El Ente Vasco de la Energía ha publicado este mes el balance energético del año 2020, momento oportuno para comparar los datos con los objetivos fijados hace una década, en la “Estrategia energética 2020” aprobada por el Gobierno de Patxi López en diciembre de 2011. Más allá de constatar el fracaso de algunos de los objetivos, el ejercicio sirve para identificar algunas de las grandes dificultades que plantea la transición energética.
El más evidente es el punto referido al consumo de petróleo. En el documento aprobado hace una década, se establecía como segundo objetivo «reducir el consumo final de petróleo en el año 2020 un 9% respecto al año 2010». Ni siquiera hace falta sacar los porcentajes para constatar el fracaso, porque el consumo final no solo no se ha reducido, sino que ha aumentado. En 2010 se consumieron en la CAV 2.012 ktep (kilotoneladas equivalentes de petróleo), mientras que en 2020 fueron 2.036 ktep.
No hay que olvidar, además, la gran peculiaridad del 2020, que fue el año en el que irrumpió la pandemia del coronavirus. Si echamos la vista atrás solo un año, nos encontramos con que en 2019 el consumo de petróleo fue de 2.285 ktep, un 13,7% más alto que hace una década. Y los consumos fueron incluso mayores en años previos.
Expectativas frustradas
En ese segundo objetivo también se apuntaban la necesidad de favorecer «la desvinculación con el sector transporte», la utilización del vehículo eléctrico «con 37.100 unidades en el mercado» y un horizonte en el que «las energías alternativas en el transporte por carretera alcancen el 15%».
El fracaso en estos puntos es descomunal. El consumo de derivados del petróleo no solo no se ha desvinculado del sector transporte, sino que ha crecido impulsado por él. En 2010, el sector consumió 1.646 ktep de petróleo. En 2020, pese al parón económico provocado por la pandemia, consumió 1.796 ktep, un 9% más. Solo un año antes, en 2019, el transporte consumió 2015 ktep, un 22% más que en 2010.
Lo ocurrido con los vehículos eléctricos, por otra parte, nos pone en guardia ante las previsiones optimistas que se siguen haciendo hoy día: hace una década se hablaba de tener 37.100 vehículos en el mercado para el año 2020, pero lo cierto es que, según la DGT, en diciembre del año pasado había matriculados en la CAV exactamente 2.861 vehículos eléctricos de todo tipo.
En consecuencia, el último objetivo sobre el porcentaje de energías alternativas en el transporte por carretera también queda lejos. El informe no desglosa los consumos por tipo de transporte, pero para el global del sector, los derivados del petróleo siguen constituyendo el combustible en el 92,8% de los casos. Y en el 6,5% hablamos de los biocombustibles, cuyas virtudes están en tela de juicio desde hace años. Solo el 0,7% de la energía empleada en el sector del transporte es eléctrica, lo que obliga a tomar con mucha cautela las actuales previsiones sobre el sector del transporte, en especial el de carretera, en el que Lakua aspira a ampliar la cuota de energías alternativas al petróleo hasta un 25% en 2030.
Renovables, un lento progreso
El apartado dedicado al petróleo muestra a las claras las dificultades reales que los objetivos de transición energética para la lucha contra la emergencia climática se están encontrando. Pero hay más. Aunque se logran algunos de los hitos fijados –como el nada desdeñable descenso del consumo de energía primaria, que ha pasado del máximo histórico de 7.872 ktep en 2008 a 5.888 ktep en 2020–, el apartado de las energías renovables, clave en la transición, es demoledor.
