En busca de la luz
La 75ª edición del Festival de Cine de Cannes enfila la recta final con un tríptico que se mueve entre la solidez y la capacidad para sorprender.
El tríptico al que nos referíamos: en la Sección Oficial, ‘Tori et Lokita’, de los hermanos Dardenne, y ‘Nostalgia’, de Mario Martone, reivindican los modelos contrastados como sendas zonas de confort e incomodidad. Mientras tanto, en la Quincena de los Realizadores, Thomas Salvador se corona con ‘La montagne’, su esperado segundo trabajo.
Tiempo ahora para presentar nuestros respetos. Para que el considerado como mejor festival de cine del mundo demuestre su estatus a través del trato que da a sus grandes mitos. Llegan Jean-Pierre y Luc a la Croisette. Los Dardenne, ni más ni menos, y claro, todo el Palais se pone en pie. Por enésima vez.
La mística de los grandes certámenes fílmicos se construye, en parte, con la complicidad que van construyendo con esos nombres fundamentales dentro de la historia del séptimo arte. Y no cabe duda que, primero, hablamos de dos mitos vivientes, dentro del mundo autoral, y segundo, es imposible imaginárnoslos fuera de este ostentoso ecosistema: su hábitat natural.
Los ganadores no de una, si no de dos Palmas de Oro, gracias a títulos tan fundamentales como ‘Rosetta’ y ‘El niño’ (máximos exponentes de una filmografía que ha modelado el drama social a su imagen y semejanza), regresan a casa con ‘Tori et Lokita’, otra experiencia marca de la casa. Los cineastas belgas, siempre comprometidos con los sujetos marginales de nuestra sociedad, siguen ahora los pasos de los dos niños que ponen título a la función: una chica y un crío (¿dos hermanos, tal vez?) provenientes de Benín, y que luchan, adentrándose en peligrosos submundos, para regularizar su situación en la capital política de Europa.
Sin música, sin efectos especiales ni visuales, sin artificio que magnifique unos hechos que, para bien o para mal, hablan por sí solos. El cine como plato que debe servirse frío, prácticamente crudo, para no perturbar la misión principal que lo mueve: hablar-de y poner en el foco una realidad que merece ser contada tal y como es.
Para entendernos, los Dardenne nos traen un cuento de supervivencia urbana: una angustiosa odisea en la que los vínculos humanos más sagrados se erigen en último refugio ante la crueldad y la injusticia que siempre se ceba con los más débiles. Es triste, y trágica hasta la lágrima (como cabía esperar, conociendo los antecedentes de los directores y guionistas), pero en última instancia, brilla por el calor que desprende la química entre los dos actores principales: dos chavales tan ‘de verdad’ como el cine que nos los ha hecho descubrir.
Mario Martone y su homenaje a Nápoles
Sin movernos de la Competición por la Palma de Oro, nos aguarda una de esas alegrías que, por inesperadas, nos ayuda a seguir activos en este agotador maratón que es Cannes. De repente, el veterano Mario Martone, director italiano de dilatada carrera, pero cuyos títulos habían pasado de momento sin pena ni gloria, tanto en el circuito festivalero como en el comercial, presenta ‘Nostalgia’, un sentido y muy sólido homenaje a su Nápoles natal.
La propuesta, que muy fácilmente podría emparentarse con la clausura de la última edición de Zinemaldia (a saber: ‘Las leyes de la frontera’, de Daniel Monzón, a partir de una novela de Javier Cercas), bebe principalmente de dos actores impresionantes: Pierfrancesco Favino y Francesco Di Leva. Pero en realidad, hay mucho más.
Después de 40 años viviendo en el extranjero, un hombre regresa a la ciudad partenopea para reencontrarse, claro está, con su pasado, con esa ‘nostalgia’ que, como afirman unos títulos explicativos al inicio de la proyección, se asocia directamente al conocimiento.
Y así actúa el film, como un recipiente de sabiduría; de calma contemplativa de un hermoso bullicio. La violencia camorrista que por desgracia ha calado en la identidad napolitana, está ahí, con un peso muy elevado, debe añadirse, pero por encima de esto, Martone va en busca de las relaciones humanas, de la belleza en el momento de un hijo cuidando de su anciana madre, o en una congregación improvisada alrededor de una mesa desbordante de comida y bebida.
Thomas Salvador en la Chamonix
Discreta y emocionante oda a los pequeños placeres del día a día; a los tesoros ocultos que aguardan en cada lugar: allí donde nuestra vida acaba de tener sentido. A propósito de… a última hora, ahora en la Quincena de los Realizadores, aparece la auténtica joya de la jornada. Ocho años después de su fulgurante aparición en la sección New Directors de Zinemaldia con ‘Vincent’ (¿una de las mejores películas de superhéroes de la historia?), el francés Thomas Salvador confirma con ‘La montagne’, su segundo largometraje, que es un ‘artista glaciar’. Dicho de otra manera: es una fuerza de la naturaleza portentosa, un fenómeno bello, imponente… y al mismo tiempo, de una fragilidad sobrecogedora.
Para su nuevo trabajo (de nuevo, dirigido, co-escrito y protagonizado por él mismo), seguimos a un hombre que, en una visita a Chamonix, queda inexplicablemente prendado por una de las montañas que se elevan en aquel paraje. A partir de ese instante, solo una idea ocupa su cabeza: escalar ese monumental bloque de piedra (y hielo), llegar a la cima… pero también, entender todos los secretos de este magnífico ecosistema.
Con ello, Salvador nos habla sobre la obsesión y la soledad, y especialmente (ahí está el giro inesperado) sobre el amor. A esa otra persona, a ese lugar cargado de misterio. La montaña como meta, pero también como promesa de uno de los estallidos fantásticos más sorprendentes de la temporada.
Tan puro, tan expeditivo, tan inolvidable… tan minúsculo y colosal al mismo tiempo. Thomas Salvador y las películas-experiencias que te cambian. Las que iluminan; las que realmente importan.