Emmanuel Macron compareció el miércoles a las 20.00 ante las cámaras de televisión para advertir de que la guerra en Ucrania tendría consecuencias graves, también en clave democrática, y aludir, de refilón, a la cercana campaña electoral.
Menos de 24 horas después, su entorno anunciaba que el presidente galo optaría por una fórmula que ya emplearon dos de sus antecesores, François Mitterrand y Nicolas Sarkozy, para confirmar, vía una «carta pública a los franceses», su intención de buscar un segundo mandato en los comicios del 10 y 24 de abril.
«Solicito vuestra confianza para un nuevo mandato», escribe Macron en esa misiva para añadir: «Soy candidato para inventar, con vosotros, frente a los desafíos del siglo, una respuesta francesa y europea».
La misiva, cuyo contenido ha sido adelantado parcialmente esta tarde-noche por algunos medios, saltará al papel, mañana, 4 de marzo, vía las cabeceras de prensa regionales.
Esta modalidad de comunicación permite a Emmanuel Macron guardar una distancia, siquiera formal, entre un mandatario confrontado a una crisis bélica y un candidato que pretender ganar un nuevo mandato para hacer bueno un proyecto reformador que se ha visto frustrado, en buena medida, ya por sus propios errores ya por los condicionantes de un periodo excepcional.
El presidente más joven accedió al Elíseo el 14 de mayo de 2017 y su programa de modernización, marcadamente liberal, galopó desde el principio a fuerte ritmo, con normas destinadas a someter, de partida, a un estricto régimen de adelgazamiento al sistema público.
SNCF, hospitales, empleados de la función pública, profesores.. Trabajadores de diferentes estamentos se vieron afectados por un huracán de «medidas anti sociales» que generaron un creciente malestar al que Macron respondió con un discurso de cerrazón. Y con los mecanismos represivos que llevan aparejadas las normas securitarias que ha promovido con ahínco.
Los Chalecos Amarillos y el ritmo de las reformas
Así las cosas, solo un año después de acceder al Elíseo, desde las rotondas a las grandes avenidas parisinas, la queja, primero por los precios de los carburantes y luego por la creciente precarización de las vidas, obligó al mandatario liberal a matizar el ritmo, y a hacer incluso una declaración de humildad tras la revuelta del movimiento de Chalecos Amarillos.
Para entonces, la reforma fiscal, destinada a eliminar el llamado Impuesto sobre la Fortuna hizo que Macron fuera bautizado como «el presidente de los ricos», una percepción con la que ha debido de lidiar durante el resto de su mandato.
Su receta moralizadora de la vida pública chocó con el escándalo del «caso Benalla», que puso en evidencia que el líder sin partido no estaba exento de los excesos palaciegos en que incurrieron muchos de sus predecesores.
Sus compromisos territoriales se le atragantaron, tanto en Corsica como en Euskal Herria, donde las promesas iniciales de acompañar cambios en materia institucional y de resolución de las consecuencias de los conflictos políticos derivaron en gestos limitados que en la recta final del quinquenato daban paso a una inquietante inercia.
Vuelve el átomo y encalla la reforma de pensiones
Y su imagen de «líder verde» quedó truncada, por la espantada y posterior escándalo de índole sexista que rodeó al ministro de Ecología, Nicolas Hulot. Pero, sobretodo, por el flagrante incumplimiento de los Acuerdos de París y el relanzamiento del programa nuclear.
En otro orden de cosas, en su balance de mandato, el propio Macron asumía que una reforma-estrella, la del sistema de pensiones, se quedaba en el tintero.
Aunque en ese caso, el presidente pudo escudarse en lo excepcional de la situación generada por la pandemia que desde marzo de 2020 alteró todos los planes.
El «cueste lo que cueste» se convirtió en el eslogan de un presidente que, en su balance, puede vanagloriarse de que su país sea puesto como ejemplo de la protección a las personas y también a la actividad económica durante la crisis sanitaria.
El Estado francés presenta hoy cifras de desempleo excepcionalmente bajas.
Las últimas estadísticas hablan de un 7,4% de personas a la búsqueda de un empleo –7% en Ipar Euskal Herria– dos puntos por debajo de las cifras de 2017.
Aunque los datos macroeconómicos parecían confortar, pese a todo, al presidente y su plan de relanzamiento económico para superar la resaca de la pandemia, la inflación derivada de los precios de la energía, a finales de 2021, y ahora el estallido de la guerra en Ucrania, han puesto, una vez más, entre paréntesis todas sus previsiones.
Guerra contra el virus y frente bien real en Ucrania
El mandatario que entonó el «estamos en guerra» frente a un virus, ejerce hoy de maestro de ceremonias, bajo pabellón de la presidencia de turno de la UE, de una vía que combina el diálogo con Vladimir Putin con las medidas de castigo a Rusia.
Un escenario resbaladizo sobre el que, pese a todo, se ha extendido la alfombra de una campaña electoral en la que Macron entra, sin gran estruendo, con una epístola a los votantes, pero con el sólido rédito derivado de su omnipresencia en los medios de comunicación.
Emmanuel Macron suma, por fin, su nombre a a lista de candidatos que el Consejo Constitucional oficializará el 7 de marzo.