Mesa de comedor, sofá, dos parejas, un personaje extraño que es un político en excitación propagandística, en un escenario eficaz en cuanto a su delimitación espacial, sin apenas significación, para que transcurra una comedia con tintes de recomponer una realidad esbozada. La amistad de ellas frente al claro distanciamiento entre ellos, y de estorbo o de añadido argumental un político funcional, una anécdota. Una situación de arranque llena de equívocos, que se va descomponiendo en situaciones que reproducen una enmienda, un cambio, para que quepan discursos de reconciliación, de escuchar al otro, de complicidad ante lo que es el destino desacomplejado.

El ritmo de comedia no concuerda con la aparente trascendencia discursiva de algunos pasajes. Los excesos argumentales para que los personajes alcancen una categoría casi de esperpento, no resuelven la sensación de estar todo muy forzado. Tanto en desarrollo de la trama como en la evolución de los personajes, como si fuera necesario establecer diálogos en los que se vislumbra una postura ideológica que no parece requerirlo las situaciones, ya que está todo en sus formas condicionado por el tono general, lo que deviene en que se queden en simples ocurrencias dislocadas.

Es un trabajo nítido en cuanto a la puesta en escena, tendente a buscar una efectividad por encima de otras circunstancias. La dirección se instala en esa elocuente eficacia dentro de lo correcto. Las interpretaciones, que deben moverse dentro del esquema de los personajes, logran dotarle de un buen andamiaje para que afloren, identificables, los conflictos, incluso el amoroso, por lo que queda a las claras que esta propuesta cuenta con todos los elementos de la comedia de situación, pero con algo más de mordiente en sus situaciones más paradójicas.