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Elkarrizketa
Tamara Tenenbaum
Escritora

«No siento que haya roto con mis orígenes; los traicioné, que es distinto»

Nacida en Buenos Aires, en 1989, en una familia judía ortodoxa, toda su obra gira en torno a la idea de cuestionar y revertir los arquetipos. Tras el éxito de su ensayo ‘El fin del amor. Amar y follar en el siglo XXI’, debuta como novelista con ‘Todas nuestras maldiciones se cumplieron’.

Tamara Tenenbaum, tras el éxito de su ensayo ‘El fin del amor. Amar y follar en el siglo XXI’, debuta como novelista.
Tamara Tenenbaum, tras el éxito de su ensayo ‘El fin del amor. Amar y follar en el siglo XXI’, debuta como novelista. (Rodrigo MENDOZA)

El 18 de julio de 1994, Tamara Tenenbaum perdió a su padre en el atentado a la AMIA (Asociación Mutual Israelita Argentina) en Buenos Aires, una muerte de la que apenas recuerda nada y que, sin embargo, ella siente que ha marcado toda su existencia. Sobre esa idea y también sobre la necesidad de explicar sus deseos por pelear su lugar en el mundo, Tamara Tenenbaum ha escrito una novela como ‘Todas nuestras maldiciones se cumplieron’ (Seix Barral) donde, en última instancia, refleja aquellas contradicciones que la definen como persona y como escritora.

​Esta es su primera novela, pero su propuesta narrativa no difiere mucho de la de su libro de cuentos ‘Nadie vive tan cerca de nadie’, con esas historias cortas interconectadas, o de la de su ensayo ‘El fin del amor. Amar y follar en el siglo XXI’, donde recurría a la autoficción como herramienta. ¿Cree que esta nueva obra representa, en cierto modo, la culminación de un proceso?

Puede ser. Me gusta esa idea de culminación porque, efectivamente, siento que todo lo que escribí antes forma parte de un camino que me ha hecho llegar a esta novela. Hacía tiempo que quería escribir una novela pero no encontraba el cómo y aquel libro de cuentos que publiqué me hizo ver que esa estructura fragmentaria podría serme útil porque la muerte de la que yo quería hablar en esta novela, la de mi padre, es un hecho del que apenas recuerdo nada. Eso hace que el relato que surge a partir de ahí se manifieste, sobre todo, en escenas cotidianas, cuya trascendencia no resulta tan aparente. Para conseguir narrar esos momentos, tanto el libro de cuentos como la autoficción me dieron una pauta.
 
¿Le confiere seguridad como escritora narrar sentimientos que nacen de usted misma y hacerlo en primera persona?

El éxito de ‘El fin del amor. Amar y follar en el siglo XXI’ me confirmó que allá donde hay una voz y una búsqueda, por mucho que una le parezca que se trata de una búsqueda rara, al final es más fácil establecer conexiones con el lector porque ahí hay algo auténtico que éste agradece. Y ocurre que muchas veces el lector percibe que esa voz es la misma en una obra y en la siguiente aunque yo como autora creo que las voces que me inspiraron aquel ensayo y esta novela son voces muy diferentes. En ‘Todas nuestras maldiciones se cumplieron’ hay un personaje que se parece a mí, pero se trata de un personaje, de una creación literaria. Su visión de la vida es mucho más oscura y cínica que la que desarrollé en ‘El fin del amor’ que era una voz más personal, pero esa voz de la novela está más próxima, sin embargo, a la voz con la que yo me hablo a mí misma y al modo en que tiendo a escuchar a los demás. En todo, ya sea en el ámbito de la narrativa o del ensayo, lo importante es que esa voz fluya como una cascada, eso es lo más difícil de lograr.
 
Ese apelar a la autoficción tiene una consecuencia obvia y es el hecho de ponerse en discusión a sí misma. El modo en que cuestiona las tradiciones del judaísmo ortodoxo en el que se crió o los roles de género ¿surge de esa necesidad de cuestionarse a sí misma?

Cuando recibo una enseñanza que pretende hacerme ver las cosas de una manera, enseguida surge en mí la necesidad de pensar en su contraria. Siempre pienso que esto se debe a que estudié Filosofía aunque a veces pienso que fue ese impulso, de cuestionarlo todo y de moverme en la duda permanente, lo que me condujo a esa carrera. Me cuesta sostener una opinión sobre algo más de quince minutos seguidos y eso es algo que como escritora, obviamente, tengo que controlar, pero al mismo tiempo creo que enriquece aquello que escribo en la medida en que reflejo esas contradicciones en las que todos nos movemos.
 
Hay un concepto clave que subyace en las páginas de ‘Todas nuestras maldiciones se cumplieron’ y es el de hogar. ¿Qué valor le da a dicha palabra?

La novela justamente refleja eso: el proceso de una joven que busca un hogar y que, al mismo tiempo, cuestiona la importancia de dicho concepto. Si te soy sincera, cuando sea anciana, me gustaría vender todas mis cosas e irme a un hotel. Eso, que en sí mismo resulta una paradoja, refleja muy bien mi carácter contradictorio y también el de la protagonista de mi novela, alguien que se pasa el día intentando huir de su familia pero que no puede dejar de hablar de ellos, alguien que repudia el judaísmo y sin embargo es la persona más judía del mundo.
 
