«La Comisión de la Verdad de Colombia es la creación de muchos, nuestro origen está en el esfuerzo de muchos colombianos y también somos fruto del proceso de paz» entre las FARC-EP y el Gobierno en La Habana, ha remarcado su presidente, el jesuita Francisco de Roux, al inicio de su intervención este miércoles en el curso de verano en el curso de verano de la UPV-EHU titulado 'El derecho a la verdad como herramienta para la construcción de paz. Diálogo internacional a partir de la experiencia de Colombia'.
«Teníamos que hacer esclarecimiento, reconocimiento y convivencia en los territorios. Uno de los retos, abrir la Comisión, por eso hicimos 28 casas de la verdad. Queríamos dar un mensaje de esperanza y reconciliación, pero no una reconciliación entendida en términos católicos. Esa reconciliación será una realidad cuando, por ejemplo, en Soacha, los jóvenes puedan salir toda la noche sin riesgo a ser secuestrados, cuando a nadie lo vayan a matar, cuando nos veamos en nuestras diferencias...», ha remarcado De Roux.
Para llegar a esa «primera verdad» del conflicto colombiano, primero «tuvimos que ponernos en el dolor de la gente, de las mamás de los falsos positivos, de las familias secuestradas...».
De Roux ha sido crítico con la indiferencia generalizada de una sociedad, la colombiana, ante la magnitud del conflicto armado. «4.000 masacres, más 16.000 niños llevados a la guerra –posiblemente 30.000–, más de 50.000 secuestrados, el cuerpo de la mujer convertido en un campo de batalla, diez millones de hectáreas quitadas a los campesinos, ocho millones de desplazados, los campos convertidos en un infierno por minas antipersona... ¿Dónde estábamos los colombianos? ¿Cómo es posible que esto pasara como si no fuera con nosotros? ¿Dónde estaban los presidentes, el Congreso, la Iglesia católica y las demás iglesias? ¿Qué humanidad hay entre nosotros?».
Uno de los objetivos que se planteó la Comisión desde su concepción fue que el país recoja «su propia identidad y parte de ella es el sufrimiento tan profundo por el cual hemos pasado».
«A Colombia le da pánico mirar la verdad. En esto nos ayudaron mucho los alemanes, que nos dijeron se demoraron 35 años en mirar lo que habían hecho, porque la patria de Beethoven, de Johann Sebastian Bach... fue también la que mató en hornos crematorios a seis millones de judíos. Nos dijeron que Alemania le tenía pánico a mirar eso y a incorporarlo como parte de su identidad porque les parecía que se iba a devastar la dignidad de Alemania. Sin embargo, cuando dijeron ‘esto somos los alemanes’, la reputación de Alemania creció», ha señalado De Roux.
Esfuerzo «explicativo» de la Comisión
Otra de las singularidades de la experiencia colombiana es que no es una mera recopilación de memorias. «Teníamos que explicar por qué ha pasado e ir comprendiendo los entramados. Ese esfuerzo por explicar nos llevó a hacer diferentes capítulos temáticos», ha indicado.
Entre las recomendaciones que deja, De Roux destaca dos: «La necesidad de hacer una transformación muy profunda del sistema de seguridad, sin eso es muy difícil salir adelante. Esto se lo hemos dicho a los militares de frente y crear una nueva dimensión ética, que valga igual para los indígenas y ciudadanos afros, para las mujeres, hombres, niños, católicos, cristianos, ateos, agnósticos, para la población LGTBI».
Marta Ruiz Naranjo, una de las comisionadas encargada del capítulo 'Narrativa Histórica de la Comisión de la Verdad', ha subrayado que «el informe llegó en un momento que nos da una posibilidad enorme de transformar, de cambiar. Estamos en un gran momento de esperanza después de tantos, tantos, tantos momentos de desesperanza. Esta comisión dialoga bastante con el acuerdo de paz, pero también con la Constitución del 91, es una tríada maravillosa».
