Mikel Insausti
Crítico cinematográfico

Cómo se construye un mito cultural

‘EIFFEL’
Estado francés-Alemania. 2021. 108’. Dtor.: Martin Bourboulon. Guion: Caroline Bongrand. Prod.: Vanessa Van Zuylen. Int.: Romain Duris, Emma Mackey, Pierre Deladonchamps, Armande Boulanger, Bruno Rafaelli, Phillippe Herisson, Alexandre Steiger, Stéphane Boucher, Joseph Rewzin.

Romain Duris enarna al arquitecto Gustave Eiffel en su gran obra. (NAIZ)
Romain Duris enarna al arquitecto Gustave Eiffel en su gran obra. (NAIZ)

La vida de Gustave Eiffel es llevada a la pantalla por el realizador Martin Bourboulon, que así da un ambicioso e inesperado giro a su carrera, tras sus inicios con las comedias familiares ‘Papá o mamá’ (2015) y ‘Papá o mamá’ (2016), éxitos de taquilla en el mercado francófono que le han permitido plantearse proyectos más grandes y espectaculares, como la nueva adaptación de Dumas en dos partes rodadas a la vez con ‘Les trois mosquetaires: D’Artagnan’ (2022) y ‘Les trois mosquetaires: Milady’ (2022), para las que cuenta con un lujoso reparto que incluye de nuevo a Romain Duris, además de Eva Green, Vincent Cassell, Vicky Krieps, Louis Garrel, Lyna Khoudri, Oliver Jackson-Cohen, Pio Marmai y François Civil.

En ‘Eiffel’ (2021), en cambio, Romain Duris es el protagonista absoluto, como si su personaje histórico de Gustave Eiffel tuviera que sostener todo el peso de la construcción que lleva su nombre. Todo el biopic gira alrededor de su melodramática interpretación, que utiliza como eje y pretexto narrativo su romance con Adrienne Bourgués, interpretada por Emma Mackey, como si esta mujer de su pasado con la que se reencuentra en un momento clave de su trayectoria profesional le hubiera inspirado la famosa torre parisina.

Pero a la hora de hacer balance en la memoria del espectador va a quedar más grabada la parte dedicada a su máxima obra monumental que a su historia de amor, por lo que tiene de grandiosa y espectacular. La recreación de época es perfecta, y los efectos digitales logran la inmersión en el desarrollo de un proyecto destinado a perdurar, a través de un proceso apasionante, con sus tensiones, obstáculos y accidentes.

Claro que el chovinismo resulta inevitable, y al final se impone el mito cultural que París lleva vendiendo al mundo desde la Exposición Universal de 1889, cuando nuestro arquitecto recibió el encargo que le hizo inmortal.