Marcel Pena
Elkarrizketa
Paloma Viejo Otero
Investigadora

«La justicia social es tan importante como la libertad de expresión»

Paloma Viejo Otero (Oviedo, 1982) es investigadora del Centro Nacional de Investigación contra el Bullying de la Dublin City University, en Irlanda, donde reside desde hace 12 años. Está especializada en los discursos de odio y el papel de las redes sociales en su propagación.

Paloma Viejo Otero. (Aritz LOIOLA/FOKU)
Paloma Viejo Otero. (Aritz LOIOLA/FOKU)

Se habla mucho de él, pero, ¿sabemos qué es el odio?

Como decía Cicerón, «el odio es rabia solidificada». Es una idea que, como todas, se puede deconstruir. Está vinculado a una emoción, a un comportamiento determinado, pero a mí me ha servido mucho trabajar sobre sobre el odio partiendo de que es una idea solidificada.

¿Cómo han evolucionado los discursos de odio desde la aparición de las redes sociales?

El discurso del odio busca regular la discriminación entre individuos. Cuando los grupos comienzan a explotar las estructuras de las redes sociales para promocionar ideas de odio, ideas discriminatorias fundamentalmente, las redes sociales empiezan a regularse usando herramientas que ya existían antes, inspiradas en el ámbito legal. Pero lo que hacen las redes sociales es autorregularse, porque no son un cuerpo legal. Desde ese momento, varía el modo en que el odio navega a través de la red.

Pero, sin duda, las redes sociales han contribuido a la difusión de esos discursos a una velocidad mucho más rápida. Por mucho que las redes sociales se autorregulen, lo único que hacen es intervenir en cómo estas ideas circulan, no en su significado, porque se desvinculan de juzgar su peso social.

¿Redes sociales como Facebook contribuyen con sus reglas al fomento de la discriminación?

Las redes sociales, entre ellas Facebook, parten de una idea universalista, pretenden ser una plataforma para todos bajo las mismas regulaciones. El problema es que se incurre en discriminación estructural: desde el momento en que generas una regla que es igual para todos, descuidas las necesidades de las minorías. Con ello, Facebook, Twitter y las demás redes se dedican a poner lo que llaman «soluciones de producto», que no dejan de ser más que herramientas que el usuario puede manipular para bloquear a otro, bajar la visibilidad...

Sin embargo, es posible diseñar tecnología que favorezca las necesidades de las minorías, lo que pasa es que no se ha explorado porque no hay ganas de preguntar. Para empezar, tienen que escuchar y diseñar sus herramientas tecnológicas de acuerdo a las necesidades de las minorías.

«Las redes sociales han visibilizado el volumen de odio que existe, y probablemente facilitan que exista todavía más»


¿Cuál es el papel de las redes sociales en el aumento de los casos de odio?

Las redes sociales han visibilizado el volumen de odio que existe, y probablemente facilitan que exista todavía más. Si bien es cierto que los grupos de odio preexisten a las redes sociales, éstas han permitido hiperconectarnos y expandir el mensaje. No voy a culpar a las redes sociales, pero tiene un rol en esta difusión y deben asumir su responsabilidad.

¿En qué contexto histórico nace la lucha contra el odio?

Si dibujas la genealogía del discurso del odio, encontramos su origen en el año 1946, justo después de los horrores del nazismo. Es el bloque soviético el que propone la idea de limitar los privilegios y de facilitar el acceso a la igualdad de los grupos que históricamente han sido oprimidos. Para ello, esgrimen un argumento histórico-materialista, la acumulación primitiva: hablan del cuerpo de la mujer, las poblaciones de las colonias... Pero estamos hablando de 1946. ¿Cómo iba a aceptar el bloque occidental la regulación que proponía la URSS?

Después de aparecer la idea de regular el discurso del odio, emerge el argumento de que supone una limitación a la libertad de expresión. Ya en 1946, la URSS explica que no se puede concebir la libertad de expresión como un argumento para justificar que no se luche contra la discriminación y que grupos históricos en estado de subordinación no puedan acceder a la igualdad universal.

En cambio, en vez de regular grupos determinados históricamente oprimidos, los países occidentales promulgan la idea de proteger a todos los individuos por igual, independientemente del grupo al que pertenezcan. Ese código de carácter más neutral queda codificado en las definiciones de discurso del odio de las diferentes regulaciones nacionales.

