Mikel Insausti
Crítico cinematográfico

«Ghahreman»

El cine iraní de autor se ha ganado el prestigio internacional a través de los grandes festivales, en los que a partir de los premios obtenidos por el recordado Abbas Kiarostami se fueron dando a conocer una serie de nombres importantes. Uno de los que surgieron con fuerza en el nuevo milenio fue Asghar Farhadi, sobre todo cuando ganó el premio a Mejor Director en la Berlinale con ‘A propósito de Ely’ (2009), para acto seguido hacerse ya con el Oso de Oro por ‘Nader y Simin, una separación’ (2011), que también le valió el Óscar, el Globo de Oro y el César a la Mejor Película Extranjera. Con tanto reconocimiento en el exterior es normal que se sintiera abocado a rodar fuera de su país, probando suerte en el mercado francófono con ‘El pasado’ (2013), que supuso el premio de Mejor Actriz para Bérénice Bejo en el festival de Cannes. También residió durante una temporada en el Estado español, tiempo que le dio para realizar ‘Todos lo saben’ (2018) y dar cursos de cine en Lekaroz. Pero entremedias volvió a Irán con ‘El viajante’ (2016), repitiendo en Cannes, esta vez para recibir el premio de Mejor Actor concedido a Shahab Hosseim.

En sus propias palabras Farhadi manifiesta encontrarse mejor rodando en casa, a pesar de la falta de libertad, porque la censura no deja de ser un estímulo para las películas de unos autores acostumbrados a expresarse mediante un lenguaje velado, casi en un tono de fábula que va muy bien con la tradición de la narrativa farsi. Y son obras universales, que se entienden en todo el mundo, gracias a que están adscritas en su mayoría al género neorrealista.

La última creación presentada por Farhadi en Cannes es ‘Ghahreman’ (2021), y se llevó el Gran Premio del Jurado. La podremos ver en su versión doblada con el título de ‘Un héroe’, corto, sencillo, pero muy significativo con respecto a lo que quiere contar. No por casualidad la acción se sitúa en la ciudad histórica de Shiraz, considerada por el pueblo iraní como una gloria del pasado del imperio persa. Una localización perfecta para desarrollar un cuento moral que contrasta la tradición del país con las consecuencias de la globalización propiciada por las nuevas tecnologías.

En la película conviven las redes sociales con costumbres ancestrales, lo que da lugar a que el funcionamiento de la sociedad iraní resulte todavía más kafkiano a nuestros ojos occidentales. Se mantienen leyes y normas basadas poco menos que en ‘el ojo por ojo’, ya que mientras la víctima se sienta ofendida el culpable permanecerá en la cárcel, pero si esta le perdona su delito, el reo saldrá a la calle de inmediato. Y esto vale lo mismo para un caso de adulterio que para otro de impago o estafa.

Rahim (Amir Jadidi) está en la cárcel por la cantidad de dinero que adeuda a su suegro Bahram (Mohsen Tanabandeh), debido a que intentó emprender un negocio por su cuenta y le salió mal. Durante un permiso de dos días intentará resolver la situación, pidiendo a su acreedor que acepte un pago parcial o de forma fraccionada, pero definitivamente es un hombre sin suerte.

Todo parece cambiar cuando su prometida Farkhondeh (Sahar Goldust) encuentra en el autobús un bolso lleno de monedas de oro, pero la cotización del oro se desploma y no logran venderlas. Ante la falta de salidas, a Rahim se le ocurre poner un anuncio para devolver lo hallado a su posibles dueños, y así obtener tal vez una recompensa.

Pero en lugar de dinero lo que Rahim consigue es fama, convertido en una especie de héroe local en función de la popularidad alcanzada a través de las redes sociales. Dicha movilización supondrá su última esperanza para obtener su libertad, a medida que la presión social sobre el denunciante va en aumento. Todo esto está contado en clave neorrealista, en lo que es un drama con elementos absurdos derivados del estado teocrático, que no dejan de ser puramente costumbristas. La cámara sigue a Rahim en medio de la gente.