Ha recordado que «arrancó en un escenario político muy complejo, con un país polarizado, creo que ese no es el país de hoy. Teníamos la obligación moral, ética y política de escuchar a todas las partes, el país estaba partido, teníamos que poner a las personas a que se escucharan, a aquellos que considerábamos los peores de la sociedad».
Uno de los grandes desafíos ha sido, en palabras de Naranjo, «dar una explicación porque la gente ya sabe lo que pasó aunque no lo reconozca».
Para Jean Paul Lederach, docente especialista en consolidación de paz de la Universidad de Notre Dame, la búsqueda de la verdad y construcción de paz son «casi una misma cosa».
Director de Peace Accords Matrix, del Instituto Kroc, y con amplia trayectoria en experiencias de conciliación en Colombia, Filipinas y Nepal, ha ahondado en los «tres puentes» que él considera debe tener una comisión de la verdad: capacidad de reconocimiento, carácter transformativo y sostenimiento en el tiempo de los cambios que posibilitan «pasar de un sistema de polarización reactivo a uno propositivo».
«El reconocimiento para mí se asemeja a una cebolla. En la medida en que vas quitando capas, vas tocando el sentido más hondo y produce fuertes lágrimas», ha señalado para mostrar su preocupación porque «a menudo, las comisiones de la verdad se han enfocado en hechos y responsabilidades, centrándose en una mirada legalista y quitando lo humano para que no nos moleste».
Atribuye la evolución que se ha dado en el sentido de las comisiones al «empuje de la experiencia de lo vivido» y a que las personas afectadas por violaciones de derechos humanos «no son invisibles». Esa visibilización y «escucha profunda» ha propiciado que este tipo de entidades y los informes que generan no «sea simplemente leer hechos».
«El gran impacto de la Comisión de la Verdad de Colombia con respecto a otras es su capacidad de inclinar el oído de corazón, de rehumanizar lo que había sido completamente deshumanizado. Otra gran diferencia son los encuentros y esfuerzos de convivencia que ha propiciado esta Comisión, la integración entre verdad y reconocimiento, porque no hay construcción de paz sin reconocimiento», ha precisado.
Por su parte, el sociólogo, docente, mediador internacional y director del Programa de Búsqueda de la Verdad Think Peace, Eduardo González, ha repasado la evolución de las comisiones de la verdad en las últimas cuatro décadas, desde la creación de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep) de Argentina el 15 de diciembre de 1983, en la primera semana del Gobierno de Raúl Alfonsín, hasta la fecha.
«La Conadep surge de la necesidad de saber qué ha pasado y se anticipa que la justicia penal puede ser lenta o no llegar, se plantea como alternativa a algo que se sabe que no va a ocurrir. Su mandato era investigar la desaparición forzada ocurrida entre 1976 y 1983, sin incluir por ejemplo la tortura y el exilio. El informe tiene 300 páginas y 2 de recomendaciones. La Chile –ha recordado– nació con el mandato de investigar todas las violaciones que acabaron en muerte, pero qué pasaba si te torturaron pero no te mataron».
«Estas primeras comisiones fueron muy limitadas en sus funciones y marco. La Conadep se desarrolló durante nueve meses, los comisionados recibían los testimonios en una pequeña oficina con máquinas de escribir en unas condiciones que a día de hoy calificaríamos de heroícas. La Guatemala en 1997 habla de violaciones de derechos humanos y hechos que causaron sufrimiento en el pueblo guatemalteco, cuando la mayoría de personas afectadas fueron las comunidades mayas, por tanto, faltaba esa perspectiva indígena. Las comisiones de la verdad actuales con mucho más amplias y complejas porque el derecho a la verdad es tan importante como el derecho a la justicia; no es un premio consuelo porque no hay una corte penal», ha asegurado.
En este punto, González ha mostrado «cierta preocupación» porque esa complejidad las lleve a ser marcos «legalistas, repletas de abogados. Cuidado de no caer en una ortodoxia que debilita la creatividad».