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Elkarrizketa
Pan Nalin
Cineasta

«La llegada del digital cambió la experiencia de ir al cine»

Nacido en el estado indio de Gujarat, estaba condenado a sobrevivir vendiendo té hasta que el cine se cruzó en su camino. Su infancia y juventud le han inspirado ‘La última película’ que acaba de llegar a las salas tras triunfar en TriBeCa o Valladolid, donde ganó la Espiga de Oro.

El director Pan Nalin ganó la Espiga de Oro en Valladolid y triunfó en TriBeCa.
El director Pan Nalin ganó la Espiga de Oro en Valladolid y triunfó en TriBeCa. (NAIZ)

Muchos han sido los que han comparado ‘La última película’ con ‘Cinema Paradiso’. Como en el clásico de Tornatore, Pan Nalin nos cuenta en su última obra la relación de amistad entre un niño y un proyeccionista de cine. Pero más allá de esto, el autor de filmes como ‘Samsara’ o ‘Angry Indian Goddesses’ (largometrajes que le han valido para ser el cineasta indio con mayor proyección internacional de los últimos años), lo que pretende en ‘La última película’ es rendir un homenaje al cine como experiencia colectiva y a la propia magia del cine, ese intangible que está en vías de desaparecer.

El argumento de ‘La última película’ está organizado en torno a recuerdos de su propia infancia ¿cuáles son esos recuerdos y cuánto hay de real y de ficticio en esta historia?

Salvo el clímax final que se inspira en acontecimientos reales que tuvieron lugar cuando yo era ya adulto y que no viví en primera persona, el resto de la historia es casi una evocación de mi infancia. En “La última película” cuento mi primer recuerdo como espectador delante de una pantalla de cine, también mi amistad con el proyeccionista del cine ‘Galaxy’ y el robo de bobinas y latas de película que perpetré junto a mis amigos. Además rodamos en el pueblo en el que yo crecí con lo cual las localizaciones son reales. El cine ‘Galaxy’ en concreto llevaba casi dos décadas cerrado y lo abrimos para rodar este filme.

A pesar de que lo que cuenta en su película nos remite a una realidad de hace dos o tres décadas, ha optado por ambientar esta historia en 2010. ¿Por qué?

En torno a 2010 fue cuando la India vivió la reconversión de la mayoría de sus salas de cine viendo como desaparecían los viejos proyectores de 35mm siendo sustituidos por un sistema digital. Eso hizo que medio millón de copias de películas de Bollywood fueran destruidas. Aquella cifra fue un shock para mí y me inspiró el desenlace de la película. La historia que cuento podía haber ocurrido en cualquier otra época pero si decidí ambientarla en 2010 fue justamente para narrar lo que supuso aquel punto de inflexión.

Según evoca en la película, parece que como si el inicio del digital hubiera supuesto el fin del cine o, al menos, el fin de la magia que tiene el cine. ¿Es así?
En cierto modo sí. Es cierto que el digital ha traído cosas nuevas que debemos valorar como corresponde pero también le dio un golpe de gracia a las salas de exhibición. Muchas de las grandes salas se vieron obligadas a cerrar, otras se reconvirtieron en multicines. La llegada del digital cambió la experiencia de ir al cine.

Como director, ¿cómo encaja ese lamento por la pérdida de lo que fue la esencia del cine con la necesidad de seguir haciendo películas?

La técnica ha cambiado pero la necesidad de seguir contando historias está ahí. Si hago una analogía entre el trabajo de un cineasta y el de un pintor, en el caso de éste es cierto que la luz y los colores no se capturan igual si uno pinta con acuarelas o al óleo. Al final todo responde a una elección de lo que quieres mostrar y cómo quieres mostrarlo. A los cineastas nos ocurre algo parecido. A mi como cineasta lo que me interesa es expresarme, contar historias y sobre esa base he aprendido a adaptarme a las nuevas tecnologías. Además a la hora de filmar, da igual que lo hagas en un formato u otro, lo más importante continúa siendo capturar la luz.

El personaje del proyeccionista de su película pronuncia una frase similar a la que usted acaba de formular. Él dice: «El futuro es de aquellos que saben contar historias». Visto así ¿cree que mientras exista esa necesidad el cine sobrevivirá?

Sí. Los formatos cambiarán pero las películas seguirán existiendo. De hecho hoy en día las nuevas tecnologías nos han desvelado hasta qué punto hay personas muy capaces de contarnos una historia muy poderosa en un vídeo de tres minutos, personas tienen ninguna formación como cineastas. Esa necesidad de contar historias está más allá de los medios que tengas a tu alcance para hacerlo.

