Medio siglo ignorando los límites del crecimiento
Este 2022 se cumplirán 50 años de ‘Los límites del crecimiento’, un trabajo del poco sospechoso MIT, en el que se anticipa que, de seguir el crecimiento económico y demográfico, la humanidad colapsaría en el lapso de 100 años. Las tendencias apenas han variado en medio siglo. Nosotros, tampoco.
Es 1972. Nixon va a colocar unos micrófonos en el Hotel Watergate y la sonda Mariner 9 va a enviar las primeras imágenes desde Marte. El ejército británico va a matar a 14 irlandeses en el Bloody Sunday, mientras Argala empezará a viajar a Madrid como preludio del vuelo de Carrero Blanco.
Es 1972 y a un equipo del Massachusetts Institute of Technology (MIT) dirigido por Donella Meadows no le van a salir las cuentas. Estamos en la infancia de la informática civil, y Meadows elabora, por encargo del elitista Club de Roma, un modelo del sistema-mundo con cinco variables cuyo crecimiento viene siendo exponencial: producción industrial, población, alimentos, recursos no renovables y deterioro medioambiental.
Es 1972 y, en las conclusiones de un libro que dará mucho que hablar, el equipo de Meadows escribe: «Si las actuales tendencias de crecimiento de población, industrialización, contaminación, producción alimentaria y consumo de materias primas se mantiene sin cambios, los límites del crecimiento en este planeta serán alcanzados en algún momento de los próximos 100 años».
El libro analiza las dinámicas del sistema global, es decir, explora cómo se condicionan esas cinco grandes variables las unas a las otras. Por ejemplo, el aumento de la capacidad industrial incrementa el consumo de materias primas no renovables. Conforme estas escasean, cada vez hay que dedicar más capital para su obtención, la industria se queda sin el capital que la engrasa y colapsa, lo que arrastra consigo a la agricultura, a la que los fertilizantes y la mecanización han hecho dependiente de la industria.
El cálculo del MIT incluyó diferentes comportamientos para cada una de las variables, y todas llevaban, en el lapso máximo de un siglo, al colapso. Por ejemplo, en la hipótesis de que nuevos yacimientos doblasen los recursos disponibles, lo único que ocurría era que el declive se posponía. En esta hipótesis, no es el capital industrial el que falla, sino la contaminación. La abundancia de recursos hace que la producción industrial crezca, contaminando más y más el medio ambiente, lo cual acaba hundiendo la producción alimentaria, arrastrando en un segundo bote a la población y la industria. Y eso que solo hablaban del calentamiento global como vaga hipótesis sin confirmar.
El trabajo realizado en la cuna de la ingeniería moderna rechazaba, ya en 1972, el optimismo tecnológico y abogaba, en vano, por un escenario global de estabilidad económica y ecológica
Aquel informe del MIT, polémico primero, ignorado después, y visionario a la luz de la actualidad, advertía también del peligro de fiarlo todo a la tecnología. Ante el «rotundo optimismo tecnológico», oponían una realidad tozuda: el mundo es finito, tiene límites. Y el modelo que elaboraron así lo recogía: «Cuando introducimos desarrollos tecnológicos que superan con éxito alguna traba al crecimiento o evitan algún colapso, el sistema simplemente sigue creciendo hasta otro límite, lo supera temporalmente, y decae». No hay atajos a lo que presentaban como única opción: «la transición del crecimiento a un equilibrio global» basado en la «estabilidad económica y ecológica».
Por último, el MIT avanzaba dos conceptos clave de rabiosa actualidad: los retrasos y la exponencialidad. Los retrasos (delays) en los procesos ecológicos, advertían hace ya medio siglo, hacen que los efectos de comportamientos actuales puedan no notarse hasta transcurridos años o décadas. Estos retrasos hacen imposible fijar el lugar exacto del límite al crecimiento, porque podemos haber traspasado ese límite y no haber notado nada todavía. Ocurre con la crisis climática.
Las consecuencias del carácter exponencial del crecimiento son explicadas en el libro a través de una leyenda persa. Un cortesano ofrece una bella tabla de ajedrez al rey y le propone que a cambio le dé un grano de arroz por el primer recuadro, dos por el segundo, cuatro por el tercero, ocho por el cuarto y así sucesivamente. El rey accede, convencido de haber hecho un buen negocio. Pero resulta que en el decimoquinto recuadro son ya 16.384 los granos de arroz, cifra que alcanza el millón de granos a mitad de tabla. En el cuadragésimo recuadro ya son un billón de granos de arroz, y en total hay 64 recuadros. El rey no encontró en todo el reino arroz suficiente para pagar al cortesano, y nosotros llevamos medio siglo saltando alegre e inconscientemente de un recuadro a otro. No podremos decir que no lo sabíamos. Nos avisaron en 1972.