En un momento del libro comenta que, frente a sus dos hermanas que emigraron y que actualmente viven lejos de Argentina, el hecho de que usted haya permanecido en el país echando raíces en él tiene que ver justamente con su voluntad de romper con su pasado. ¿Cómo explica esa paradoja?

No tiene ningún sentido, pero al mismo tiempo siento que si estoy en el lugar que estoy es porque me lo gané. Yo nací en un barrio como el Once, que siendo, como es, un barrio judío ortodoxo, no es un barrio cerrado sino que está en el centro de la ciudad abierto a todos. El propio carácter paradójico del barrio en el que me crié ha definido mi personalidad como escritora porque yo opté por salir de ahí, de lo que tenía de entorno cerrado, pero al mismo cuando lo hice tenía un conocimiento de la ciudad muy profundo y eso me sirvió para abrirme e ir transitando por otros sitios. Y ahora que tengo la sensación de que fui ganándome la ciudad y conquistándola, ahora que siento que es mía, no tengo el deseo de abandonarla. Porque además Buenos Aires me dio todo lo que tengo con ese aire libre, progresista y cosmopolita que tiene la ciudad. Y ese arraigo incide en la paradoja, porque me siento vinculada a un territorio donde toda la gente de clase media y media alta tiene la ambición de marcharse del país. Yo, sin embargo, me siento cómoda viviendo cerca de la crisis, del caos.
 
En la novela también pone el foco sobre la relación entre usted y su madre, sobre la necesidad de tomar distancia de ella a la hora de encontrarse a sí misma. Sin embargo, pese a todo, parece haber un vínculo muy fuerte entre ambas.

No conozco a ninguna mujer que pueda escapar de ese vínculo. Dicho lo cual, me interesaba explorar esa constante ambivalencia que se da en esa relación. Intentando tomar distancia la una de la otra, al final terminan por encontrarse todo el rato y eso las hace ser conscientes de que no pueden separarse mucho ni estar mucho tiempo sin verse. Eso, en un mundo globalizado, donde la gente tiende a aislarse, constituye una rareza y justamente ahí estalla de nuevo la paradoja: yo a mi madre la quiero, la admiro, la respeto, me interesa todo sobre ella, pero no la soporto [risas]. Todos necesitamos un lugar del que huir, del que alejarnos, y mi madre representa un poco eso, alguien que me sirve para decirme a mí misma ‘yo no soy eso’, aunque, con el paso del tiempo, te vayas dando cuenta de que sí lo eres.
 
¿Y la figura de su padre, qué representa para usted?

Escribir esta novela fue, justamente, un modo de reflejar esa situación curiosa en la que yo viví siempre respecto de la muerte de mi padre. Es una muerte de la que yo apenas tengo recuerdo pero que, curiosamente, el resto del país recuerda perfectamente. Entonces mi papá es como una presencia fantasmal que siempre me ha acompañado. Yo podría haberme puesto a investigar y a recabar información sobre él, pero lo que me interesaba contar es cómo es no saber nada. Por eso su muerte la narré en el primer capítulo, no me interesaba generar un suspense sobre eso. Lo que pretendía era narrar una cotidianidad donde esa ausencia se proyecta sobre cada cosa.
 
¿Esa ausencia fue la que la condujo a romper con el legado del judaísmo ortodoxo? Se lo pregunto porque, en su obra, esa necesidad de ruptura la lleva a confrontarse con esa tradición, lo que representa otro escenario de contradicción.
Yo no siento que haya roto con mis orígenes; los traicioné, que es distinto. Romper no puedo romper ya que sigo viendo a todo el mundo y teniendo relación con ellos, entonces no puedo decir que he roto con el judaísmo porque además siento que el conocimiento que tengo de él me supone una ventaja comparativa a la hora de abordarlo en mis narraciones. Pero traicionarlo sí y de una manera consciente: hay personas en mi familia con las que no tengo trato y de las que, sin embargo, me sirvo, para crear a mis personajes. Eso ya es una traición en toda regla, pero me cuesta mucho no ser así.
 
Esa proyección de su propia personalidad y de la de sus seres queridos sobre los personajes de una novela, ¿no le generó ningún tipo de conflicto?
La novela te da un amparo de ficción, de tal modo que aunque esté contando cosas que son ciertas, también estoy narrando otras que no lo son. Esa mezcla te confiere un escudo de protección que obviamente no tienes si lo que escribes es una crónica. Dicho esto, mi principal exigencia como escritora es elegir aquello que sea más beneficioso para el texto, por eso rara vez doy a leer manuscritos a la gente que conozco o que aparece como personaje en mis libros. De dárselos a alguien prefiero que sean otros escritores los que los lean y me den una valoración estrictamente literaria. El único conflicto que mantengo conmigo misma es como escritora.
 
Esa exigencia también se deja sentir en el modo en que desmonta ciertos clichés en sus libros y pienso, sobre todo, en los arquetipos de género.

Sí pero esa es una exigencia que también me impongo a mí misma como escritora porque honestamente pienso que nadie quiere leer literatura de clichés. Al contrario, todos queremos confrontarnos con personajes sutiles, complejos, ambiguos… En este sentido, la mejor manera de combatir los arquetipos de género se combaten haciendo buena literatura. Lo terrible es cuando percibes un personaje femenino, que es puro cliché, salido de la cabeza de un escritor varón al que se nota que las mujeres no le interesan para nada. ¿Qué sentido tiene? Para escribir sobre mujeres no necesitas ser mujer pero es indispensable que te interesen las mujeres.​