El discurso del odio nace, por tanto, desapegado de la libertad de expresión como una iniciativa para facilitar el acceso a la igualdad a los grupos históricamente oprimidos. Pero el mundo no estaba preparado para la propuesta.

Por tanto, ¿son compatibles la libertad de expresión y la lucha contra el odio?

El derecho de los individuos, o el derecho de los grupos, a contribuir a una sociedad sin barreras desde el punto de vista de la justicia social es tan importante como la libertad de expresión. Pero no vale argumentar que la libertad de expresión es un derecho superior.

¿Es efectivo reducir el odio a través de la vía judicial?

No, porque se trata de una cuestión colectiva, no solamente es una cuestión judicial. Estamos hablando de deconstruir las relaciones de poder que se dan y que generan que la discriminación exista. Empieza con nosotros, con una resistencia personal, analizando dónde tenemos los límites, y continúa por intervenir cuando lo observas. Es un cambio estructural, que tiene mucho que ver con las relaciones de poder como las conocemos, empezando por las relaciones de poder personal.

«La extrema derecha explota el argumento de la libertad de expresión para callar a aquellos que buscan luchar contra el racismo o el patriarcado»

¿Cómo ha contribuido la extrema derecha al aumento de los discursos del odio?

Me parece espeluznante cómo el argumento de la libertad de expresión está siendo explotado por parte de la extrema derecha para callar a aquellos que buscan luchar contra el racismo o el patriarcado. Están instrumentalizando la libertad de de expresión para que nos callemos. Su papel respecto al discurso del odio es espeluznante.

¿Existe una planificación de los discursos del odio desde los partidos de extrema derecha para sacar rédito político?

No es un odio instrumentalizado, es mucho más profundo. Responde a sistemas ideológicos de principios y de valores, es más estructural de lo que parece: es un sistema de privilegios y de superioridad. Tradicionalmente, todos los que están en las luchas antirracista y antipatriarcal han querido alterar las relaciones de poder que le dan a esas ideas la fuerza que tienen. Se trata de deconstruir estas ideas para cambiar el sistema de principios.

¿Qué va primero, el odio en la sociedad o el discurso del odio con fines políticos?

A partir de la II Guerra Mundial se hace evidente que existen unos sistemas de racialización que generan opresiones sobre grupos, y a medida que esos grupos han empezado a hablar, han provocado una alteración del poder establecido. Con ello, los grupos de extrema derecha, que son tradicionalmente los que han ostentado o han tenido representación en el poder, ven alterados sus principios. Y se defienden. La cuestión política es invertir esos principios que la derecha, el status quo, ha perpetuado. Es el acceso a la igualdad universal lo que está en juego.

Partimos de hay unos grupos que no tienen acceso al poder, que el capitalismo ha acumulado sobre sus cuerpos y que han sido llevados a una situación de subordinación. En el momento en que se sublevan, irrumpen en el status quo. Con lo cual, si sigo este razonamiento, lo primero que hay es acumulación de opresión, que se convierte en odio para perpetuar la subordinación. Es más fácil subordinar a alguien que odias que a alguien a quien quieres.

«El concepto de minoría se tiene que asociar a la idea de poder, no a la idea de número»

¿Cuándo podemos considerar a un colectivo como potencial víctima del odio?

Es una cuestión de poder. El concepto de minoría se tiene que asociar a la idea de poder, no a la idea de número. Que el Papa sea una persona no significa que sea una minoría, porque ha ostentado poder. Un grupo que no tiene acceso al poder, acceso a la igualdad universal, es una minoría. Si nos olvidamos de ese concepto, se empieza a llamar minoría a todos los grupos por pertenecer a una identidad determinada. Nos estamos desviando mucho de lo que significa ser minoría, y tiene que ver con aquellos grupos a los que se les ha negado el acceso o el ejercicio del poder.

Los años 30 son conocidos como la década del auge de los fascismos. ¿Cómo cree que se recordarán las primeras décadas del siglo XXI?

Esta generación va a ser recordada como aquella que estiró a los máximos imposibles las políticas de identidad hasta el punto de desvirtuarlas. Se está errando el tiro respecto a lo que constituye una minoría, y es importante que lo reconsideremos.