Isidro Esnaola
Iritzi saileko erredaktorea, ekonomian espezializatua / redactor de opinión, especializado en economía

Los riesgos de las criptomonedas ya preocupan a todo el mundo

El auge de las monedas criptográficas va más allá de los movimientos especulativos. La tecnología que las sustenta puede traer cambios significativos, no solo en la actividad de intermediación financiera, sino también en toda la infraestructura de pagos y transferencias.

Reproducciones de distintas criptomonedas
Reproducciones de distintas criptomonedas (Justin TALLIS | AFP)

En su último informe sobre estabilidad financiera, el Banco de España dedica un capítulo a las criptomonedas y a las inversiones financieras realizadas en este tipo de activos. El documento apenas aporta novedades sobre otros anteriores, como el del Banco de Inglaterra, publicado el pasado mes de marzo.

Ambos señalan que los activos financieros en criptomonedas no alcanzan ni el 1% del total de los activos en el mundo, una parte relativamente pequeña, pero ambos recuerdan que es un volumen similar al de las hipotecas subprime que desencadenaron el colapso de 2008.

En consecuencia, concluyen, el asunto no es tanto el volumen como las relaciones de estos criptoactivos con otros activos, digamos, más corrientes, como las acciones o los depósitos bancarios. Olvidan señalar que el efecto devastador de las hipotecas subprime fue porque se mezclaron con otras hipotecas para diluir el riesgo –se titulizaron, en la jerga financiera– sin que ningún regulador dijera nada al respecto. El problema no fue, por tanto, el volumen ni su relación con las acciones o los depósitos, sino la ausencia total de control sobre las maquinaciones de los especuladores.

Los informes definen las criptomonedas y los activos basados en estas monedas como una representación digital de un valor o de algún tipo de derecho que se pueden transferir, almacenar o comercializar electrónicamente y que, normalmente, utilizan criptografía, tecnologías de contabilidad distribuidas (DLT) u otra tecnología similar. Son simples códigos informáticos.

Lo que hace diferente a este tipo de activos es que esa tecnología permite a cualquiera crearlos y distribuirlos, al margen de cualquier entidad reguladora, con lo que no siempre hay una verificación externa de lo que realmente son. Esto puede dar lugar a desavenencias entre lo que se dice y lo que realmente son, e incluso algunos pueden esconder fraudes. Este es un de los peligros, pero no es, ni mucho menos, el que más preocupa a los bancos centrales.

El valor máximo que alcanzaron este tipo de activos se registró en noviembre de 2021 con 2,9 billones de dólares, pero para marzo de 2022 habrán caído hasta los 1,4 billones, lo que representa alrededor del 0,4% del total de activos mundiales. En este momento existen cerca de 17.000 monedas de este tipo en circulación, sin embargo, dos –bitcoin y ethereum– suponen cerca del 90% del valor de todos los criptoactivos.

Diferencias entre unas y otras

Existe una diferencia importante entre las criptomonedas. Algunas no están respaldadas por ningún otro activo –es decir, que no basan su valor en una cesta de divisas, bonos u acciones–. El ejemplo típico es el bitcoin. A pesar de no representar nada, sirven perfectamente como objeto especulativo, ya que para especular no hace falta más que un montón de locos apostando, unos a que sube el valor y otros, a que baja; y para eso cualquier cosa sirve.

Aunque se consideran monedas, en realidad no sirven para usarlas como dinero, simplemente porque su valor no es estable. El informe del Banco de Inglaterra señala que el bitcoin ha caído un 10% o más, al menos 25 veces durante los últimos cinco años y en un solo día llegó a perder un 27% de lo que valía.

Con semejantes cambios en su cotización, no es apta como medida de valor porque no se puede poner, por ejemplo, el precio de un coche en bitcoins; cambiaría casi cada hora. Tampoco sirve para guardar los ahorros. Se puede perder todo de un día para otro. Y por tanto, no cumple dos de las principales funciones del dinero.

Lo que preocupa a los autores del informe es que están apareciendo plataformas y aplicaciones que permiten comprar, vender e intercambiar criptoactivos, con lo que pueden expandirse sin excesivo control. Incluso han aparecido derivados y fondos asociados a índices que hacen que los vaivenes en la cotización, que ya son grandes, se amplifiquen todavía más haciendo de la especulación con este tipo de criptoactivos un juego muy peligroso. El regulador inglés apuesta por prohibir la venta de este tipo de productos a inversores individuales. 

Otra cosa son las criptomonedas respaldadas por valores que en la jerga se llaman stablecoins o monedas estables. Los que las emiten aseguran que están respaldadas al 100% por dólares, euros u otro tipo de valor. Los emisores se comprometen a reintegrar el precio de compra en el caso de que quieran deshacerse de ellas. Este tipo de monedas criptográficas apenas llega al 10% del total.

Pese a ello su valor también fluctúa mucho. El 12 de mayo, la moneda estable luna apenas valía un céntimo de dólar tras perder el 99% de su valor. Un día después, su cotización era cero.

Con estas últimas, respaldadas por divisas u otros activos, el problema es que se están generalizado un tipo de aplicaciones que sirven, por ejemplo, para prestar dinero o emitir activos, incluso acciones. Se conocen como DeFi acrónimo de finanzas descentralizadas y hacen posible que compradores, vendedores, prestamistas y prestatarios interactúen entre ellos o con un intermediario sin que necesidad de una empresa o institución que facilite una transacción. Esto conlleva el peligro de que no se informe claramente de los riesgos o de que algunos de estos activos puedan ser directamente fraudulentos.