Hay un punto, concretamente el tercer objetivo fijado en el documento de hace una década, que sí que se ha cumplido, pero que puede generar confusiones. El objetivo era incrementar el aprovechamiento de las energías renovables para alcanzar una cuota de renovables en el consumo final del 14%. Lo cierto es que, esta cuota en 2020 se ha elevado al 16,9%, por lo que el objetivo en sí se ha alcanzado. La forma de hacerlo, sin embargo, puede generar dudas, ya que el 62,2% del aprovechamiento de energía renovable la constituye la biomasa, una fuente de energía difícil de medir y de crecimiento en cualquier caso limitado. Se trata, según la define el propio balance del EVE, de la parte energéticamente aprovechable de «toda la materia orgánica procedente de la actividad de los seres vivos».
La segunda mayor aportación al aprovechamiento de energía renovable la constituyen los biocarburantes, en un 21,7%, una fuente de energía cuya sostenibilidad viene siendo puesta en duda desde hace años. La parte de las energías que nos vienen a la cabeza cuando hablamos de renovables es muy limitada: la hidroeléctrica supone un 5,4% de toda la «energía renovable», la eólica un 4,9%, y la solar un 5,8%.
Es el fracaso en el cuarto objetivo, en cualquier caso, el que puede resultar decepcionante. En ese punto, la “Estrategia energética 2020” hablaba de «aumentar la participación de la cogeneración y las renovables para generación eléctrica». El objetivo concreto era subir del 18% del año 2010, al 38% en 2020. Es decir, que cuatro de cada diez Mw de energía eléctrica proviniesen de las renovables o de la cogeneración –producción combinada de energía térmica y eléctrica–.
Lo cierto es que nos hemos quedado a años luz, ya que del 18% de 2010 se ha pasado a un 22,2%, lejos del objetivo del 38%. La mayor parte de la discreta subida, además, se corresponde al apartado de la cogeneración – que pasa del 12,5% al 15%–. En una década, la participación de las renovables en la generación de energía eléctrica solo ha pasado del 6,3% al 7,7%.
Los límites de la transición
La “Estrategia energética 2020” fue sustituida hace cinco años por la “Estrategia energética 2030”, con objetivos algo más difusos y, en cualquier caso, con un horizonte de tres lustros que hace difícil evaluar el presente. Es por eso que resulta útil tomar la referencia del anterior plan, que permite contrastar con la realidad aquello a lo que se aspiraba en un determinado momento. De lo contrario, corremos el riesgo de sustituir eternamente un plan por el siguiente, sin comprobar su traslación a la realidad.
Es en este sentido que el ejercicio presentado en este artículo puede ser útil. En 2011 parecía real que en el mercado de la CAV pudiese haber ahora mismo 37.100 vehículos eléctricos; esa era la solución tecnológica que se presentaba entonces –y todavía hoy, en muchas ocasiones– como gran alternativa a la dependencia del sector del transporte respecto al petróleo. La cifra de los 2.861 vehículos eléctricos matriculados, sin embargo, nos habla de la distancia entre lo que se esperaba y lo que ha ocurrido en la realidad. También supone un aviso ante las soluciones que lo fían todo a un futuro desarrollo tecnológico siempre incierto.
Los vehículos eléctricos pueden llegar a cumplir un papel, pero siguen siendo costosos, tienen límites y presentan serios problemas –como la red de estaciones de carga– a la hora de pensar en una sustitución total. Mientras, es el transporte el que sigue tirando para arriba el consumo total de petróleo, en un momento en el que, superado el llamado peak oil –pico de máxima extracción–, el oro negro es más escaso y resulta cada vez más costoso obtenerlo.
Con las renovables ocurre algo parecido. Si retiramos de la ecuación la biomasa y los biocarburantes, nos quedamos con proporciones muy pequeñas en cuanto a la aportación de las renovables al consumo total de energía. Y lo que es más preocupante, la evolución muestra un crecimiento muy lento. Esta aportación, además, está destinada sobre todo a la generación de energía eléctrica, que sigue suponiendo en torno al 25% de la energía total consumida en Araba, Bizkaia y Gipuzkoa. ¿Qué pasa con el restante 75% que hoy en día concentran, básicamente, el petróleo y el gas natural?