Iker Fidalgo
Crítico de arte

El lugar de la fotografía

El inevitable asentamiento de lo digital ha cambiado nuestra manera de ver y entender el mundo. La cultura visual, que es en la que nos desarrollamos como sociedad, ha visto alterada sus ritmos y sus maneras de crear y consumir. Al final todo es cuestión de velocidad. ¿Cuánto tiempo podemos mantener la atención ante una imagen? ¿Cuánto tardamos en desplazar nuestro dedo índice para pasar al siguiente contenido? Ante este paradigma muchas disciplinas han tenido que buscar una nueva posición. Aquellos espacios que ocuparon en su momento las técnicas gráficas, la pintura o la fotografía tuvieron que evolucionar a lo largo de la historia mientras respondían a nuevas situaciones. Desde la difusión masiva de la prensa escrita a la invención de la imagen en movimiento, muchas son las ocasiones en las que tuvieron que reubicar su estatus. La última gran revolución, la de la cultura digital, ha provocado un nuevo movimiento sísmico para cualquier disciplina relacionada con la representación visual. La verosimilitud, la noción de autoría o la accesibilidad a las herramientas de creación de contenido son solo algunas de las vetas que se han abierto y que aún no han terminado de definirse en su totalidad.

Con todo, el arte contemporáneo ha entendido que el lugar para la imagen ha sido desplazado hacia un espacio cotidiano en el que constantemente estamos en contacto con ella. La creación artística se ha visto obligada a entender esta nueva etapa y a redefinir su rol. En el caso de la fotografía, por ejemplo, se ha visto superada por un vertiginoso ritmo diario plagado de aplicaciones y teléfonos con cámara que igualan la destreza técnica que hace unos años era solo alcanzable para ciertos niveles profesionales. Redes sociales como Instagram han pasado de ser un lugar en donde compartir imágenes a un mecanismo de relación desde la imagen. Desarrollando dinámicas generadas por la conectividad constante y los automatismos que conlleva la convivencia con los dispositivos. Ante este panorama surge la pregunta: ¿cuál es el lugar de lo fotográfico? Las dos exposiciones que reseñamos hoy nos ayudan a intuir alguna posible respuesta. Ante la velocidad del disparo y del click, la pausa del encuadre. Ante la inestabilidad del archivo, el cuerpo del revelado. Si bien no se trata de fetichizar la disciplina y demonizar el presente, si que es una invitación a pensar el camino en el que de un tiempo a esta parte estamos inmersos como público.

El pasado 6 de abril, la Sala Amárica de Gasteiz inauguró una muestra a cargo del fotógrafo Javier Berasaluce (Madrid, 1957). Las paredes de la mítica sala alavesa albergan una serie de trabajos en gran formato reunidos bajo el título ‘La Piscina’ y podrán visitarse hasta el día 15 de este mes. En el proyecto identificamos en un primer vistazo el punto de vista de quien fotografía. Una serie de imágenes en blanco y negro se mezclan entre la quietud del paisaje captado, la luminosidad de un cielo despejado y la sombra del autor. La pausa, la memoria y la sensibilidad del aire aparecen retratadas con delicadeza. La vibración del agua y la blanquitud de las paredes nos lleva a un recuerdo que aunque no nos pertenezca, somos capaces de evocar. Aquellos lugares en los que el sol de cara seca las gotas tras un baño o el calor del borde de la piscina expuesto al sol nos acaricia la piel. Además de las piezas, la sala cuenta con unos paneles interactivos en los que poder crear nuevas composiciones con el propio material.

‘Vida’ es el título de la exposición que Gervasio Sánchez (Córdoba, 1959) protagoniza hasta el 12 de junio en el Museo San Telmo de Donostia. El fotoperiodista, especializado en conflictos armados, nos presenta 45 piezas pertenecientes a diferentes contextos bélicos. La captación de la belleza de lo cotidiano frente al drama humano nos hace cuestionar el mundo que estamos construyendo.