La tecnología de las criptomonedas permite cobrar por cualquier cosa que se haga en internet. Gracias a ellas se puede mercantilizar todo, se puede cobrar por ello, comprar o vender.

Un aspecto que preocupa especialmente a los bancos centrales es que esta tecnología permite organizar procesos de pago mucho más rápidos, eficientes y seguros, y necesitan muchos menos intermediarios, con lo que son una alternativa real a los modelos de pago actuales monopolizados por los bancos. Y por esta razón todos los bancos están haciendo sus propios experimentos con este tipo de monedas.

Riesgos identificados

Los bancos centrales identifican cuatro tipos de riesgos: los asociados a las instituciones financieras sistémicas, el riesgo en los principales mercados financieros, el riesgo para los sistemas de pagos y el impacto en los balances de la economía real.

En el primer caso, consideran que el riesgo es de momento limitado porque la exposición de los bancos es pequeña, pero puede crecer, sobre todo, si aumentan los productos y contratos asociados a criptomonedas. Además, apuntan que los depósitos en bancos tienen que cumplir reglas que no tienen los depósitos en criptomonedas, lo que puede llevar a un mayor riesgo para los depositantes, pero también para la estabilidad financiera general porque los bancos tradicionales que pueden perder ese dinero si es en criptomonedas.

Los peligros para los mercados financieros están asociados  a la posibilidad de que cada vez más los inversores institucionales opten por hacerlo en criptoactivos. Según una encuesta citada por el Banco de Inglaterra, en setiembre de 2021, el 13% de los fondos de cobertura norteamericanos y el 23% de los europeos, así como el 3% de los de pensiones, tenían inversiones en criptoactivos.

Teniendo en cuenta que los criptoactivos no llegan al 1% del total de activos, la exposición es bastante limitada, pero puede aumentar y contagiar a todo el sistema. Además, las monedas estables están respaldadas por efectivo u otros activos con liquidez y riesgo variable. Que tengan ese respaldo no quiere decir que su valor no pueda crecer o disminuir.

El riesgo asociado a los sistemas de pago se debe a que esta tecnología puede convertirse en poco tiempo en el principal. El problema en este caso es que las monedas estables carecen precisamente de estabilidad y pueden terminar fallando.

Respecto a los balances de la economía real, el riesgo se refiere a que si las personas de a pie invierten en criptomonedas, algunas incluso a crédito, una pérdida de precio puede terminar por afectar al consumo e incluso puede suponer que no puedan hacer frente a los créditos.

Las ganancias de los bancos provienen casi en exclusiva de las comisiones

Entre los anexos al informe sobre estabilidad financiera del Banco de España aparece la cuenta de resultados de la banca. Dos datos llaman la atención. El primero es que las comisiones netas crecieron un 10% en 2021, hasta los 27.380 millones, algo más de 2% del Producto Interior Bruto (PIB). Lo que quiere decir que la gente de a pie paga por tener una cuenta y hacer cuatro transferencias más que lo que gastará el Gobierno de Lakua este año. Excesivo a todas luces, especialmente cuando la ley deja cada vez menos margen al pago con efectivo. Si existe una obligación de pagar por medios electrónicos, el Estado tendría que poner los medios para que la gente corriente no tuviera que pagar esas onerosas comisiones.

Por otro lado, los beneficios de la banca han sido de 26.095 millones, es decir, que sin esas comisiones los bancos no habrían ganado nada en 2021. Todo el monto de las comisiones van a engrosar los dividendos de los accionistas, de este modo el Gobierno español las han convertido en el infame instrumento que utilizan para transferir las rentas de los más pobres a los más ricos. Más del 2% del PIB.I.E.

Caída generalizada de su valor

La cotización de las criptomonedas se está derrumbando y una de ellas, Luna, del sistema Terra, ha dejado de existir. Varias son las razones que explicarían esta debacle, en la que no hay que olvidar que la mayoría de criptomonedas no son más meros objetos especulativos. Y en esta vorágine es muy difícil que haya demanda para todos.

No obstante, ya a principios de enero Bloomberg informaba de que el 23% de los mineros de bitcoin perdía dinero por la caída de la cotización, la subida de la electricidad y porque sus equipos no podían competir con los de última generación. La cotización estaba entonces en 36.700 dólares, a mediados de mayo cayó a 28.000, y con la energía más cara. También advertía de que con una cotización por debajo de 20.000 dólares dejaría de ser rentable.

Este auge de las cotizaciones también coincide con un periodo con los tipos de interés muy bajos y los bancos centrales no han parado de bombear dinero, que, en su mayor parte, ha terminado alimentando la especulación en Bolsa o con criptos. Con el anuncio de la subida de tipos de la Fed y el inicio de la retirada de estímulos, las cotizaciones empezaron a caer, hasta el punto de marcar el peor inicio de año en las bolsas de EEUU desde 1932, con un descenso del 16%. Y si eso ocurre con las acciones, qué no pasará con las criptomonedas, mucho más volátiles.

La burbuja de los criptoactivos se queda sin gasolina. Es posible que algunos sobrevivan, pero lo más probable es que la mayoría de esas 17.000 monedas sigan la estela de Luna, o del famoso primer tuit. Jack Dorsey vendió el primero al empresario malasio Sina Estavi por 2,9 millones de dólares. Un mes más tarde trató de venderlo por 48 millones y la oferta más alta llegó 277 dólares. Ilustrativo de la locura que encierra el mundo de los criptoactivos en este momento