Alessandro Ruta

La parábola del expayaso Djokovic

El serbio, cuyo apodo es Djoker (entre Djokovic y Joker) por su manera de portarse en el campo, tiene que luchar también contra sus propias obsesiones.

Un acto de apoyo a Djokovic en Melbourne.
Un acto de apoyo a Djokovic en Melbourne. (Con Chronis | AFP)

Antes de ser rebautizado en las redes como No-vax Yo-covid, Novak Djokovic estaba en el apogeo de su parábola, que no era simplemente deportiva sino personal y casi existencial. Una situación que lo había llevado a disfrazarse, a llevar una máscara, la de «payaso», que ahora mismo le está dando muchísimos problemas.

Él había entrado como una ráfaga, sin pedir permiso, en la pelea entre dos de los mayores tenistas de todos los tiempos: Roger Federer y Rafa Nadal. Un tercero incómodo, con la idea entre ceja y ceja de convertirse realmente en el mejor de todos.

Y la estrategia de Djokovic había sido realmente perfecta. En sus primeras temporadas como profesional, ganaba pocos torneos pero era el rey de la pista y el más simpático. Cuando imitaba a los rivales o los colegas, incluso a las chicas y sus tics nerviosos. Era el Djoker, ese era su mote, hasta convertirse en el nombre de sus cuentas en redes sociales.

 

Ningún deporte es más sicótico que el tenis. No es el único, pero lo define muy bien André Agassi en ‘Open’

 

Mientras tanto, Federer y Nadal estaban todavía en su máximo esplendor y para el serbio quedaban solo las migas que caían de la mesa. El duelo entre los titanes no admitía otros invitados reales, solo puntualmente Djokovic y el escocés Andy Murray.

Obsesión Gran Slam

Ningún deporte es más psicótico que el tenis, una disciplina que yo mismo practiqué con regularidad desde los 6 hasta los 19 años. Hay varios artículos y ensayos que lo explican, experiencias de exprofesionales que han declarado haber literalmente odiado la raqueta: un libro por encima de todos, “Open” de Andre Agassi.

Este deporte está repleto de obsesiones. La de los tenistas profesionales de máximo nivel es lograr el Gran Slam, es decir ganar en el mismo año Australian Open, Roland Garros, Wimbledon y US Open. Solamente Don Budge y Rod Laver han conseguido este objetivo, entre los hombres: la última vez en 1969. Sin embargo, tanto el americano como el australiano son la prehistoria del juego, con todo el respeto. Casi como la inmensa Steffi Graf, última mujer en completar el Gran Slam entre las chicas, en 1988, cuando defendía la bandera de Alemania Occidental.

Ganar esos cuatro torneos en el mismo año necesita un esfuerzo realmente desorbitado: estar en plena forma durante nueve meses, en tres superficies distintas y en condiciones atmosféricas extremas (el calor australiano o el frío de Londres, por ejemplo), jugando partidos que pueden durar hasta cuatro o cinco horas.

A Djokovic el Gran Slam se le ha escapado literalmente por detalles, porque en 2021 ha perdido solamente la final del US Open contra el ruso Medvedev. Bajo presión, el serbio cayó en tres sets, dominado por un rival más joven y más fresco mentalmente. Anteriormente Novak había ganado tanto en Australia como Roland Garros y Wimbledon, con remontadas épicas que habían dado la imagen de un atleta casi robótico e imbatible.

No más risas

La obsesión de Djokovic, además, es doble: completar el Gran Slam y también ganar más torneos del GS que nadie. De momento hay un bestial triple empate entre el serbio, Nadal y Federer, todos con 20 títulos. Conseguirlo sería la mejor respuesta de Novak a todos los aficionados que más o menos amablemente lo detestan y lo consideran no a la altura de Roger ni de Rafa. Esto se notó claramente en la final de Wimbledon 2019, cuando Djokovic ganó a Federer en un partido épico y el público londinense casi pitó al serbio porque le hubiera gustado una victoria del «rey» suizo.

Desde hace tiempo ya Djokovic no es el Djoker, sino un caníbal. Ha cambiado todo desde cuando ha empezado a dominar el circuito masculino del tenis, más o menos en los últimos dos-tres años, donde ha conseguido ocho de sus veinte Gran Slams.

No hace más bromas en el campo, no toma el pelo a los colegas, pero gana con su estilo tan monótono como eficaz. También en la alimentación ha explicado que pasar al veganismo ha tenido mucha importancia para él. Puede gustar o no gustar, pero es así.

Personalmente, entre los tres titanes soy inequívocamente pro-Federer, y no por simpatías o antipatías, sino porque el suizo es el máximo interprete de los «gestos blancos», como los define en tenis el insigne periodista y escritor italiano Gianni Clerici: golpes y movimientos refinados, poéticos, a la manera de un bailarín clásico, incluidos saques y voleas. No podría afirmar que Roger sea «una experiencia religiosa», como escribió David Foster Wallace en el célebre ensayo publicado en “New York Times”, pero estéticamente para mí no hay dudas.

 

También en ‘Joker’ Joaquin Phoenix lo hacía casi sin querer, para escapar de sus propias obsesiones

 

De todas formas ni Federer ni tampoco Nadal habían sido personajes de ocio ni diversión. Roger parecía un vago que no aprovechaba su talento, mientras que el mallorquín siempre ha sido la representación en carne y hueso de una máquina agónica.

Ahora el rol de Djokovic ha dado un giro casi inexplicable. Parece estar en la película “Joker”, donde un verdadero payaso se convierte en líder de motines globales. Allí también el personaje interpretado por Joaquin Phoenix lo hacía sin querer, para escapar de sus propias obsesiones.