Rusia es un gigante de los hidrocarburos, y los ingresos obtenidos del petróleo y del gas financiaron el 45% de su presupuesto federal el año pasado, según la Agencia Internacional de la Energía (AIE).
El presidente ucraniano, Volodimir Zelensky, ha pedido a la UE que cese sus compras porque, afirma, así «Rusia ya no tendrá dinero para esta guerra».
Según estadísticas estadounidenses recogidas por AFP, Rusia exportó 5 millones de barriles diarios (mbd) de petróleo en 2020, la mitad hacia países europeos; en especial a Alemania, Países Bajos y Polonia.
Estados Unidos, otro gran productor de energía, ha decretado un embargo de hidrocarburos rusos. Pero la UE solo lo contempla de momento para el carbón, aunque dice querer reducir sus compras de gas en dos tercios este mismo año.
El carbón, un mercado global más flexible
Rusia posee el 15% de las reservas mundiales de carbón, según el informe anual de BP sobre energía. Asegura el 45% de las importaciones de la UE, con países particularmente dependientes como Alemania y Polonia.
La tendencia marcada por la UE es salir del carbón, un combustible muy contaminante. Su consumo ha bajado pero, como paralelamente se han cerrado minas, depende cada vez más de las importaciones, como señala el Instituto Bruegel.
Para la hulla, por ejemplo, las compras de la UE a Rusia pasaron de 8 millones de toneladas en 1990 (7% de las importaciones) a 43 millones en 2020 (54%).
Sin embargo, Alemania prevé prescindir del carbón ruso desde el próximo otoño boreal. «El carbón ruso puede ser remplazado porque los mercados mundiales de carbón están bien suministrados y son flexibles», comenta el Instituto Bruegel.
El petróleo crudo y el gasoil, ¿posible?
Rusia, uno de los mayores exportadores de petróleo del mundo, suministra más del 25% del crudo que importa la UE, según las estadísticas comunitarias.
«En principio, remplazar el petróleo ruso sería mas fácil que para el gas», ya que las importaciones llegan por barco y no mediante infraestructuras fijas como los gasoductos, puntualiza Bruegel.
Pero Rusia también exporta 1,5 millones de barriles diarios de gasoil, del que Europa depende mucho. «Ello va a plantear un verdadero problema para el diésel», como advirtió Barbara Pompili, ministra francesa de la Transición Ecológica.
Además, hay que tener en cuenta que este combustible líquido, que se usa tanto en los motores diésel de los automóviles como en las calderas de calefacción o industriales, no se fabrica con cualquier tipo de crudo.
En caso de embargo, habría pues que buscar otras fuentes de gasoil, además de petróleo.
Renunciar al gas, lo más difícil
Rusia exporta este hidrocarburo directamente hacia la UE gracias a una red diversificada de gasoductos. Con 155.000 millones de metros cúbicos anuales, representa el 45% de las importaciones de gas y cerca del 40% del consumo de la UE.
El tema de un eventual embargo divide a los Estados miembros, ya que algunos son muy dependientes, como Alemania, con el 55% del gas que importa procedente de Rusia. «Los suministros de gas ruso no son sustituibles» y si se interrumpieran «nos dañaría más que a Rusia», argumento el lunes el ministro alemán de Finanzas, Christian Lindner.
El pasado año, diez Estados dependían incluso en más del 75% del gas ruso, según Eurostat. Son estos: Bulgaria, República Checa, Estonia, Letonia, Hungría, Austria, Rumania, Eslovenia, Eslovaquia y Finlandia.
Los Estados bálticos dejaron a principios de abril de importar gas ruso y están utilizando el que tienen almacenado en sus reservas.
Un embargo sobre la energía rusa incluyendo el gas le costaría a Alemania entre el 0,3 y el 3 por ciento del PIB, según acaba de calcular el Consejo de Análisis Económico francés. Y «Lituania, Bulgaria, Eslovaquia, Finlandia o República Checa podrían perder ingresos entre el 1% y el 5% del PIB», estima la misma fuente.
Reducir el consumo, ¿racionamiento?
Pero al prescindir de gas ruso, la UE tendría dificultades para tener suficientes reservas de cara al próximo invierno.
Acudir a otros proveedores, bajo forma de gas natural licuado (GNL), que llega por barco, compensaría solo en parte la ausencia de gas ruso, según los expertos, y sería bastante más caro.
También habría que reducir el consumo, lo que pasaría por limitar la producción de ciertas industrias. Es lo que algunos analistas ya denominan ‘racionamiento’.