Maite Ubiria
Aktualitateko erredaktorea, Ipar Euskal Herrian espezializatua / Redactora de actualidad, especializada en Ipar Euskal Herria

Debate Macron-Le Pen: De la goleada de 2017 al riesgo del «match nul» en 2022

El «gran debate» arrancará a las 21.00 y durante dos horas y media los dos contrincantes tratarán de convencer a una audiencia que en 2017 se situó en 16,5 millones de telespectadores. Entonces Emmanuel Macron endosó una goleada a una Marine Le Pen a la que hoy le basta con forzar un «match nul».

Imagen del debate televisado entre las dos vueltas de la campaña presidencial de 2017.
Imagen del debate televisado entre las dos vueltas de la campaña presidencial de 2017. (Eric FEFERBERG | AFP)

Los preparativos del debate entre las dos vueltas revelan por sí mismos la importancia que los dos candidatos que disputarán, el próximo domingo, la liza definitiva de la elección presidencial conceden al contraste de sus dos proyectos ante las cámaras de televisión.

El precedente de 2017 pesa como una losa en el recuerdo del campo ultraderechista.

Hace cinco años no hizo falta esperar a que pasaran los minutos, en cuanto se pusieron encima de la mesa los grandes desafíos de la industria francesa, recién arrancado el «cara a cara», un Emmanuel Macron sin demasiado pasado devoró a Marine Le Pen.

«Será una carnicería», había advertido uno de los asesores de Emmanuel Macron y cuando Le Pen, en un intento de emborronar el balance del exministro de Economía, se hizo un lío entre las decisiones adoptadas por el gabinete de François Hollande respecto a la operadora de telefonía SFR y el dossier Alstom, ligado a la compañía ferroviaria SNCF, Macron le espetó un «usted no se ocupa de nuestra industria» que se convirtió en una sentencia de muerte.

A partir de ese patinazo inicial, Le Pen descarriló y las cámaras la mostraron perdida entre sus fichas, a la búsqueda de un salvavidas que no llegó. Fin del debate.

Esta noche repiten los contendientes pero todo es diferente, empezando por las reglas del juego, no se podrá ver a aquella Le Pen que resoplaba tratando de ordenar sus anotaciones. No sabemos si ocurrirá, pero sí que no lo veremos.

Las transacciones hasta el último minuto de los asesores de ambos candidatos se han encargado de garantizar un debate sin ambiente. Más que cerrado, hermético.

No se verá, salvo en planos que sirvan para encadenar las intervenciones, los gestos del candidato que escucha la intervención de su contrincante. A priori, no habrá planos desafortunados, o se compensarán. Tampoco habrá público en el plató.

Los dos aspirantes se situarán, como los periodistas, tras sus propias mesas. Nada de una barrera interpuesta. Debatirán a distancia, en un plató más despejado y a temperatura ambiente de 19 grados, para evitar frentes sudorosas y brillos desfavorcedores.

De la tele de 2017 al universo TikTok

Son solo algunas de las muchas condiciones que han acordado los dos campos en su desvelo por minimizar los daños que puede dejar un mal gesto o una corporalidad poco afortunada.

No estamos en 2017. Este debate que consagra la ceremonia político-catódica que se estrenó en 1974 -Giscard-Mitterrand- se produce en el año 2022 y en el mundo de Tiktok.

Los asesores de los candidatos han dado su bendición a todo. Empezando por los presentadores de un «cara a cara» arbitrado por dos cadenas, la privatizada TF1 y la pública France 2, y emitido por otras televisiones de información en continuo como FranceInfo o LCI.

Le Pen, de forma asumida, y Macron, sin reconocimiento expreso, vetaron a la periodista política lohizundarra Anne-Sophie Lapix. Así las cosas, el debate será conducido por su compañera de cadena Lea Salamé, que ejercerá junto al presentador de TF1 Gilles Bouleau.

Aunque distintas voces se han alzado para denunciar que los candidatos hayan podido determinar quién presentará el debate, finalmente se ha impuesto esa voluntad política.

Los dos periodistas se sentarán a unos cuatro metros de los dos aspirantes y su labor se limitará como quien dice a citar los enunciados, tratar de agilizar los turnos de palabra y gestionar draconianamente el tiempo.

El pacto es claro en cuanto a la actitud de neutralidad que deben guardan los conductores.

La propia configuración del plató y la disposición física de los dos aspirantes da a entender que Le Pen y Macron no quieren que los periodistas les alteren demasiado el guion ni les resten, por descontado, ni un segundo de protagonismo.

