David Meseguer
Kiev

Kiev sigue oliendo a «borsch» gracias a los camioneros

Con todos los escollos que deben superar en sus rutas, los transportistas son los grandes artífices de que en la capital no haya desabastecimiento de productos básicos. Las hortalizas esenciales para preparar la sopa rojiza tan popular en Ucrania siguen llegando a Kiev pese a la guerra.

En el mercado de abastos de Troyeshchyna no faltan cebollas, remolachas, patatas y zanahorias, productos básicos de la cocina autóctona.
En el mercado de abastos de Troyeshchyna no faltan cebollas, remolachas, patatas y zanahorias, productos básicos de la cocina autóctona. (David MESEGUER)

Los gritos y el regateo de precios son la tónica dominante de la gélida mañana en el mercado de abastos de Troyeshchyna, un barrio levantado durante la época soviética en la parte oriental de Kiev. Entre las conversaciones en ucraniano y ruso, se cuela algún asalam aleikum pronunciado por los comerciantes azeríes y kazajos, comunidades con una notable presencia en el negocio del transporte y la venda de frutas y verduras en Ucrania.

Situados en una gran explanada, una treintena de camiones de gran tonelaje tiene las puertas de sus remolques abiertas y de su interior varios hombres y mujeres no paran de descargar sacos de cebollas, patatas o zanahorias. Los camioneros, que muchas veces también ejercen de compradores y vendedores de la carga transportada, son los auténticos artífices de que Kiev no haya sufrido desabastecimiento de productos alimenticios básicos durante el primer mes de guerra.

«Antes, el trayecto de 480 kilómetros entre Odesa y Kiev tomaba ocho horas. Ahora, podemos necesitar de 24 a 48 horas», detalla a GARA Saro, un joven transportista originario de Azerbaiyán. Él mismo explica que un porte de dichas características podía costar unas 10.000 grivnas, poco más de 300 euros, y ahora su precio se ha duplicado.

«Dar grandes rodeos para evitar las regiones calientes, cruzar decenas de checkpoints y tener que parar numerosas veces a repostar, porque existe una limitación de 20 litros de combustible por vehículo, multiplica las horas al volante y encarece los costes», señala Viktor, un camionero de 45 años de Zaporiyia, al sur del país, mientras negocia con el responsable de una de las pocas cadenas de supermercados que continúa abierta.

La concentración de los combates en la parte norte de Kiev ha permitido que los camiones y los trenes que transportan alimentos puedan alcanzar la capital por su entrada sur sin demasiados escollos. Tanto en el mercado de abastos como en las tiendas y mercadillos no se observa carencia de productos básicos en la cocina autóctona como cebollas, patatas, zanahorias y remolachas, conocidos en su conjunto como el borsch, la sopa de color rojizo popular en Ucrania y parte de Europa del Este. El precio de este cuarteto de productos sí que se ha visto condicionado por el conflicto que ha duplicado su precio de 0,25 céntimos de euro el kilo a medio euro.

Por las condiciones climáticas necesarias para su cultivo, las principales zonas productoras se encuentran en Odesa y Jersón, a orillas del mar Negro. «El control ruso de esta última región ha provocado que sea necesario importar parte de las verduras y hortalizas desde Polonia», explica un transportista que ha llevado vegetales polacos desde Lviv hasta la capital.

Género disponible

Para contener los precios y que los ucranianos se vean afectados lo menos posible, el Gobierno ha decidido suprimir el IVA de los carburantes y de determinados productos básicos de la cesta de la compra. En los lineales de los pocos supermercados que están abiertos, sí comienza a notarse el desabastecimiento de cítricos debido a que llegaban del extranjero por rutas marítimas ahora controladas por la Armada rusa.

«Los agricultores están preocupados porque hay grandes reservas de ciertas frutas autóctonas y como no se puede exportar y la población de Ucrania ha disminuido, temen que el género se desperdicie», explica Natasha, una vendedora de manzanas que ha congelado los precios de venta por la guerra.

Fuera del recinto del mercado de abastos, hay un mercadillo con panaderías, carnicerías y fruterías dirigido al consumidor final. «En los supermercados hay pan y leche, lo que pasa que antes tenías 20 tipos de pan y 10 de leche y ahora solo uno. Pero no faltan nada esencial», indica una clienta que espera una larga cola. «Los primeros días de guerra faltaron algunos productos como harina porque la gente se tiró en masa a comprarlos por si se producía un cerco sobre la ciudad», comenta esta señora en la puerta de la panadería.

«Uno de los principales cambios es que ahora no hay carne de ternera porque se quieren mantener vivas las vacas para poder producir leche», explica Valery, un carnicero de 53 años desde su puesto en la calle presidido por una gran cabeza de gorrino. Cuenta que él mismo mata a los cerdos de varios ganaderos con los que trabaja. «Como decisión personal a causa de la guerra, he decidido poner la carne más barata. Antes de la guerra costaba casi 5 euros el kg y ahora lo he bajado casi a cuatro», subraya mientras saca más género de su furgoneta frigorífica.