Martxelo Diaz
Aktualitateko erredaktorea / redactor de actualidad
Elkarrizketa
Diego Díaz
Autor de ‘Pasionaria. La vida inesperada de Dolores Ibarruri’

«La política permitió a Pasionaria tener voz propia»

En noviembre se han cumplido cien años de la fundación del PCE. En este contexto, Diego Díaz ha publicado para la editorial asturiana Hoja de Lata una biografía de Dolores Ibarruri «Pasionaria», nacida en Gallarta el 9 de diciembre de 1895 y la principal dirigente del partido durante décadas.

Diego Díaz, autor de ‘Pasionaria. La vida inesperada de Dolores Ibarruri’. (Iván G. FERNÁNDEZ)
Diego Díaz, autor de ‘Pasionaria. La vida inesperada de Dolores Ibarruri’. (Iván G. FERNÁNDEZ)

Dolores Ibarruri, de Gallarta a convertirse en dirigente del movimiento comunista a nivel internacional. Uno de los elementos que destaca en su biografía es precisamente el de ser mujer. Habla de feminismo de clase obrera.
Nunca se definió como feminista, palabra que le sonaba pequeñoburguesa, pero siempre tuvo claro que las mujeres tenían problemas específicos, añadidos a los propios de la clase obrera. Con esa intuición feminista, ella, Irene Falcón y la Secretaría Femenina del PCE pusieron en marcha el Comité de Mujeres contra la Guerra y el Fascismo, que con el tiempo se convertiría en la Agrupación de Mujeres Antifascistas, una organización de masas tan exitosa que llevó a las militantes libertarias a mover ficha y fundar como respuesta Mujeres Antifascistas. Pasionaria y sus compañeras fueron claves en introducir temas como la igualdad salarial, la participación de las mujeres en los sindicatos, los permisos de maternidad o la necesidad de guarderías públicas. Asuntos que para el feminismo de clase media no eran tan importantes como para ellas, militantes del movimiento obrero.

Habla de «falla en el sistema» para definir la trayectoria de Dolores Ibarruri. Era una «rara avis». Una mujer cansada de hilar, parir y llorar.
Se casó con un minero del PSOE que le descubrió el movimiento obrero y el socialismo, pero se asfixiaba como ama de casa y cuidadora. Nunca había querido depender de un hombre. La participación política le abrió la posibilidad de tener voz propia y ser independiente desde todos los puntos de vista, también el económico. Cuando el PCE la llama para trabajar en Madrid deja atrás a su marido y su pueblo para vivir una nueva vida como mujer emancipada en la capital de la Segunda República. Allí conoce a Francisco Antón, 14 años más joven, y vive con él una historia de amor muy adelantada para su época.

Otro elemento de la biografía de Ibarruri es el de la necesidad de la formación permanente. Ella misma quiso ser maestra pero no pudo.
Admiraba a su maestra en Gallarta y quería ser como ella. Desde niña le gustaba leer, escribir y enseñar, pero su familia le impidió cursar los estudios de Magisterio por razones machistas. Les parecía mal que sus hermanos fueran obreros manuales y ella maestra. Por eso la militancia política le permitió realizar de algún modo esa vocación que sus padres habían frustrado con 15 años.

La represión tras la Revolución de 1934 y la Guerra de 1936-1939 son imprescindibles para comprender su referencialidad.
Mientras el PSOE se encuentra muy dividido con respecto al fracaso de Octubre de 1934, los comunistas sacan pecho de su papel en el movimiento y son quienes más eficazmente organizan la lucha contra la represión gubernamental. A través del Comité Pro Infancia Obrera que apoya a los niños de familias asturianas represaliadas, Dolores se convierte en un personaje popular. Después, con la campaña del Frente Popular y sus intervenciones como diputada comunista, esa fama se agrandará, pero será sobre todo en la Guerra Civil cuando se convierta en la gran figura política internacionalmente conocida, y amada y odiada casi a partes iguales.

Otro capítulo esencial de su vida es la estancia en la URSS, donde muere su hijo Rubén en la defensa de Stalingrado.
Rubén fue coherente con su militancia antifascista. Nunca utilizó la influencia de su madre para buscarse un destino seguro. Al contrario, trató de ser un comunista ejemplar. Regresó de la URSS a España para combatir en la Guerra Civil siendo casi un adolescente, estuvo en un campo de concentración en Francia después de la derrota republicana, y en la Segunda Guerra Mundial pidió ir a primera línea de fuego. Su muerte heroica termina de redondear la leyenda de Pasionaria, pero al precio de sumir a su madre en una profunda depresión. Fue el quinto hijo al que le tocó enterrar, y el más querido. 

¿La posición de condena de la intervención soviética en Checoslovaquia fue un punto de inflexión? En su biografía no elude su adhesión inquebrantable a Stalin.
Fue una ferviente estalinista. Ocultarlo sería engañar al lector. También apoyó la invasión de Hungría en 1956, que frustró el proyecto de una reforma democratizadora del socialismo. Sin embargo, en 1968, tanto ella como la mayoría de dirigentes comunistas occidentales consideraron que invadir Checoslovaquia era un error. Creían en el experimento del «socialismo con rostro humano» que estaban impulsando los dirigentes checoslovacos y además sabían que la intervención del Pacto de Varsovia lastraría en Europa Occidental su credibilidad como partidos democráticos. Tanto el PCE como el Partido Comunista Italiano lo tuvieron muy claro. Enfrentarse públicamente al PCUS tuvo que ser muy desagradable para ella y sufrió presiones muy serias de los dirigentes soviéticos para que no lo hiciera. De algún modo, creo que la desestalinización de Dolores empezó siendo muy epidérmica y llegó en torno a 1968 a ser algo más profunda.  

¿Cuál fue su relación con Carrillo? En el siglo XXI, Carrillo aparece cada vez más cuestionado especialmente por su papel en la llamada Transición. Sin embargo, Ibarruri mantiene un halo de referencia simbólica.
Conocía bien a Carrillo. Trató de frenar sus ambiciones hasta que en 1960 tiró la toalla y le entregó el partido. Santiago también la conocía a ella y supo halagar su vanidad. Era consciente de que la gran figura carismática del partido era ella y no él, y la cuidó y mimó para tenerla siempre de su lado. Mejor o peor avenidos, funcionan como un pack, hasta que el tándem se rompe en torno a 1982, cuando tras el desastre electoral del PCE Gerardo Iglesias se convierte en el nuevo secretario general. Ella se queda en el partido, mientras que Carrillo no comprende que su tiempo ha pasado y se empeña en alargar su carrera política con una aventura estrafalaria como fue el Partido de los Trabajadores de España-Unidad Comunista.

Nacida en Bizkaia, su conciencia de clase surgió en la Zona Minera de Euskal Herria. ¿Mantuvo una adhesión a su tierra de origen?
Su raíz vasca siempre estuvo muy presente. Su padre era euskaldun y, aunque ella no lo hablaba, usaba algunas palabras y le gustaba cantar canciones en euskara. Tanto durante el Proceso de Burgos como con los fusilamientos de setiembre de 1975, estuvo muy activa en la solidaridad contra la represión a los militantes de ETA. Fue, de hecho, la responsable de la revisión de las tesis del PCE sobre la cuestión nacional en 1970 con el informe “España, Estado multinacional”. Al mismo tiempo, como toda la generación de la Guerra Civil, tenía un fuerte patriotismo español y estaba convencida de que el sentimiento nacional vasco era compatible con un republicanismo federal y plurinacional.