Mikel Zubimendi
Aktualitateko erredaktorea / redactor de actualidad
Elkarrizketa
Javiera Manzi
Militante feminista, integrante del equipo constituyente

«Lo que avanza es muchísimo más de lo que habríamos imaginado»

Nacida en Santiago de Chile en 1989, destacada integrante de la Coordinadora Feminista 8M y bregada en las revueltas y el estallido social que precedieron a la victoria electoral de Gabriel Boric, expone de primera mano las claves del proceso popular de la Convención Constitucional.

Javiera Manzi, esta semana en Euskal Herria.
Javiera Manzi, esta semana en Euskal Herria. (Jon Urbe | FOKU)

De visita en Euskal Herria para participar en la conferencia municipalista de EH Bildu, Manzi atiende a GARA para compartir vivencias y perspectivas de un proceso político, vibrante e inspirador, que busca un cambio radical para Chile y ha sorprendido al mundo.

Las noticias que llegaron de Chile tenían un tono superlativo: Boric triunfó con la mayor participación de la historia, es el presidente más joven, con un número de votos nunca antes cosechado… ¿Qué fue, un milagro o la cosecha de una laboriosa siembra de revueltas?

Toda revuelta se cocina a fuego lento. No es que Chile haya despertado o haya emergido de algo absolutamente inexplicable. Lo cierto es que durante muchos años la derecha consideró que Chile era como una isla neoliberal. Dos semanas antes del 18 de octubre –el estallido social que se dio entre octubre de 2019 y marzo de 2020– se jactaba de que era un oasis de gobernabilidad en la región, y se demostró que nunca fue así. Las décadas de profundización de un modelo neoliberal que hereda mucho de la dictadura lo son también de procesos de articulación, de movilización de masas, del movimiento estudiantil, de defensa de un nuevo sistema de pensiones, feministas, pueblos originarios, particularmente el mapuche...

El 18 de octubre lo que estalla es la olla a presión en la que veníamos viviendo; esa especie de estabilidad, de tranquilidad, no era más que una fachada. Chile es un país de América Latina que no pasó por el ciclo progresista, que no atravesó ningún proceso constituyente, cuyos gobiernos, de centro-derecha o de centro-izquierda, lo único que hicieron fue administrar el mismo modelo. Ahora es la hora de los pueblos.

Parece que fue como las mareas. Vimos primero una ola de estudiantes contra el precio de los tickets del metro que desencadenó una revuelta enorme; luego una huelga feminista que desborda las calles; se deroga la Constitución de Pinochet... ¿Todas esas olas terminan por desbordar los diques que sujetaban el sistema?

A mí me encanta la imagen de las mareas, porque desarma la idea de la linealidad de las luchas, donde parece ser que siempre estamos avanzando o retrocediendo. Ha habido distintas olas, cada una de las cuales ha ido marcando distintas generaciones, cruzándose con otros cauces que se van encontrando. De manera muy concreta, el aumento del precio del transporte público, los 30 pesos que subieron, fue en realidad para los tickets de adultos, no para los de los jóvenes. Y la prensa les preguntaba en ese momento: «¿Por qué se movilizan si esto no les afecta a ustedes?». Y la respuesta es perfecta: «Porque todo es parte de nuestra economía». En el fondo, repone el discurso de clase y  centra lo que viene después: la capacidad de construir alianzas intergeneracionales, reconocer nuevas formas de protagonismo, diverso, muy heterogéneo.  

«¿Por qué se movilizan si esto no les afecta a ustedes?». Y la respuesta es perfecta: «Porque todo es parte de nuestra economía»


La izquierda y la disputa electoral, la calle y la urna, no es fácil ese debate. ¿Cómo lo articularon en Chile?

