Nora Franco Madariaga

Bálsamo para el espíritu

Orquesta Barroca Collegium 1704, Collegium Vocale 1704. Helena Hozová y Pavla Radostová, sopranos; Aneta Petrasová y Jonathan Mayenschein, altos; Tobias Hunger, tenor; Tomáš Šelc, bajo. Váklav Luks, director. ‘Dixit Dominus’ (Haendel) y ‘Missa Omnium Sanctorum’ (Zelenka). Kursaal. 23/08/2022.

Václav Luks, director de Collegium 1704, recibe el aplauso del público.
Václav Luks, director de Collegium 1704, recibe el aplauso del público. (Andoni CANELLADA | FOKU)

Collegium 1704 es una de las formaciones especializadas más destacadas. Tanto la orquesta barroca como el grupo vocal reúnen toneladas de talento y minucioso trabajo que los colocan por encima de –casi– cualquier otro conjunto –con permiso de Gardiner, por supuesto–.

Este nivel de excelencia, aun sin llegar a la pureza historicista del Monteverdi Choir, convierte en una experiencia única cualquiera de sus conciertos.
Así, la velada que ofrecieron anoche en el Kursaal con dos obras del barroco alemán y bohemio, respectivamente, difícilmente se puede calificar de otra forma que no fuese perfecta. Y a partir de ahí, poco más se puede añadir.

La primera de las obras interpretadas fue ‘Dixit Dominus’, de George Friedrich Haendel, una de sus primeras composiciones, de clara influencia italiana, con enérgicos números contrapuntísticos de intrincada polifonía alternados con otros de un evocador lirismo. La obra, exigente y virtuosística, tiene un marcado espíritu vitalista. Aunque toda la pieza requiere una destreza técnica extraordinaria, la fuga ‘Et in secula seculorum’ fue uno de los momentos más brillantes de la obra.

La segunda parte del concierto estuvo compuesta por la ‘Missa Omnium Sactorum’ (‘Missa ultimarum sexta en forte omniun ultima’, en realidad), del compositor checo Jan Dismas Zelenka. Se trataba en este caso de una obra de madurez, la última de sus misas, una obra ágil, extrovertida, con momentos para el coro, otros para disfrute de los solistas y pequeñas intervenciones orquestales de magnífica factura. Con la misión de otorgar a este olvidado compositor el lugar en el olimpo barroco que se merece, la interpretación de esta misa puso en evidencia la formidable escritura armónica de la partitura.

Václav Luks, el director, con un gesto algo más ampuloso de lo necesario –pero que se demostró efectivo e intachable–, manejó ambas piezas con perfecto dominio y férreo control de tempi, texturas y planos sonoros. Tal vez –y solo tal vez– podría haber jugado con un mayor contraste dinámico entre algunas de las partes, pero sacó todo el partido posible a los ricos colores de las armonías, de gran efecto.

Como propinas, el conjunto checo repitió Benedictus y Sanctus de la misa, dos de los números más inspirados y memorables, que hicieron –de nuevo– las delicias del público con esa música que resultó un auténtico bálsamo para el espíritu.