Oihane Larretxea
Donostia
Elkarrizketa
Iratxe Arteagoitia
Red internacional Ropa Limpia

«Cuando compramos una prenda debemos ser conscientes y hacernos preguntas. ¿Qué hay detrás?»

La industria textil es una de las más contaminantes del planeta y una de las más opacas. ¿Dónde se ha producido la camiseta que llevas? ¿Quién y cómo la ha fabricado? La coordinadora internacional Ropa Limpia lucha por leyes vinculantes que aporten transparencia y garanticen los derechos.

Iratxe Arteagoitia es coordinadora en la CAV de la red internacional Ropa Limpia.
Iratxe Arteagoitia es coordinadora en la CAV de la red internacional Ropa Limpia. (Endika PORTILLO | FOKU)

Poco desvela la etiqueta de una camiseta o un pantalón. Más allá de decirnos que se ha fabricado en Marrakech, Pakistán o la India. No sabemos cuántos países ha recorrido antes de que cuelgue de la percha, porque hay prendas cuyas fases de producción se dividen entre tres y cuatro países. Sabiendo eso, se puede intuir cuánto han contaminado hasta llegar a nuestro armario.

La denominada fast fashion. Comprar, desechar, comprar, desechar. Gigantes del sector textil que venden barato y producen aún más barato. No sabemos quién la fabrica, pero sabemos que la mayoría son mujeres y que lo hacen de forma precaria y en talleres poco seguros. En largas jornadas por un sueldo mínimo que no les permite salir de la pobreza. El pasado día 24 de abril se cumplieron nueve años del derrumbe de una fábrica de producción textil en Bangladesh. En el accidente del Rana Plaza murieron 1.134 personas y más de dos mil resultaron heridas. Han transcurrido nueve años.

Aquellos titulares quedaron olvidados, pero organizaciones internacionales como Ropa Limpia, de la que Iratxe Arteagoitia es coordinadora en la CAV, trabajan cada día y están en contacto estrecho con las trabajadoras de las fábricas textiles para lograr mayor transparencia, la aprobación de leyes internacionales vinculantes y la salvaguarda de los derechos humanos. Unos sueldos dignos y la posibilidad de llevar a juicio a las firmas que no cumplan estos mínimos son tareas pendientes que pelean por hacer realidad.

Las jornadas Fashion Revolution que se celebran en la sala BBK Kuna hasta el sábado acogen la tarde de este jueves una conferencia de la mano de Iratxe Arteagoitia y Alberto Abad para aportar luz e invitar a la reflexión.

Se cumplen nueve años de la tragedia de Rana Plaza. ¿Ha cambiado algo en este tiempo?

Sí ha habido cambios, pero hay mucho camino por recorrer aún. Durante dos años antes del derrumbe llevábamos presionando a las marcas para que firmaran un acuerdo de seguridad en las fábricas de Bangladesh, porque este gran desastre no era la primera vez que ocurría. La situación de inseguridad en las fábricas es alarmante. Estábamos presionando para que firmaran un acuerdo de seguridad vinculante que les obligaba a que haya auditorias independientes para ver cómo estaba la situación en la fábricas y, en caso de detectar situaciones de inseguridad, que las marcas tuvieran que pagar a esas fabricas para mejorar sus instalaciones, entre otras acciones. Es un acuerdo que vincula directamente a que las propias trabajadoras y sindicatos tengan acceso directo a la marca y no sea siempre a través de la propia fabrica, porque en ocasiones no saben ni para qué firma están trabajando.

Previo al desastre de Rana Plaza tan solo dos marcas habían firmado este acuerdo.Tras el desastre humano, y con el foco mediático en esos talleres, más de 200 marcas se sumaron, pero el texto tenía una vigencia de cinco años, que se prorrogó por dos más. Mientras ese acuerdo estuvo activo, sí que ha habido auditorías independientes y se han remodelado fábricas inseguras. En la actualidad no está vigente, y no quieren que lo sea porque es un acuerdo que los obliga incluso en casos de derrumbe o incendio a pagar una indemnización a las personas heridas y a sus familias.

¿Qué alegan las marcas para no querer firmar?

Las marcas se escudan en sus propias auditorías y en que ya visitan las fábricas. Aseveran que las situaciones de inseguridad no se dan. También defienden que tienen acuerdos internos con las fábricas que creen suficientes. No quieren que se les controle desde fuera.

