Palacio de Ibaigane, sede del Athletic Club. Una casa de estilo señorial neo-vasco construida en 1989 en la calle Mazarredo, junto a la ría, no en vano sus propietarios –Ramón Sota y Llano y Catalina Aburto– eran navieros y representantes de la burguesía que convirtió a Bizkaia en un pujante eje industrial a principios de siglo.
Entrar en Ibaigane tenía su ‘cosa’ la tarde-noche del jueves pasado, no en vano la presentación de ‘Los Sota. Esplendor y venganza’ (Erein), de Eugenio Ibarzabal, propició que se exorcizasen algunos “fantasmas” del pasado... que no está tan lejano, ni en el tiempo ni en las consecuencias. Representantes de la familia Sota, algunos de quinta generación –se oía inglés, algunos venían de París...– lo atestiguaban con sus preguntas: «¿Por qué venganza?».
Ibaigane era la residencia principal de los Sota hasta que fue requisada por los franquistas en 1937, al igual que otros edificios... como el de la Gran Vía o el que ocupa todavía hoy en día la Comandancia de Marina. Eran parte del codiciado botín de guerra ansiado por Franco: siderurgias en Sagunto, navieras en Bizkaia...
En la ruina de los Sota hubo traición y hasta cosas ‘extrañas’, como que los herederos no recuperasen parte de los bienes robados hasta la década de los 80, previo pago de una multa millonaria a Hacienda. «Sobre lo de la multa convertida en deuda a Hacienda, en plena democracia: sin comentarios», en palabras de Ibarzabal.
Dos años le ha llevado completar este trabajo, con el que cierra una trilogía compuesta por su autobiografía (‘Días de ilusión y vértigo 1977-1987‘) y ‘Juan de Ajuriagerra’. Exhaustivamente documentada, la novela está plagada de información pero, a la vez, resulta muy fácil de leer gracias a un estilo muy periodístico.
Tres personajes, tres épocas
La reconstrucción de lo que pasó con los Sota que ha ido tejiendo Ibarzabal se realiza a través de tres personajes principales, aunque se entrecruzan muchos otros apasionantes como Manu de la Sota –gudari, espía y vividor «en el buen sentido de la palabra»–, el musicólogo aita Donostia –el órgano en el que tocaba está en el tercer piso de Ibaigane–, Unamuno, Légasse...
Pero el primero y el principal protagonista es Ramón Sota y Llano, un poder fáctico en aquel Bilbo de principios de siglo XX. Nacionalista convencido, fue perseguido incluso después de muerto, porque se le acusaba de que «sin él no hubiera existido el nacionalismo de Sabino Arana».
Ibarzabal lo niega: «Si algo ofreció al nacionalismo fue prestigio social y cuadros. La venganza es un tema capital aquí, porque lo que pasa es fruto de una venganza. Una, claramente personal [José Luis Aznar Zabala, hijo de su socio, se quedó con sus empresas]; otra, de la derecha monárquica bilbaina y también de la izquierda de la República, que le tiene poca simpatía por su trayectoria contraria a las organizaciones de resistencia. No se vengaron, pero ayudaron poco».
El segundo personaje es su hijo Ramón Sota Aburto, quien intentó esquivar el expolio y lo perdió en un juicio en Londres; y el tercero es Ramón Sota MacMahon, gudari frustrado, espía para los aliados y causante de la expulsión en los 60 del Estado francés de los fundadores de ETA Julen Madariaga e Eneko Irigarai.