Los No Alineados, tercera vía frente a férreos bloques
Cuando el 9 de noviembre de 1989 cayó el Muro de Berlín parecía que se abría una puerta enorme para poner fin a la política de bloques construida durante la Guerra Fría, periodo en el que también surgió el no muy conocido Movimiento de Países No Alineados.
No todo el mundo quedó repartido entre la OTAN y el Pacto de Varsovia una vez que los Aliados vencedores de la Segunda Guerra Mundial desarrollaron los acuerdos planteados en la Conferencia de Yalta entre Iósif Stalin (URSS), Franklin D. Roosevelt (EEUU) y Winston Churchill (Reino Unido) en 1945. Yalta, una ciudad del mar Negro próxima a Sebastopol –cuyo sitio durante la Guerra de Crimea describió León Tolstói casi un siglo antes en sus ‘Relatos’– y no muy lejos –visto desde Euskal Herria– de Mariúpol, puerto ucraniano sitiado ahora por el Ejército de la Federación Rusa.
Las tres potencias y sus aliados más directos marcaron ciertas reglas para moverse en el tablero de las relaciones internacionales, incluso dibujando al detalle la partición de Alemania y las nuevas fronteras de Polonia, Italia, Finlandia, Yugoslavia...
Poco después, en 1949, se fundaba la Organización del Tratado del Atlántico Norte, una «alianza política y militar» liderada por Estados Unidos a la que se sumaron de entrada Gran Bretaña, Estado francés, Canadá, Bélgica, Países Bajos, Dinamarca, Islandia, Italia, Luxemburgo, Noruega y Portugal.
El Tratado de Amistad, Colaboración y Asistencia Mutua, más conocido como el Pacto de Varsovia, no vio la luz hasta 1955, liderado por la Unión Soviética, acompañada de la República Democrática Alemana (la República Federal de Alemania se sumó ese mismo año a la OTAN), Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumania, Bulgaria y Albania (que abandonó la organización en 1968).
Más allá de las membresías oficiales, cada uno de los dos campos fue extendiendo su influencia, por las buenas o por las malas, por el resto del planeta, dando lugar a un sistema de ‘países satélites’, con una independencia real muy limitada, que giraban en torno a las dos grandes potencias.
Y, aunque era fácil, por ejemplo, poner etiquetas como ‘capitalismo’ o ‘comunismo’, no todo era blanco y negro. El mejor ejemplo de ello fue el surgimiento del Movimiento de Países No Alineados (abreviado como MPNA o MNOAL).
Ghandi, Nasser, Castro...
El objetivo de estos Estados era evitar la colisión entre los dos bloques de la Guerra Fría y mantener su neutralidad frente a las presiones que ejercían en todos los ámbitos las dos superpotencias.
Sus precedentes hay que buscarlos también en la década de los años 1950, a medida que iban creciendo figuras de gran talla política en el nuevo espacio postcolonial, como el indio Mathama Ghandi, el egipcio Gamal Abdel Nasser, el cubano Fidel Castro, el indonesio Sukarno o el yugoslavo Josip Broz Tito.
Su antecedente inmediato son los ‘Diez Principios de Bandung’, establecidos durante la cumbre que mantuvieron en esa ciudad de Indonesia en 1955 una treintena de países africanos y asiáticos; entre ellos, Libia, Egipto, Etiopía, Arabia Saudí, Turquía, Irán, India, China y Japón. La primera cumbre oficial del MNOAL tuvo lugar en 1961 en Belgrado, capital de la que poco después pasó a denominarse República Federativa Socialista de Yugoslavia.
Pese a su escaso poder militar y económico, comparado a los de EEUU y la URSS, defendían a ultranza la no injerencia y la autodeterminación; además, también lucharon constantemente contra el apartheid en Sudáfrica. Fue este movimiento el que ayudó a levantar la actual Unión Africana en 1963. Y, a día de hoy, continúa defendiendo que la ONU sirva para implementar la democratización de las relaciones internacionales.
El MNOAL sigue vivo –su última cumbre tuvo lugar en Bakú, capital de Azerbaiyán, en 2019–, cuenta con cerca de 120 Estados miembros (incluida Palestina) y 17 observadores. Como se constata en el mapa adjunto, esencialmente «es un foro de concertación política para los países del Sur».
