Fernando Alonso Abad

Pateras tras el volcán

Las imágenes de la erupción del volcán de La Palma tienen un particular poder hipnótico. Pero mientras los ojos se clavan en el espectáculo sobrecogedor, a las costas canarias siguen llegando pateras repletas de sueños indefensos que en su mayoría naufragan en los escollos de la realidad.

Una patera en la playa de Lanzarote, dando fe muda de este drama casi diario. (Fernando Alonso Abad)
Una patera en la playa de Lanzarote, dando fe muda de este drama casi diario. (Fernando Alonso Abad)

Desde que el volcán Cumbre Vieja de la isla canaria de La Palma iniciara su violenta erupción, hace ya más de dos meses, todas las noticias que llegan desde esas latitudes atlánticas africanas están centradas en la espectacularidad de sus imágenes y en la destrucción que acompaña a semejante belleza. Violentas explosiones en el cráter, la ceniza sepultando casas y carreteras, terremotos... Y mientras la atención se centra en cómo la lava alcanza el mar, a la costa siguen llegando cada día embarcaciones repletas de inmigrantes que sueñan con una vida más justa.

Han sido miles los migrantes africanos, hombres, mujeres, niños y niñas, que han alcanzado el territorio canario a bordo de pateras desde que el pasado 19 de septiembre el volcán entrara en erupción. Muchos son los que han fallecido en el intento, o incluso tras el desembarco.

A mediados de octubre y en tan solo dos días fueron más de 500 las personas que llegaron a las costas de las Islas Canarias, doscientos de ellos a bordo de una misma embarcación en la que incluso una mujer dio a luz a dos gemelos. Uno murió y el otro fue trasladado en helicóptero tras el salvamento.

Apenas dos días antes habían llegado otras diez embarcaciones con 219 inmigrantes. Algunos días después fue otro centenar. A finales de octubre, cuatro bebés, dos hombres y al menos dos mujeres murieron durante una travesía en la que estuvieron diez días a la deriva; los cuerpos fueron arrojados al mar, por eso no se sabe con exactitud el número real de fallecidos.

Durante el mes de noviembre el ritmo de llegadas incluso se incrementó. En el primer fin de semana fueron rescatados cerca de 2.200 inmigrantes. Entre el viernes 12 y el sábado 13 de noviembre, lo fueron 242 de cinco pateras. En la madrugada del siguiente día, el 14 de noviembre, fueron rescatadas otras dos pateras con 98 personas, tres fueron trasladadas a un hospital en estado critico, recuperaron los cadáveres de ocho; durante el siguiente fin de semana alcanzaron la costa cerca de seiscientos…

Desde la dramática frialdad de las cifras, es posible que este año se superen las 13.000 llegadas registradas a lo largo del otoño del pasado año.

Podría decirse que todos los días llega a territorio canario alguna embarcación con mujeres, niños y hombres migrantes, magrebíes y subsaharianos procedente de la costa continental africana. Y si hubo un tiempo en que llegaban principalmente a Gran Canaria y Tenerife, en estos momentos las pateras alcanzan cualquier lugar de las Islas Canarias, con un mayor incremento en Lanzarote.

Y es que, como aseguran sus habitantes, es precisamente el final de verano y el otoño cuando las condiciones climatológicas son más favorables para arribar a las costas conejeras.

Incluso en la costa opuesta

En esta temporada, los fuertes vientos que acostumbran a azotar Lanzarote son mas benignos y soplan del este. Las mareas son más favorables para alcanzar el objetivo con éxito. Quienes lo consiguen lo hacen en cualquier playa o cala de cualquier punto de la franja costera lanzaroteña, y no sólo, como podría pensarse, en la parte más próxima al continente, en el lado oriental de la isla.

Así, pateras de inmigrantes llegan lo mismo a la zona de Arrecife que al lado opuesto, para lo que habrían tenido que rodear la isla y enfrentarla desde su cara más atlántica. Incluso son cada vez más frecuentes los salvamentos o desembarcos en la pequeña isla de la Graciosa, la más septentrional de las Canarias; paradójicamente, un paraíso natural en el que no hay asfalto y donde viven menos de 800 personas.

Ibrahim Mousa, un senegalés que vivió durante diez años en Gasteiz y que en la actualidad está a la cabeza de Gente Unida, asociación lanzaroteña de ayuda a migrantes, insiste en que  prácticamente todos los días llegan pateras a las costas conejeras. «En invierno comenzarán a llegar menos – asegura-, pero por cuestiones meteorológicas estos meses son de muchas llegadas. Antes iban más hacia Tenerife, pero ahora llegan más aquí y, además, a cualquier playa. Salen de la costa africana y llegan a donde sea».

Gente Unida está formada por personas procedentes de Senegal, aunque, como recuerda Mousa, «acogemos a todos; todos somos personas independientemente de la raza o la procedencia. No hay razas ni colores».

