«Las sociedades progresan gracias a las personas que rompen las reglas»
Nacida en 1962, empezó trabajando en publicidad al lado de Ridley Scott pero en 1995 dejó todo para dedicarse a la literatura. Reconocida dramaturga, ha frecuentado también el ensayo centrándose en temas de género. ‘La escuela de canto’ acaba de editarse en castellano.
‘La escuela de canto’ es una novela breve ambientada en la Inglaterra isabelina donde Ellyn, una joven granjera, sueña con formar parte de un universo masculino en el deseo de reivindicarse y de huir de una realidad que la condena en su doble condición de paria y de mujer.
La protagonista de ‘La escuela de canto’ es una joven que desea comenzar una nueva vida rompiendo con sus orígenes. Eso es algo que ya definía a los personajes principales de sus anteriores novelas. ¿Qué le interesa de este tipo de conflictos?
Tienes razón, me interesan mucho las personas que son capaces de darle un nuevo rumbo a sus vidas porque en esas situaciones se produce un doble conflicto, el que libran esas personas consigo mismas y el que mantienen con la sociedad intentando ser aquello que nadie espera que sean. En general siempre resulta más sencillo aceptar nuestras propias limitaciones y conformarnos con nuestra posición en el mundo. Pero si las sociedades han progresado ha sido gracias a aquellas personas que han decidido romper con las reglas. Las mujeres, los gays, las minorías étnicas y todos esos grupos sociales que se han visto históricamente excluidos, siempre han tenido muy claro que la única manera de desarrollarse como individuos es plantar cara al sistema, rebelarse contra su destino.
¿Cree que realmente somos libres a la hora de definir nuestra identidad o siguen siendo determinantes ciertos mandatos sociales?
Esos mandatos siguen fijando las reglas del juego en muchos casos, pero estas reglas las establecen los seres humanos e igual que se establecen pueden suprimirse o modificarse. Al final es una cuestión de voluntad y de tener imaginación. La misma voluntad que nos inspira para reivindicar nuestra libertad individual debería inspirarnos para cambiar aquellas leyes que van en perjuicio del progreso social. En EEUU, por ejemplo, ahora mismo hay todo un debate sobre la posesión y el uso de armas que ejemplifica muy bien esas tensiones entre las exigencias individuales y las exigencias sociales. Aunque, a decir verdad, esa voluntad de cambio muchas veces no garantiza el progreso sino ir para atrás, por ejemplo en Inglaterra últimamente hemos retrocedido hacia un escenario social semejante al que teníamos en los años 50 (risas).
Tal y como refleja en su novela, esos mandatos siguen teniendo mucho mayor peso sobre las mujeres, a quienes les resulta más difícil que a los hombres transgredir esos roles que la sociedad les asigna.
Sí, y por eso me interesaba escribir una novela protagonizada no solo por un personaje femenino, sino por una adolescente. Porque pienso que las chicas entre los 12 y los 16 años se enfrentan a un proceso de cambio que las lleva a descubrirse a sí mismas y hay una idea de pureza en todo eso y también de inconformismo, porque a esas edades dentro de nosotras palpita una sensación de rebeldía muy fuerte que nos hace afrontar aquellos obstáculos que nos ponen por delante de una manera mucho más resuelta. La protagonista de mi novela tiene que reinventarse para sobrevivir y para crecer.
¿Escribir una novela ambientada en la Inglaterra del siglo XVI fue una manera de evidenciar esa desigualdad? Porque en aquellos tiempos la posición de las mujeres era aún más precaria que ahora.
Sí, en aquella época los hombres tenían el poder en todos los sitios: en las casas, en la calle, en la Iglesia, en los tribunales, en las escuelas… En un contexto así, ¿qué pasaría si una chica atesorase la fuerza y la inteligencia que se les presuponía a los hombres? ¿Cómo afrontaría ese desafío desde su inconformismo adolescente? Esas dos preguntas fueron las que me inspiraron para escribir ‘La escuela de canto’. Aunque, realmente, el punto de partida para esta novela fue una anécdota que me contó mi madre. Porque mi madre, como la protagonista del libro, fue, en su juventud, una chica con un gran sentido de la independencia y una vez, durante una cena, al hacer una observación aguda, el resto de comensales, sobre todo los varones, se la quedaron mirando fijamente en plan ‘¿quién te crees que eres para intervenir en una conversación como ésta reservada a los hombres?’. Las mujeres estamos en la sociedad solo para ser dulces y majas, si te expresas con fuerza y determinación, te reprueban.
