Periodista, especializado en información cultural / Kazetaria, kulturan espezializatua
Elkarrizketa
Alauda Ruiz de Azúa
Cineasta

«La mayoría de las familias, más que conciliar, intentan sobrevivir»

Nacida en Barakaldo en 1978, sus cortos han obtenido más de un centenar de reconocimientos en diversos festivales internacionales. Ahora estrena ‘Cinco lobitos’,  su debut en el largometraje con el que participó en el pasado Festival de Berlín y con el que triunfó en el Festival de Málaga.

Alauda Ruiz de Azúa ha debutado con ‘Cinco lobitos’.
Alauda Ruiz de Azúa ha debutado con ‘Cinco lobitos’. (Álex ZEA | FESTIVAL DE MÁLAGA)

‘Cinco lobitos’ es la historia de Amaia, una traductora radicada en Madrid que regresa a Euskal Herria después de dar a luz. De vuelta al hogar familiar comienza a redescubrir a sus padres y a conocerse mejor a sí misma.

Hirokazu Kore-eda decía que sus películas reflejaban la dificultad que se produce cuando uno deja de ser hijo y se convierte en padre. ‘Cinco lobitos’ parte de una premisa parecida.

Es un halago la comparación. Kore-Eda es uno de mis cineastas de referencia en el modo en que retrata las relaciones familiares. Mientras escribía el guion, a menudo me preguntaba si en algún momento dejamos de ser hijos, si esa madurez y esa autonomía a la que aspiramos cuando somos jóvenes llegan a concretarse plenamente en algún momento. Al principio yo pensaba que cuando tus padres fallecen, en ese momento, dejas de ejercer de ‘hija de’, pero a medida en que avanzaba en la película, me di cuenta de que no es así. Por mucho que nosotros, a su vez, tengamos nuestros propios hijos y eso nos obligue a asumir esa función de liderazgo que tienen los padres, nunca vamos a dejar de ser una especie de hijos de ida y vuelta.
 
En esa relación que se establece con los padres según van envejeciendo, ¿piensa que la posición de la mujer es distinta?

Esa función de cuidadoras, ya sea de los hijos o de los propios padres, sigue siendo asumida mayoritariamente por las mujeres. Y es difícil revertir eso porque el contexto social no ayuda, se impone lo urgente sobre lo importante y ahí las mujeres siempre salimos perdiendo. En la generación de nuestras madres esa desigualdad era asumida de manera natural. Nosotras, sin embargo, sí que la cuestionamos pero, al mismo tiempo, nuestra frustración es mayor: siendo conscientes de que no es un escenario deseable, estamos contribuyendo a perpetuarlo. Romper estructuras tan asentadas es difícil, pero no hacer nada tampoco es una opción, lo que ocurre es que la mayoría de las familias más que conciliar están intentando sobrevivir.

‘Cinco lobitos’ se une a toda una serie de obras que cuestionan la maternidad como construcción social.

Eso también está un poco en consonancia con el vuelco generacional que antes comentábamos y con la necesidad de construir un nuevo tipo de relato en torno a la maternidad. Actualmente hay muchas cineastas, escritoras y artistas que inciden en esa idea. Hay también una necesidad por establecer qué tipo de madre queremos ser y eso requiere un proceso de reflexión que no es rápido ni ofrece resultados inminentes y exige también luchar contra ciertos mandatos sociales. Y no me refiero solo a los mandatos más tradicionales sino a esa imagen que, a veces, nos llega a través de las redes donde muchas mujeres comparten una visión idílica de la maternidad.
 
La protagonista de su película termina por asumir que tiene más cosas de su madre de las que le gustaría.

Una de las cosas bonitas de ser madre es que te hace ver a tus padres de otra manera, te vuelves mucho más empática con ellos, dejas de juzgarlos y comienzas a entenderlos. Nos mostramos más compasivos, toleramos mejor sus defectos y, a la larga, eso genera una relación mucho más sana entre ambas partes. La película cuenta la historia de un viaje interior en el que Amaia termina por asumir que las renuncias a las que hizo frente su madre no pueden ser las suyas.
 
Se intuye que en esta película usted ha volcado experiencias muy íntimas, ¿es así?

Hay cosas muy personales en esta historia, pero están ordenadas a favor de la ficción y del ciclo que quería dibujar. Mi compromiso como directora siempre es a favor de la honestidad y esa necesidad me llevó a incorporar muchas cosas de mí misma en la película sobre todo, buscando combatir el cliché que es algo a lo que estás muy expuesta cuando ruedas una historia como ésta con personajes que no dejan de ser arquetipos como el de la madre millennial o el del ama de casa frustrada.
 
En ese cuestionamiento de la cultura del patriarcado que hay en la película, los personajes masculinos aparecen también como víctimas de esas inercias.

Eso también tiene que ver con la idea de ir más allá del cliché. Nos interesaba abordar personajes imperfectos, no villanos. El padre de Amaia, al que interpreta Ramón Barea, es un hombre algo comodón educado en unos valores tradicionales pero que tampoco es que esté en contra de que las cosas cambien sino que realmente no sabe ni por dónde empezar a hacerlo. Y Mikel, el novio de Amaia, se ve en la encrucijada de priorizar su trabajo, y perpetuar ese modelo patriarcal, o renunciar a ciertas cosas pensando en el bienestar de su pareja y de su hija que, en el fondo, debería ser también parte de su propio bienestar.
 
¿Qué peso tienen los paisajes de Bakio y Mundaka en la historia?

Desde el principio teníamos claro que queríamos hacer una película minimalista, rodada en pocos escenarios, por eso mismo necesitábamos que los escenarios elegidos tuvieran mucho peso narrativo. El paisaje costero bizkaino representa para mí esa idealización del regreso al hogar. Es un paisaje muy estético, que te conquista de un primer golpe de vista pero que luego esconde otras muchas capas menos obvias.