Realizadores partidarios vía pinganillo

Si las cosas no van como se ha acordado, ya que el debate está más que guionizado, el realizador Didier Froehly podrá escuchar a través del pinganillo las «sugerencias» de los dos responsables de realización que la candidata de Rassemblement National y el líder de La République en Marche tendrán con su lugar reservado en la sala de realización.

En declaraciones a France Inter, el realizador asume las condiciones sobre la gestión de planos en el momento de escucha. «No creo que aporte nada un plano de un candidato a la escucha mientras se rasca la nariz, bebe agua o consultas sus apuntes», afirma. Los asesores de Le Pen han ganado esa batalla. También la de ver sentada a la derecha y o la izquierda, como en 2017, a su aspirante.

Como no ha habido acuerdo en el orden de lo ocho temas de debate, ha sido finalmente un sorteo el que ha establecido esa secuencia. El debate arrancará por el tema-estrella del poder adquisitivo al que, por cierto, ha consagrado el grueso de su campaña la candidata de Rassemblement National, en su intento de reforzar su perfil «popular» y también de hacer más digestibles sus propuestas sobre migración usando el aditivo de la «prioridad francesa».

A diferencia de 2017 Le Pen se ha esforzado en explicar que tiene presupuestadas todas sus propuestas, aunque para sufragar la inversión social proponga restringir los derechos sociales de los extranjeros con menos de cinco años de residencia en el Hexágono o para descongestionar la red de alquiler social se plantee privar de un techo a familias «en las que al menos uno de sus dos cónyuges no sea francés».

Así las cosas, no cabe esperar un debate tan bronco como el de 2017, porque, con un resultado histórico en primera vuelta, el pasado 10 de marzo, Le Pen llega al cara a cara con mejores opciones y el firme propósito de despejar dudas sobre su solvencia.

En el caso de Emmanuel Macron, el reto pasa por no mostrar arrogancia y por ejercer una pedagogía exquisita para desmontar el programa de RN sin acribillar a su candidata. Sus mejores bazas: reclamar el mejor anclaje de su ideario liberal en las coordenadas geopolíticas de una Unión Europea de la que ha ejercido de embajador en la guerra de Ucrania y situar al proyecto excluyente que encarna la ultraderecha como irrealizable por adentrarse en un territorio inquietante más allá de los márgenes constitucionales.

Opciones de los aspirantes

En 2017 Macron ganó por goleada a Le Pen pero hoy arriesga bastante más. Se juega el recomponer un liderazgo cuestionado por las diferentes crisis. Ello le obliga a acertar a la hora de hacerse perdonar y a ser mínimamente creíble en el propósito de enmienda. En 2017 tenía una audiencia proclive a creerle. Hoy la desconfianza está instalada en demasiados sofás.

Si mide bien sus guiños Macron puede aspirar a facilitar el trasvase de voto desde otros campos que, a estas alturas, tiene bastante garantizado.

Como mal menor, debe salir del plató con el logro de haber dificultado las aspiraciones de la ultraderecha de movilizar el voto del descontento.

Marine Le Pen perdió en 2017 y llega al debate de esta noche con la más cruel de las hemerotecas pegada a la espalda. Tiene relativamente fácil mejorar. Sin embargo, la distancia que le separa de Macron le obliga a asumir riesgos.

Su punto fuerte puede estar en sus debilidades de 2017. Si consigue, claro está, proyectar que sus iniciativas para contrarestar las pérdidas de renta y de perspectiva de progresar en la escala social que endosa en su programa socioeconómico al proyecto que encarna Emmanuel Macron tienen algún viso de viabilidad.

El terreno internacional, el segundo en el orden de debate, le es claramente desfavorable, y también le perjudica que el «cara a cara» se cierre con un intercambio de pareceres sobre la cuestión institucional, terreno abonado para un presidente en funciones, y menos para una aspirante a la que el tema siempre candente de la seguridad y la inmigración le queda tarde, al ser el penúltimo epígrafe antes de bajar el telón.

Sembrar la duda de si hubo un empate le bastaría como balance menos malo a una Marine Le Pen a la que se reprocha haber hecho una campaña a la medida, solo en tierras conquistadas por la ultraderecha, y que tendría que aspirar hoy a ensanchar terreno.

Tras su éxito sin discusión en el cara a cara de 2017 el «match nul» dejaría, sin embargo, un sabor amargo en el campo de Macron.

Como poco, el favorito aspira a que las ediciones de mañana asienten la idea de que su victoria el 24 de abril es una hipótesis todavía mas probable. Habrá ganado si consigue evidenciar que bajo un nuevo disfraz la ultraderecha es una amenaza lo suficientemene nítida como para que su alternativa pueda certificarse como la única opción aceptable.