Para nosotras, como feministas, fue un debate gigante, que por supuesto traía al presente los debates históricos que se han dado en las izquierdas respecto a cómo veíamos las vías de institucionalización que suelen dejar a la vista ese límite, toda vez que parece que se ingresa deliberadamente en procesos electorales y se suelta la calle, se sueltan las movilizaciones y los procesos de articulación social. En ese contexto, para nosotras no fue fácil decidir, por ejemplo, participar y disputar la convención constitucional. Pero veníamos de procesos que en cierta manera marcan un quiebre en ciertas subjetividades políticas, en el sentido de que veníamos de producir las movilizaciones más grandes desde el fin de la dictadura.

La huelga feminista produjo una potencia, experiencia y confianza muy radical en nosotras mismas. Esa fuerza fue la que nos llevó a reconocer que no podíamos delegar en otros esta tarea de estructurar, y lo reconocimos también como parte de un proceso instituyente. No se trata ya de ingresar a una institucionalidad con sus propias reglas a las que, digamos, hay que subordinarse, sino de reescribir la forma del Estado, los términos en los que se iban a determinar las disputas políticas por venir. Y en ese camino, reconocimos esa tarea histórica que suponía llevar candidaturas, hacerlo fuera de los partidos políticos tradicionales, levantar esfuerzos de articulación muy grandes y llevar a disputar lo que finalmente fue la conformación de la asamblea constituyente, de la convención constitucional que es el órgano de representación política más democrático que ha habido en Chile.

Y por primera vez con una derecha que se enfrenta a su propia minoría y a haberse quebrado su sobrerrepresentación histórica. Eso fue parte también de lo que nos llevó a la conclusión de la necesidad de hacerlo; incluso con todos los riesgos asumimos esa tarea.

El nervio, la iniciativa, el carácter vibrante de ese proceso popular conjuga con feminismo. Además, las mujeres jóvenes dieron el triunfo a Boric.

Absolutamente. La experiencia feminista de este ciclo, de esta ola, se caracteriza por varias cosas. Primero, es un movimiento de calle, que toma masivamente las calles y que repone la tarea central de la movilización social. En segundo lugar, tiene una inspiración de transformación radical. Y en tercer lugar, es un movimiento que permite hablar de todo; no es ya algo así como un agente para temas específicos y particulares, sino que desde una perspectiva feminista supone necesariamente una política transformadora de las estructuras, del capitalismo extractivista, contra las violencias que atraviesan las más diversas formas y cuerpos.

La segunda vuelta que traía la elección presidencial entre Gabriel Boric y José Antonio Kast no es otra cosa que la producción de una alternativa de salida a un proceso de desestabilización que trae la revuelta. Era la continuidad y la profundización de ese ciclo de revueltas a través de un gobierno progresista o, abiertamente, un escenario no solo regresivo sino de amenaza directa a la vida, particularmente de quienes han protagonizado todo este proceso. La vida de mujeres, de las disidencias sexuales, de pueblos originarios, de personas migrantes, de la clase trabajadora en su conjunto, se veía amenazada ante la emergencia de la ultraderecha y la encarnación de esa posibilidad que fue muy cercana: que Chile terminara un proceso de estallido social, de proceso constituyente, con un gobierno de ultraderecha.

En ese contexto, la determinación que tuvo el movimiento feminista de salir a la calle, de hacer lo que no habíamos hecho, que era tomar parte en esta disputa electoral, fue determinante. El resultado, lo dicen los analistas electorales, fue que el voto de mujeres menores de 40 años de las comunas más pobres, de Santiago de Chile y en general, determinó que más de un millón de votos de nuevos votantes impidiera que ganara José Antonio Kast. Esa es la capacidad de un movimiento que ha demostrado su fuerza en las calles, pero también en momentos determinantes en las urnas.

Trump 2016, Bolsonaro 2018, pero no Kast 2021. ¿Chile rompió una tendencia global?

Creo que ser feminista hoy es tener una conciencia internacionalista muy profunda, porque nos trae permanentemente a una actividad que se entrelaza con las disputas que se están levantando en distintos lugares. Para nosotras el Movimiento Ele Não de Brasil fue un elemento central en la preparación de la primera huelga feminista de 2019, cuando vimos que las mujeres racializadas, las comunidades indígenas, de los barrios más pobres, tomaron las calles contra el fascismo de Bolsonaro.