Si seguimos dejando en manos de la voluntariedad de las grandes o pequeñas marcas, no lo vamos a conseguir. Tenemos que tener una legislación a nivel internacional que les obliguen a trabajar en fábricas seguras, a que reciban salarios dignos, no salarios mínimos del país donde producen, un salario que les permita vivir con dignidad, porque a pesar de tener trabajo siguen en la pobreza. También es necesaria una legislación que permita a las trabajadoras, y lo digo en femenino porque el 85% de las personas son mujeres, que puedan organizarse en sindicatos y organizaciones de derechos laborales.

¿De qué hablamos cuando hablamos de un ‘salario mínimo’?

Llevamos años presionando con los salarios dignos, pero alegan que no contravienen ninguna norma porque están cumpliendo con la legislación de los países productores. En Bangladesh, por ejemplo, el salario mínimo que tienen establecido es de 28,60 euros mensuales, y las marcas están cumpliendo con ese salario. Pero lo que les pedimos es un salario digno, hablamos de 259,80 euros en el caso de Bangladesh. Es decir, el salario mínimo es diez veces menor que el salario digno. Este dato es muy clarificador. Cumplen la ley, claro, pero al mínimo. Se van a países donde hay leyes muy laxas en cuanto a formar sindicatos, reivindicar derechos laborales y humanos.

¿Se puede hablar de un perfil determinado cuando hablamos de las trabajadoras?

Son mujeres jóvenes porque las infraestructuras y las condiciones de trabajo exigen estar fuerte fisicamente y tener buen estado de salud. Los entornos son tan precarios, que cuantos mas años tienen más difícil les resulta trabajar. Son mujeres que, como mucho, tienen 40 años.

En realidad, podríamos hablar de la industria textil desde el punto de vista de género. ¿Por qué hay tantas mujeres? Porque para coser, que es algo que hacen como consecuencia de la división del trabajo desde el ámbito domestico, no necesitan ningún tipo de formación. Sus ingresos además son considerados complementarios a los que aporta el hombre; por otro lado, tienen pocas opciones de trabajo cuando no hay formación, y la industria textil no exige una preparación específica, con lo cual acaban ahí. Por otro lado, muchas de las fábricas se concentran en las ciudades de esos países, y lo que hay es mucha mujer migrante de zonas rurales que no encuentran trabajo y se van a la ciudad, solas o con sus familias. Son migrantes dentro de sus propios países.

La red internacional Ropa Limpia trabaja por una industria tranparente y justa.

¿Qué alimentamos comprando una camiseta por 9,90 euros? ¿Es una cuestión que deberíamos plantearnos?

Con una camiseta de 9,90 euros, e incluso con una de 29 euros. Tenemos un estudio que concluyó lo siguiente: del precio de venta solo el 0,6% llega a las trabajadoras. Es decir, si cuesta 29 euros solo 0,18 euros llega a la trabajadora. Imagínate en las camisetas de 5,90, que también las hay. ¿Y dónde se va el resto? Gastan muchísimo en publicidad para seguir alimentando nuestra supuesta necesidad de comprar. O cuando no hacen publicidad también, como es el caso de Inditex, que tiene sus grandes tiendas en la mejores y mayores calles del mundo, y eso tiene un coste.

Cuando compramos una prenda tenemos que ser conscientes y hacernos preguntas, y hacer preguntas a la marca y a la tienda. ¿Qué hay detrás de esta camiseta que tengo en las manos? ¿En qué condiciones sociales, laborales, humanas se ha hecho? No es lo mismo si lo preguntamos cinco o diez personas, o si lo preguntamos miles o millones. Tenemos que ser conscientes que como consumidoras tenemos un papel muy importante, somos parte de la cadena de consumo, y desde esa posición podemos apoyar la lucha de las trabajadoras del textil.

Ellas pelean cada día con las marcas y las fábricas, y nosotros podemos practicar esa solidaridad activa desde nuestro consumo. El consumo es una herramienta de transformación social. Cuando compro una camiseta de 5 euros, y no cuestiono nada, lo que le estoy diciendo a esta marca es: «okey, sigue haciéndolo así porque voy a seguir comprando». Pero cuando lo cuestiono, y cuando llegan millones de firmas pidiendo que paguen salarios dignos, que hagan fábricas seguras en Bangladesh y Pakistán, las marcas han ido dando pasos.