Los cinco criterios que deben respetar sus miembros son estos:
1. El país debe haber adoptado una política independiente basada en la coexistencia de Estados con diferentes sistemas políticos y sociales y en el no alineamiento, o debe demostrar tendencia a favor de tal política.
2. El país concernido deberá apoyar consistentemente los movimientos por la independencia nacional.
3. No debe ser miembro de una alianza multilateral militar concluida en el contexto de los conflictos de las grandes potencias.
4. Si tiene un acuerdo militar bilateral con una gran potencia, o es un miembro de un pacto de defensa regional, el acuerdo o pacto no debe haber sido uno de los concluidos deliberadamente en el contexto de los conflictos de las grandes potencias.
5. Si el país ha concedido bases militares a una potencia extranjera, la concesión no debe haber sido hecha en el contexto de los conflictos de las grandes potencias.
Es posible que Bielorrusia, el único Estado miembro europeo –dejando al margen el Cáucaso–, no esté cumpliendo en estos momentos esos compromisos por su papel junto a Rusia en la invasión de Ucrania.
Y también es destacable que Ucrania pasara a ocupar un sillón como observador después de haber sido miembro de pleno derecho entre 2010 y 2014.
Ante la guerra en Ucrania
Precisamente, poniendo el foco en la actualidad, conviene detenerse a comparar los dos mapas que acompañan a este texto, que reflejan que ‘del dicho’ de la condena de la invasión de Ucrania en la Asamblea de Naciones Unidas ‘al hecho’ de decretar sanciones contra Rusia ‘va un largo trecho’.
La resolución de la ONU contó con el apoyo de 141 de los 193 miembros, con 35 abstenciones, y tanto solo con el rechazo de Rusia, Bielorrusia, Siria, Corea del Norte y Eritrea. En cambio, las sanciones han sido implementadas, básicamente, por los actuales 30 miembros de la OTAN –salvo Turquía–, además de sus habituales socios de ‘Occidente’: Australia, Nueva Zelanda, Corea del Sur, Japón, Singapur y Taiwán. Y también de Suiza, neutral en otros ámbitos.
De momento, el Sur en su sentido más amplio –en América, desde la frontera entre EEUU y México hasta Tierra del Fuego, África en su totalidad, Oriente Medio, Asia Central, el Indostán y el Sudeste Asiático– parece observar el conflicto bélico en Europa como un asunto ajeno o, al menos, lejano políticamente, sin dejar de reclamar el fin de la crisis humanitaria y defender los principios de soberanía y territorialidad de los Estados independientes. Posición que, con muchos matices, también mantiene China.
Por otro lado, definir en este momento los conceptos de ‘intervención’ y ‘neutralidad’ en base a una perspectiva militar no es sencillo. Pero se podría tomar como referencia a los Estados miembros de la Unión Europea que no se han implicado directamente en el envío de armas a Ucrania: la República de Irlanda, Austria, Suecia y Finlandia, que también tienen en común que no son miembros de la OTAN, aunque tengan estrechas relaciones con esta alianza, y tampoco del Movimiento de Países No Alineados.
De los cuatro, Suecia es el que tiene una tradición de neutralidad más larga, ya que, con más de un pero, la mantuvo incluso durante la Segunda Guerra Mundial después de proclamarla oficialmente en 1834.
El Parlamento de Austria, por su parte, aprobó el 26 de octubre de 1955 una ley constitucional que proclama su «neutralidad perpetua». Por ello, el pasado 7 de marzo, el canciller Karl Nehammer garantizó que mantendrá esa postura ante el conflicto en Ucrania alegando que «la neutralidad austríaca ha hecho y está haciendo un buen servicio», y asumiendo que, cuando «la guerra está en su apogeo, se necesita ayuda rápida, solidaridad rápida para la gente sobre el terreno; se necesita apoyo para los líderes políticos que temen por sus vidas allí».
No obstante, tanto en Austria como en Suecia y en Finlandia se han levantado en los últimos días muchas voces que reclaman, cuando no directamente la entrada en la OTAN, sí un mayor gasto en armamento.