Beñat Zaldua
Edukien erredakzio burua / jefe de redacción de contenidos

La democracia menguante

Una niña mira a una urna en Roma, en las recientes elecciones italianas.
Una niña mira a una urna en Roma, en las recientes elecciones italianas. (Oliver Weiken | EUROPA PRESS)

Esta semana se ha anunciado a bombo y platillo el acuerdo entre PSOE y Unidas Podemos para el proyecto de Presupuestos Generales del Estado. Un éxito del gobierno de coalición que ahora deberán negociar con sus socios y que se presentó, como a menudo se hace, como «el presupuesto más social de la historia». Respecto a las cuentas de 2022, incluyen un aumento de 26.054 millones de euros en las partidas englobadas en lo que se considera, siempre de forma discutible, como gasto social (¿qué es gasto y qué es inversión?). Tres cuartas partes de ese aumento, sin embargo, corresponde a las pensiones, que aumentan en 19.457 millones.

Jorge Galindo, autor de ‘El muro invisible’, sobre las dificultades de ser joven en el Estado español, destacó rápidamente en las redes sociales que, por contra y por ejemplo, el aumento de la partida para las becas es de solo 390 millones de euros. «Serán los más sociales para algunos, pero no para otros», añadía.

No se trata ahora de criticar la subida de las pensiones en base al IPC, ni de malmeter contra unos presupuestos que merecen análisis más profundos que los que estas líneas ofrecen. No van por ahí los tiros. Me agarro a estas cifras porque ejemplifican muy gráficamente una de las numerosas vías de agua que sufren las menguantes democracias europeas; una amenaza en forma de círculo vicioso que hace del sistema democrático una cosa cada vez más pequeña y menos representativa.

Empecemos. No hay que hacer un derroche de malicia para relacionar la subida de las pensiones –que otros años los pensionistas se ven obligados a exigir con uñas y dientes– con el carácter electoral del curso que acabamos de inaugurar. Municipales y autonómicas en mayo y estatales en el último trimestre. La razón está al abasto de cualquiera: las personas mayores votan más. Ocurre en el Estado español y en toda Europa.

Casi nos puede parecer hasta normal, en cierta medida, que un Gobierno trate de contentar a un sector de mucho peso electoral a las puertas de unos comicios. Podemos incluso juzgarlo de tácticamente inteligente. No hay problema en decirlo, pero hay que ser consciente de lo que esconde esta lógica: los jóvenes son susceptibles de recibir menos atenciones y menos recursos porque su valor electoral es menor a la vista de los partidos. Es decir, porque votan menos.

Y donde se dice jóvenes cabe decir personas migrantes y pobres, así como todo sector social abonado a la abstención. Tras cada elección, en estas páginas se dedica espacio al análisis de la participación por mesas y barrios, para constatar una y otra vez que los ricos votan mucho más que los pobres. Y que la clase media vota también más que las rentas bajas. En mesas situadas en enclaves de rentas altas se supera ampliamente el 80% de participación, mientras que hay colegios electorales de barrios pobres en los que ni siquiera se llega al 40%.

Un círculo vicioso

En esas páginas postelectorales suele desfilar el investigador de la Universidad de Deusto Braulio Gómez, que lleva años analizando el fenómeno y advirtiendo de sus peligros: los deseos, las necesidades y las preferencias de los sectores que menos votan apenas llegan a las agendas de los partidos, lo que impide que se vean recogidos, a la postre, en políticas públicas. A su vez, esta desatención a estos sectores desincentiva la participación y allana el camino a cotas de abstención cada vez más grandes. Para qué votar si no me hacen caso. El resultado es una democracia cada vez más restringida, más clientelar y menos representativa.

Esto, que suele quedar en un análisis postelectoral cada cuatro años, es lo que reflejan ahora descarnadamente los presupuestos presentados esta semana por el Gobierno español. El aumento del gasto social es indiscutible; que sus beneficiarios son principalmente un grupo concreto cuyas preferencias tienen un peso electoral importante, también.

El problema, insistimos, no está en estos presupuestos, sino en el fenómeno que reflejan, que se extiende a toda Europa y que tiene una lectura adicional para una izquierda continental de capa caída. Las victorias de la extrema derecha en países como Italia no ocurren porque el voto de la izquierda se vaya a Meloni, ocurren en mayor medida porque el voto potencial de la izquierda se queda en casa al considerar que votar no va a servir de nada. Por contra, recientes victorias latinoamericanas como la de Petro en Colombia o Boric en Chile han venido de la mano de la movilización de la juventud, las mujeres y otros sectores habitualmente desactivados electoralmente. O se ensanchan los muros de esta menguante democracia representativa o tendremos Melonis para rato.