Proceso vasco y procés catalán, un diálogo complejo e indirecto, pero real
ETA anunció el fin de su actividad armada en octubre de 2011. Pocos meses después, en marzo de 2012, se presentó en Barcelona un nuevo agente, la Assemblea Nacional Catalana (ANC), que articularía en los siguientes años el movimiento cívico más masivo e impactante de la última década en Europa. ETA cerraba la persiana, el Procés la abría. La secuencia temporal de los hechos invita a especular con improbables causalidades entre ambos hechos. No seguiremos esa vía, pues cada proceso bebe de fuentes propias. Pero tan temerario resulta buscar esas causalidades concretas como negar los vasos comunicantes entre ambos.
El diálogo entre los dos procesos es complejo pero posible, porque se han condicionado mutuamente, aunque haya sido de forma indirecta. Quizá se entrevea de forma más gráfica con un ejercicio de política ficción: ¿El proceso soberanista catalán se hubiese desarrollado de igual forma con atentados de ETA cada cierto tiempo? O en sentido inverso: ¿El inacabado camino hacia la paz en Euskal Herria hubiese sido tan tortuoso sin más de dos millones de catalanes pidiendo activamente la independencia de su país?
No parece demasiado arriesgado señalar, en primer término, que el fin de la lucha armada puso algo más complicadas las cosas al Estado español a la hora de gestionar, sobre todo de cara a la comunidad internacional, un embate catalán que alzó la bandera democrática como «leitmotiv». Después de años asegurando que sin bombas todo era posible, el Estado español tuvo que asumir ridículos espantosos en foros internacionales para seguir negando una salida democrática a la demanda catalana de autodeterminación. La decisión de ETA pudo allanar el camino para que el carácter autoritario español se expresase sin excusas ni subterfugios en Catalunya, como la propia organización apuntaba en su última entrevista, publicada por GARA en formato de libro.
En otra dirección, el proceso catalán, por mucho que haya fracasado en su tentativa actual, ha puesto encima de la mesa la posibilidad real de construir grandes mayorías electorales y amplios movimientos de masas capaces de poner en jaque al Estado. También se ha demostrado que esas mayorías y movimientos deben ser todavía más masivos, pero esta vía sigue viva, y ha podido allanar algunas transiciones en Euskal Herria.
En este sentido, y siguiendo este hilo, diría que los vascos hemos mirado más a Catalunya que a la inversa. Queriendo marcar distancias con el conflicto armado vasco, una parte del independentismo catalán ha obviado –al menos hasta el 1 de octubre de 2017– que, siendo Euskal Herria y Catalunya diferentes, el Estado al que se enfrentan es el mismo. Su negativa autoritaria a abordar democráticamente un conflicto político es la misma en ambos países. Quizá las lecciones vascas hubiesen servido en algunos sectores –no todos– para anticipar la cerrazón española, así como para depositar en la comunidad internacional y en los tribunales europeos, la dosis justa de esperanza, no más.
Pero esto, por último y por fortuna, no significa que ambos pueblos vivan de espaldas. Igual que el cambio estratégico de la izquierda abertzale abrió la puerta a la conformación de frentes amplios que acabarían desembocando en EH Bildu, la decisión anunciada por ETA el 20 de octubre de 2011 de poner fin definitivamente a la lucha armada abrió la puerta también a nuevas alianzas en el Estado, especialmente en Galiza y Catalunya. Algo que se ha traducido en candidaturas conjuntas como las de Orain Errepublikak al Parlamento Europeo (1,2 millones de votos junto a ERC y BNG), y en hitos como la Declaración de la Llotja de Mar, que reunió a todas las fuerzas soberanistas de los pueblos del Estado español –con la autoexclusión del PNV– y que ha tenido continuidad con la reciente convocatoria del apagón contra los abusos del oligopolio eléctrico español.
Para acabar, quizá no sea demasiado osado sugerir que, pese a todas las diferencias existentes, y pese a los ritmos a menudo desacompasados, los movimientos tectónicos generados por el fin de la lucha armada de ETA en Euskal Herria y por la activación del proceso soberanista en Catalunya, han acercado posiciones en ambos pueblos, abriendo la puerta a un camino todavía por recorrer: ese que permite dejar de hablar de problema vasco o catalán y empezar a hacerlo de problema español.