Quizá esa necesidad se vio durante los primeros días de confinamiento, ¿no? La gente no podía salir de casa pero necesitaba películas que le hiciesen soñar, distraerse…

Exacto. Y no solo eso sino que volvió a confrontarnos con la necesidad de hacer del consumo de películas una experiencia colectiva. Fue muy conmovedor, en este sentido, cuando estrenamos ‘La última película’ en Nueva York, en el Festival de TriBeCa. La gente volvía a las salas después de un año y medio de confinamiento y hubo un nivel de identificación pleno con la historia que estábamos contando. Durante el confinamiento todos vimos mucho contenido en plataformas pero muchas de estas series y películas parecen cortadas por el mismo patrón: se trata de thrillers muy dialogados con varias tramas en paralelo. Ese tipo de propuestas no tienen nada que ver con una película como la nuestra donde los silencios, el encuadre y la sencillez de la historia buscan transportar al espectador a un espacio diferente, un espacio que difícilmente vamos a poder disfrutar en la pequeña pantalla de nuestro televisor o nuestro ordenador.

¿Cree que el cine ha perdido esa esencia de experiencia colectiva que tenía cuando era disfrutado en salas?

No, no creo que hayamos perdido eso. Yo espero que el espectador sea capaz de encontrar un equilibrio que le lleve a discriminar aquellas películas que pueden ser disfrutadas en cualquier tipo de pantalla de aquellas otras que, forzosamente, han de verse en una sala de cine. Pasa un poco como con la comida. Uno puede encargar comida a domicilio o bien preparar en casa su propia comida, pero si quiere probar un plato que únicamente es cocinado en tal o cual restaurante, tendremos que tomarnos la molestia de salir de casa e ir hasta el lugar donde nos ofrecen eso que queremos probar.

Pero en plena era global, resulta curioso como el gran público presenta unos gustos cada vez más homogéneos, parece como si lejos de incitarnos a cultivar el paladar nos lo estuvieran atrofiando.

De hecho, películas como la nuestra resultan muy difícil que sean proyectadas en las grandes salas y cuando lo consigues te restringen a una o dos sesiones en horarios raros. El tema es que resulta muy difícil competir con las majors hollywoodienses en cuestiones de marketing. El presupuesto total de mi película es semejante a lo que muchas de estas compañías dedican únicamente a hacer sus campañas de promoción y si no eres capaz de hacer una película que esté respaldada por una campaña de publicidad potente es muy difícil que las salas te programen. Eso al final se traduce en que la mayoría de las salas en cualquier ciudad del mundo exhiban las mismas películas.

¿Y cómo se puede sobrevivir a eso? ¿Hay espacio para la diversidad?

Es triste constatar que al final son una veintena de empresas las que controlan el negocio del cine a nivel global. El porcentaje de películas europeas o asiáticas que se exhiben en cualquier país del mundo es muy reducido en comparación con el cine de Hollywood. Aunque una película gane el León de Oro en Venecia o la Palma de Oro en Cannes, lo tiene muy difícil para ser vista por una audiencia internacional, es así de triste. Lo único bueno de los premios es que dan publicidad a tu película pero para optar a un premio tienes que hacer una inversión muy fuerte en promoción. Es una pescadilla que se muerde la cola. Al final la única opción que te queda es intentar hacer un cine personal adecuándote a una estética mainstream que es el modo en que los dueños del negocio cinematográfico puedan reparar en ti.

Dedica ‘La última película’ a aquellos cineastas que más le han influido, casi todos son nombres occidentales. Sin embargo, se da la paradoja de que en el filme cuando evoca su despertar como espectador lo que hace es rendir tributo al cine popular que se hacía en la India ¿por qué?

Mis influencias no se reducen solo a directores occidentales, de manera consciente o inconsciente todas las películas que he visto a lo largo de mi vida han determinado mi modo de hacer cine. Lo que ocurre es que de niño aquellas películas indias que comentas eran el cine que consumía de manera casi exclusiva en el cine de mi pueblo y eran películas realizadas por algunos de los cineastas más importantes de mi país. Luego, según fui creciendo, ya conocí el expresionismo alemán, el neorrealismo italiano, el cine de la Nouvelle Vague, los clásicos de Hollywood, el cine japonés… Pero volviendo la vista atrás, a mis años de formación, no podía resistirme a homenajear a aquellos cineastas indios que tanto me inspiraron.