«Hago cine con el mismo mimo con el que mis tíos recogen sus melocotones»
Apoyándose en un entregado grupo de actores no profesionales y en una disciplina de trabajo artesana, Carla Simón nos regala una película que ahonda en las contradicciones y en las incertidumbres que anidan en el alma humana. Una obra trascendente, que resulta universal en su carácter local.
Aunque resulta muy arriesgado definir ‘Alcarràs’ atendiendo a la especificidad de un género concreto, su película tiene un punto casi de western. ¿Lo percibe así?
Sí, de hecho es algo que comentábamos mucho durante el rodaje teniendo en cuenta, sobre todo, las localizaciones. Ese paisaje de la Catalunya interior, que se reproduce en muchas zonas de Aragón también, tiene como esa cosa llana y desértica que lo asemeja al Far West. Y luego además está ese acercamiento a lo masculino, que también ayuda para que nuestra película pueda ser asumida en clave de western.
Pero más allá de lo estético, está el paisaje emocional, esas tensiones que se producen entre un mundo abocado a extinguirse y un futuro incierto. ¿Fue difícil mostrar ese espacio de indeterminación?
No se trata tanto de un choque entre tradición y modernidad sino entre dos maneras de enfrentarse al mundo, a la tierra. Obviamente en nuestra mirada hay una proximidad emocional a esa familia de pequeños agricultores que protagoniza la película pero, al mismo tiempo, también hay una necesidad por compartir los motivos de su antagonista. No es un villano sino de alguien que hereda una tierra y que ante la escasa rentabilidad que le procura opta por vendérsela a una compañía para que instale placas solares que, en principio, es algo necesario y bueno. Todos tienen sus razones y el conflicto que plantea la película se nutre de ellas.
La defensa de la tradición se percibe casi como un acto de resistencia frente a esas dinámicas que impone la globalización.
Sí, parece una contradicción pero es así. Aceptamos que el mundo está en permanente evolución y que hay un constante cambio del modelo productivo, pero la pregunta sería ¿debemos aceptar ese cambio de modelo? La agricultura no va a desaparecer, eso está claro, y ese modo de hacer agricultura, en familia, que es el más antiguo que hay, es, también, el más respetuoso con la tierra. El pequeño agricultor sabe que esa pequeña parcela que cultiva no es solo su principal fuente de riqueza, sino que será de la de sus hijos y la de sus nietos, con lo cual cuida la tierra. Las grandes empresas, por el contrario, lo que hacen es explotar la tierra buscando un beneficio a corto plazo sin atender a la regeneración del suelo. ¿Hay que aceptar eso como paradigma de progreso, como síntoma de evolución?
A la hora de mostrar esa transformación en el territorio, usted reflexiona paralelamente sobre la crisis del modelo patriarcal.
Son cuestiones que responden a una misma premisa. Mientras elaborábamos el guion, nos impusimos el deber de llevar a cabo un retrato fidedigno de un lugar concreto y de quienes lo habitan. Hoy en día hay como una exigencia de contar historias de mujeres empoderadas y creo que es algo muy positivo, pero no sé hasta qué punto refleja la realidad porque hay entornos donde esos cambios tardan más en producirse. Por una parte, quería mostrar los efectos que ese cambio tiene sobre la vida de esas personas pero también que no estamos en el mismo sitio en todos los lados. En ese contexto, me interesaba mostrar a una madre de familia que tiene mucho más aguante del que muchas podríamos asumir, a una adolescente como Mariona que desafía la autoridad de su padre bailando ‘La patrona’ y a un hombre como Quimet que acaba derrumbado y llorando porque también es muy importante que los hombres lloren y expresen sus emociones.
El triunfo de la película en Berlín sugiere que, pese a contar una historia muy local, ‘Alcarràs’ tiene un valor universal.
Es algo que sorprendió muchísimo. Es verdad que todos los países tienen una agricultura y que la familia es algo universal pero me llamó bastante la atención de que el humor de la película funcionara en públicos que no tenían las referencias que podemos tener aquí y que la emoción de los personajes llegase a ellos con esa misma intensidad.
Quizá lo que confiere un alcance universal a un filme como ‘Alcarràs’ es el hecho de que la película se percibe como un acto de resistencia, como una reivindicación de que otro cine es posible…
Puede ser, al fin y al cabo yo hago cine con el mismo mimo con el que mis tíos recogen sus melocotones. Mi método de trabajo es artesanal, cuido cada paso, soy minuciosa y muy perfeccionista y eso es algo que he aprendido de ellos, viéndoles cosechar y dirigir a su equipo de trabajo… Hacer esta película me ha llevado a plantearme mi propia labor como directora y a posicionarme, más si cabe, en la defensa de un cine independiente que hay que cuidar y en el que hay que invertir más.
De hecho, atendiendo a esto, usted reivindicó la necesidad de apostar más decididamente por un cine rodado en catalán.
Sería necesario, sí. Si lo piensas ¿Cuántas cosas conocemos de países como Japón a través de sus películas? El cine tiene ese poder de contarnos al mundo y la experiencia que he vivido con “Estiu, 1993” y con “Alcarràs” es que gracias a ellas, muchos espectadores descubrieron que existía una lengua que se llamaba catalán. Deberíamos creérnoslo un poco más y hacer como Islandia que es un país muy pequeño pero que está invirtiendo mogollón en cine porque son conscientes de que eso da imagen de país.