Migeltxo Soret es un donostiarra afincado en Lanzarote que lleva el ferry que comunica esa isla con la vecina de Fuerteventura. Por su trabajo en el mar no sólo tiene relación con personal de Salvamento Marítimo sino que también tiene contacto con migrantes que viajan en su barco. «Todos los días hay noticias de llegadas a costa o de rescates en el mar –asegura-. Los de Salvamento Marítimo te dicen que están trabajando 24 horas al día, sin parar». Y es que, por lo que cuenta, no solo están llegando en pateras o cayucos sino que también lo hacen en lanchas neumáticas, mucho más grandes y que pueden transportar incluso más personas.

Respecto a la procedencia, Migeltxo Soret comenta que suelen salir, sobre todo, de la costa marroquí de Tantan o el sur de Agadir, así como de las saharianas Tarfaya y Aaiun; «Estos llegan más a las islas de Lanzarote y Fuerteventura, mientras que los subsaharianos, quienes vienen principalmente desde Mauritania o Senegal, lo hacen a otras islas más al sur, como Las Palmas o Tenerife».

A Canarias desde Bangladesh

Las mafias que han acostumbrado a mover mayoritariamente marroquíes en los últimos tiempos también lo hacen con subsaharianos, «por lo que en las embarcaciones –dice Soret- están llegando juntas personas de ambas procedencias. El otro día me comentaban desde Salvamento Marítimo que habían recogido a unos de nada más y nada menos que de Bangladesh. En lugar de ir por el Mediterráneo lo hicieron por la ruta canaria. Es impresionante».

«Los que llegan de lugares como Mali, Chad o Guinea, Conacry sobre todo, han pasado meses desde que salieran de sus pueblos», se lamenta.

Migeltxo Soret, donostiarra que lleva el ferry de Fuerteventura a Lanzarote, define así el viaje de estos migrantes: «Es una auténtica salvajada, llegan destrozados»

En este tipo de flujos migratorios intervienen factores como la inestabilidad política en los países de origen, el caso actual de Mali o Guinea, y el estado coyuntural de las relaciones entre Marruecos y el Estado español. Este último elemento es muy relevante, pues dependiendo del nivel de vigilancia marroquí en sus costas la salida de pateras de ese territorio será mayor o menor; menos control, más pateras.

Migeltxo Soret insiste en que el viaje entre la costa continental y las islas en ese tipo de embarcaciones y en semejantes condiciones es durísimo. «Es largo y penoso, una auténtica salvajada durante la que pasan varios días en la mar. Hará un par de meses –recuerda- llegó a Fuerteventura una embarcación de la que habían tenido que arrojar por la borda los cadáveres de más de la mitad de los que habían partido. Quienes llegaron lo hicieron destrozados».

Si en una patera viajan alrededor de treinta o cuarenta personas, en un cayuco la cifra puede ascender a los setenta u ochenta. Las lanchas neumáticas superan aún esas cifras. Una singladura sin mayores problemas y de una zona continental próxima puede durar, en total, alrededor de día y medio. «Sin embargo –apunta Soret–, es frecuente que se les estropee el motor o que se pierdan, por lo que se pueden pasar días y días hasta que son rescatados o alcanzan algún punto de la costa canaria. El otro día uno me decía que habían pasado tres días perdidos en el mar, con el motor estropeado y achicando agua».

Y esto partiendo de puntos más cercanos, pues para quienes lo hacen de lugares más alejados del continente africano, como puede ser Mauritania o incluso Senegal, el viaje puede suponer permanecer en el mar un número incierto de días, por lo general con apenas agua ni comida y hacinados en una embarcación manejada por el caprichoso azar de las mareas y la suerte.

Los migrantes embarcan con lo justo. Por lo general, cuando alcanzan la costa no portan más que una bolsa de plástico con algo de ropa seca y, si lo tienen, el pasaporte o alguna documentación personal.

Mousa destaca que aunque algunos lleguen con pasaporte, la mayoría de los migrantes llegan sin ningún tipo de papeles y desde Gente Unida les ayudan a conseguir el documento de asilo internacional que les ofrecerá cierta seguridad y la posibilidad de moverse con libertad por el Estado español.

«Nosotros estamos con esta gente –dice Mousa-, les pedimos nombres, apellidos, cuándo llegaron y todos los datos necesarios; toda su historia. Luego, les solicitamos cita con la Policía para que saquen la documentación debida y el asilo internacional».

¿Y después de llegar?

Algunos de los inmigrantes tienen familia en las Islas Canarias, en el Estado español o en Europa y llegan con la intención de reunirse con los suyos; otros, simplemente, buscan algo tan humano como la oportunidad de poder vivir. Mousa asegura que en su asociación también les ayudan económicamente, «en la medida de nuestras posibilidades»,  les sacan los billetes para poder viajar a la Península «e incluso yo mismo me hago cargo, les llevo al aeropuerto y me aseguro de que lleguen al destino con su familia».

