no es así. ¿Por qué? No lo sé. Un famoso cantautor vasco me dijo en una ocasión que cuando montaron el Bellas Artes, Zumeta dejó de vender cuadros. Pues algo parecido ha sucedido en Barcelona con el jazz. Ahora existen cuatro escuelas en la ciudad y hay 750 trompetistas, muchos de ellos muy buenos. Y luego está la decadencia. Si hoy vas a la Knitting Factory de Nueva York sólo encuentras a ocho personas sentadas. Es un fenómeno universal. Veremos qué sucede cuando pase la pandemia.

¿Quién es Juan de Diego?

¿Quién soy? Umm, pues un compendio de cosas, aunque me gustaría pensar que sigo siendo un jazzman.