Por otra parte, Chile es por excelencia el laboratorio neoliberal del mundo, donde los Chicago Boys vienen a experimentar en el contexto dictatorial de Pinochet la “doctrina del shock”. Una de las consignas de la revuelta fue «el neoliberalismo nace y muere en Chile», eso está inscrito en nuestra mente como parte de esa conciencia de que lo que sucediera en Chile tendría efectos para otros pueblos.

El voto de mujeres menores de 40 años de las comunas más pobres, de Santiago de Chile y en general, determinó que más de un millón de votos de nuevos votantes impidiera que ganara José Antonio Kast.


América Latina ha tenido varios procesos constituyentes, pero Chile no. En estos procesos se sabe cómo se empieza pero el final no está escrito. ¿Qué le piden a ese proceso?

No le pedimos nada, lo estamos haciendo, somos las que estamos escribiendo esa Constitución. Y de hecho, ya la escribimos. El proceso constituyente está próximo a terminar, el 4 de julio tiene que estar la redacción final, ya existe un borrador definitivo con todo lo aprobado en estos meses de trabajo. Podemos decir a día de hoy que estamos ante una constitución social que amplía derechos muy sentidos para el pueblo de Chile, como la educación, la salud, la seguridad social, el agua que está privatizada... Esta va a ser una Constitución que desmonta una institucionalidad autoritaria y neoliberal, que abre paso a un nuevo sistema que reconoce formas de participación política mucho más directa, que reconoce además algo que es central: la subordinación de las fuerzas armadas y del orden al poder civil.

La Constitución pinochetista tenía capítulos propios para las fuerzas armadas. Se restringirá la militarización que se aplicaba por vía del estado de excepción, todo esto cambiará. Se va a definir a Chile como un Estado plurinacional. Tendrá un sello abiertamente antiextractivista, dejaremos de ser un país monoexportador de cobre. Se abren muchas posibilidades. Hay temas en las que no se ha avanzado tanto como hubiésemos querido –por ejemplo, el estatuto minero– por un contexto de presiones transnacionales, pero, en general, lo que avanza es muchísimo más de lo que habríamos imaginado.

¿El pueblo mapuche qué puede esperar de esta nueva realidad que se va fraguando?

Esta nueva Constitución garantiza al menos cinco cosas. Primero, que el Estado será plurinacional, ya no será un Estado unitario y centralista. En segundo lugar, reconoce la representación política como derecho, todos los espacios de participación política de los pueblos originarios van a contar con escaños reservados. En tercer lugar, reconoce la propiedad indígena, y la reconoce como parte sustantiva de la propiedad comunitaria de la tierra. En cuarto lugar, avanza en políticas de restitución territorial, algo que es central; las forestales hasta ahora eran dueñas de tierras de los mapuches, o al norte las mineras de tierras de los aymaras y los kollas. Y en quinto lugar, en temas como salud, educación, cultura… se reconocen los saberes y formas ancestrales de estos pueblos. Estos elementos fijan las bases de un nuevo contrato social con estos pueblos. Y hay un sexto tema: la militarización de estas territorios va a terminar.

Esta Constitución reconoce la propiedad indígena, y la reconoce como parte sustantiva de la propiedad comunitaria de la tierra.


No hay certezas sobre el futuro, pero se pueden reconstruir los pasos que han traído esta nueva situación. ¿Cuáles son las señales y las pistas que alumbran el camino de Chile?

Una nueva Constitución es papel, pero son herramientas que van a permitirnos luchar en un contexto de crisis económica, climática, con un giro global hacia el autoritarismo. Tampoco es cuestión de reponer el imaginario del oasis y proyectar a Chile antes como un oasis neoliberal y ahora como el de la revuelta; Chile no se aísla en su propia alternativa. Estamos creando una herramienta para la revolución social, para avanzar en un ciclo de politización de masas, en un ciclo de movilización y de restitución. No puede repetirse la historia de cómo la institucionalización de este proceso deviene en la sequía de sus propias condiciones de posibilidad.