Entonces, su novela, pese a estar ambientada en el siglo XVI, ¿diría que está conectada con el presente?
Claro, porque yo estoy en el presente (risas). Cuando escribes una novela histórica siempre la escribes desde el aquí y el ahora y es inevitable que ese vínculo se establezca. Siempre vas a tener conciencia del presente cuando escribes pero, al mismo tiempo, debes intentar evitar los prejuicios que tenemos hoy sobre épocas pasadas y que estos no se manifiesten en el relato. Sería horrible escribir sobre personajes del siglo XVI y que estos se comportasen de acuerdo con una sensibilidad contemporánea. Eso daría lugar a una novela falsa.
¿Cuál fue el principal escollo al que tuvo que hacer frente al escribir una novela histórica como ‘La escuela de canto’?
Lo más difícil fue encontrar la voz de la protagonista, es lo que más me cuesta siempre. A veces esa voz viene sola, pero otras veces tengo que decidir si quiero escribir en primera o tercera persona y, cuando todo parece encajar, me doy cuenta de que la cosa no funciona y de que tengo que iniciar de nuevo todo el proceso de escritura. Yo tengo mucho bagaje como dramaturga y, en este sentido, me sirvo mucho de los diálogos para ambientar mis novelas, pero el reto es no abusar de ellos porque, además, los diálogos no son tan relevantes como el contexto en el que se producen, y definir ese contexto es lo que más trabajo me lleva. No obstante, generar esos subtextos que den sentido a la novela y confieran a esta una intención y un propósito es también lo que más placer me produce.
¿Por qué la mayoría de sus novelas están ambientadas en el pasado?
Cuando empecé a escribir nunca lo hice alentada por el deseo de retratar otras épocas ni nada por el estilo. Supongo que se debe a ese interés que te comentaba al principio por ver cómo cambian las personas, las sociedades… Para mí el presente constituye una suerte de foto fija pero hay miles y miles de fotos y centrarme solo en el aquí y en el ahora me limitaría mucho como escritora. El mayor privilegio que tenemos los escritores es la imaginación, utilizarla es un reto y nos obliga a ponernos en diferentes situaciones. Si solo escribiera sobre el presente lo que haría sería tomarme como referencia a mí misma y me resultaría muy aburrido porque ya conozco todos los rincones de mí. Escribir es descubrir.
Volviendo a Ellyn, protagonista de la novela, ese deseo por iniciar una nueva vida la lleva a adquirir una identidad masculina. ¿Hasta qué punto diría que el cómo nos perciben tiene mayor fuerza para definirnos que aquello que realmente somos?
Actualmente las identidades sexuales o de género están mucho más marcadas que, por ejemplo, en los años 70. Tienen incluso mayor poder para definirnos dado el incremento de la cultura capitalista que ha generado la necesidad de crear targets de consumo para colocar determinados productos. Esa exigencia al final va conformando perfiles muy concretos y muy cerrados y nuestra identidad queda determinada por un algoritmo que nos define en función de lo que consumimos. Con esto no quiero sonar apocalíptica porque lo cierto es que nuestro poder como consumidores es muy fuerte y dentro de nuestra individualidad podemos forzar a determinadas empresas a que cambien sus prácticas, sus políticas… En ese aspecto tengo confianza en el activismo de las generaciones más jóvenes.
En esta novela y también, en cierto modo, en sus anteriores obras, los protagonistas resultan víctimas de ese rechazo a la diversidad que hay en nuestras sociedades. ¿Cree que ese rechazo ha crecido en los últimos tiempos?
Lo que ha crecido, y eso lo vimos con el Brexit en Inglaterra y durante la presidencia de Trump en EEUU, son los discursos de odios alimentados por una exacerbación de las emociones más primarias. Ese poner las emociones en primer término, con ser preocupante, no deja también de ser irónico porque, durante siglos, las mujeres hemos tenido que soportar los reproches de los hombres diciéndonos que éramos demasiado emocionales y que eso nos inhabilitaba para ocupar puestos de liderazgo, donde lo que se requiere es templanza y cabeza fría. Y ahora, sin embargo, lo emocional se ha convertido en un activo político de primer nivel.