Ibrahim Mousa, que vivió en Gasteiz y ahora trabaja en Gente Unida en Lanzarote, destaca cómo «la solidaridad de los vascos se siente, yo así lo he vivido»

A quienes carecen de cualquier documentación la Policía española les puede retener durante un máximo de 72 horas y luego los dejan en libertad, son derivados a algún otro lugar, trasladados a la península o expulsados a sus países de procedencia, según los casos.

Además de adultos, en las embarcaciones también viajan numerosos menores. «Están viniendo bastantes que no llegan a los 18 años», asegura Migeltxo Soret. Estos menores quedan en el Centro de Fuerteventura o en algún otro, según el momento. «Cuando pasan en el barco de Lanzarote a Fuerteventura no están custodiados por la Policía – dice Soret-, van acompañados de algún educador o monitor y otros les esperan a la llegada a puerto. En el Centro en el que quedan van a la escuela y demás y, luego, cuando llegan a los 18 años, pues a la calle».

En la actualidad hay más de 2.600 menores internados en centros, cuando hace algo más de un año rondaban los seiscientos. Las instalaciones disponibles en las islas están sobresaturadas y las autoridades autonómicas aseguran haber abierto 43 nuevos recursos para estos menores no acompañados.

La pandemia ha complicado notablemente la situación de los migrantes. A todos se les hace la prueba de PCR, y si alguno de la patera ha dado positivo todos quedan en cuarentena, en unas condiciones que no son precisamente las más indicadas, sobre todo cuando la afluencia de migrantes es alta. Luego, continúa el procedimiento habitual que, evidentemente, ya se ha retrasado bastante más de las 72 horas máximas de retención legal.

«A quien le sueltan sin nada, lo dejan en la calle y está en todo momento expuesto a poder ser detenido – continúa Mousa-. Entonces, esa gente tiene que buscarse la vida, con los problemas añadidos de desconocer el idioma o de carecer de documentación. Muchos quedan deambulando. Quienes tienen el papel de asilo internacional pueden pasar a la península, pero quienes no tienen ni eso se tienen que quedar durmiendo en la calle o en casas de okupa».

Mousa asegura que en esos casos la Cruz Roja no puede hacer nada porque al tratarse de «ilegales» no pueden ser acogidos. «Yo les digo que nadie es ilegal – se queja- que, en todo caso, serán indocumentados, sin papeles, pero no ilegales. En la Cruz Roja les dan comida y alguna otra ayuda, pero luego tienen que ir a dormir a la calle. Nosotros tenemos un comedor y les buscamos sitio donde puedan pasar dos o tres noches, pero a veces llegan pateras con mucha gente y con muchos problemas y no podemos».

Y es que en Lanzarote no hay albergues donde los migrantes sin papeles y sin familia pudieran ser acogidos. De hecho, Gente Unida está en conversaciones con una entidad bancaria para acceder a un local de alquiler donde dar refugio a las personas que no tienen donde poder dormir.

Aunque muchos migrantes queden a su suerte por territorio insular, o incluso algunos tengan ahí familia con la que quedarse, en la gran mayoría de los casos su paso por las Islas Canarias es de mero tránsito. Migeltxo Soret y Mousa coinciden en que la intención mayoritaria es pasar a territorio peninsular español, donde algunos se reencontraran con sus familias y otros tratarán de continuar su viaje a Europa, particularmente a Francia o Bélgica; aunque también a Gran Bretaña, como se está viendo últimamente en el drama de quienes tratan de cruzar el Canal de Inglaterra.

Más allá de la Península, por Euskal Herria

Así, quienes tienen la suerte de poder acceder al asilo o refugio internacional podrán pasar sin problema alguno a la Península Ibérica y moverse libremente por el Estado español. Eso sí, no podrán salir de ese territorio para desplazarse a los lugares de Europa en los que tienen familiares o allegados/as o, simplemente, que les interesen más para asentarse y trabajar.  

Entonces, abandonar la Península para pasar al continente puede significar para esas personas un nuevo drama; en ocasiones, mortal. Una tragedia que puede tener como escenario Euskal Herria. Y es que el 94% de las personas migrantes que alcanzan Hegoalde con la intención de continuar hacia el norte llegarían procedentes de las Islas Canarias. El pasado 21 de noviembre falleció en aguas del Bidasoa la séptima persona migrante en tan sólo siete meses.

Miles de kilómetros por tierra y mar e incontables penalidades superadas tan sólo por la ilusión de poder tener una vida mejor que puede tener su punto final en Euskal Herria. Precisamente un país en el que, como reconoce Mousa, «se tiene mucho respeto con los inmigrantes; la solidaridad de los vascos se siente». «Yo así lo he vivido», concluye.