«Como consumidoras tenemos un papel muy importante, somos parte de la cadena de consumo, y desde esa posición podemos apoyar la lucha de las trabajadoras del textil»

Habla de legislaciones que obliguen a las buenas praxis y no sea cuestión de voluntad. En ese sentido, el Estado español no sería cualquier agente, teniendo en cuenta que ese es el origen de uno de los mayores gigantes de la industria textil, Inditex. ¿Es difícil que alguien se atreva a decir cómo hacer las cosas?

Bueno, claro, es que hay intereses económicos, y los lobbies de las marcas textiles en Europa y en diferentes países son enormes. La balanza baila entre la economía y los derechos humanos y sociales. Hace un par de años Amancio Ortega donó un equipo oncológico a Osakidetza, entre otros servicios sanitarios. Desde la campaña no criticamos eso, porque con sus beneficios puede hacer lo que quiera; la cuestión es que además de eso queremos que nos garantice que sus trabajadoras tienen un sueldo digno y pueden sindicarse.

¿Cómo podemos comprar ropa de manera sostenible y responsable?

Están las tiendas de comercio justo, donde tenemos la seguridad de que esas prendas han sido producidas teniendo en cuenta las condiciones de las trabajadoras, pero es verdad que la oferta no es muy amplia. Por otro lado, en estos últimos años están surgiendo diferentes marcas, y hay varias vascas, que se mueven dentro del slow fashion, aunque están más enfocadas a la parte medioambiental, que lo cuidan mucho. Están quitando intermediarios, hacen auditorias independientes… Y también existe la ropa de segunda mano, que prolongan su vida útil. En cualquier caso, y aparte de todo esto, seguiría poniendo el foco en la necesidad de seguir presionando a las marcas habituales para que cambien su forma de producir. Ropa Limpia es una red internacional que trabaja con los sindicatos y organizaciones de los países donde se fabrica la ropa, y sus empleadas nos dicen que son sus trabajos, que lo que quieren es tener un trabajo y sueldo dignos, no quieren un boicot.

Si las empresas cumplieran con lo que se les pide, que es su responsabilidad, ¿consumir esa ropa seria viable? En el sentido de que son miles las personas que viven directamente de coser.

Si las marcas cumplieran tanto a nivel ambiental y social una camiseta no costaría 9,90 euros, pero es que además no se podría producir tanta cantidad, porque los impactos de la producción, y de los desechos de la ropa son tan bestiales, que no se puede sostener. Tendríamos que ser conscientes de que no necesitamos tener ocho pares de pantalones y 50 camisetas. La industria textil tendría que cambiar casi de arriba abajo, tendría que haber un cambio radical en el modelo de producción y de consumo.

El boicot no es el camino hacia con estas trabajadoras, pero comprando en él se alimenta un sistema hiperagresivo… vaya espiral.

Como bien nos decía una compañera de Bangladesh, tenemos que hacer un sandwich. ‘Nosotras luchamos desde los países productores y ustedes presionen a las marcas, porque es entonces cuando se dan pasos’. Y habrá que producir menos y consumir menos. Ella misma nos lo decía: para hacer un solo vaquero son cientos los litros de agua que se emplean.

Un informe elaborado por la Coordinadora de Comercio Justo concluyó que el 80% de los españoles cree que la ley debería obligar a las marcas a respetar los derechos humanos de sus trabajadoras. Sin embargo, los hábitos de consumo van en la dirección opuesta. ¿Qué pasa, que pensamos mucho en los derechos de los demás pero a la hora de consumir… no tanto?

No sé cómo leer estos datos. Voy a hacer una suposición. Yo creo que el decir que sí, que obliguen a las marcas, nos quita de responsabilidad, es pasar la patata caliente a otros. Vuelvo a decir que el consumo es una herramienta poderosa de transformación social, pero ello nos exige cambiar, y eso no es cómodo porque nos obliga a reflexionar y a cuestionarnos las cosas. El hecho de ’ah, sí sí, que haya legislación’ deposita la responsabilidad sobre los hombros de los gobiernos, y mientras queremos seguir haciendo lo mismo, y eso no es posible. Tiene que haber una legislación, pero nosotros también tenemos que cambiar. Y eso implica una pregunta: ¿estoy dispuesta a hacer ese cambio?