Xi Jinping puja por eternizarse en el poder en un contexto inusualmente complicado
El líder chino, Xi Jinping, será reelegido por cinco años más al frente del partido, o sea del país, en el congreso que arranca este domingo. La incógnita, además de si se reservarán cargos para rivales internos, reside en interpretar mensajes con los que atisbar que seguirá en el poder más allá.
El XX Congreso del Partido Comunista de China (PCCh), que arranca este domingo en Pekín entre un amplio despliegue policial y medidas draconianas de prevención contra la covid-19, consagrará al menos cinco años más a Xi Jinping en la cúspide del poder de la segunda potencia mundial.
Salvo sorpresa mayúscula, Xi, que llegó al poder en 2012, será reelegido por tercera vez secretario general del PCCh y, por consiguiente y en marzo del año próximo, presidente de China hasta 2027, lo que le convertirá en el dirigente chino más poderoso después del fundador en 1949 de la República Popular China, Mao Zedong.
Es la primera vez, desde la muerte del «Gran Timonel», que se nombrará al líder del partido para un tercer período. Se rompe así la tradición del límite de los dos mandatos, vigente desde 1976 hasta que el propio Xi lo abolió en 2018.
Las flores y las banderas que saludan al XX congreso, muestra de la longevidad del partido en el poder (96,7 millones de militantes) ya que se reúne cada quinquenio, auguran que todo está atado y bien atado. Y es que los máximos dirigentes del PCCh se reunieron en agosto en cónclave en la localidad marítima de Beidahe para preparar el congreso. Fue en esta reunión a puerta cerrada donde las distintas facciones del partido mostraron su respectiva fuerza, dirimieron diferencias y alcanzaron un acuerdo.
Porque, frente a una opinión instalada y promovida en Occidente, en el seno de las altas estructuras del poder hay debate y transacciones. Y hay disputas en torno al poder. Eso sí, siempre secretas.
La mecánica de estos congresos es siempre la misma. Llegados de todas las provincias de China, los 2.296 delegados (esta vez 27% de mujeres) elegidos en asambleas por el partido, se reunen desde hoy a puerta cerrada tras la ceremonia de apertura en el Palacio del Pueblo, inmenso edificio de arquitectura estalinista en la plaza Tiannanmen.
A lo largo de una semana, los delegados elegirán nominalmente a los 200 miembros del Comité Central, una suerte de parlamento del partido.
Este nombrará por su parte al Politburó, compuesto por 25 dirigentes liderados por el secretario general.
Los sinólogos estarán atentos a la tasa de rotación del Comité Central, habitualmente en torno al 60%, ya que podrá dar una idea del alcance de una remodelación de la cúspide del poder por parte de Xi que se da por segura. Asimismo, la composición del Politburó ofrecerá indicaciones sobre los dirigentes que podrían ocupar cargos de alto nivel.
Asimismo, serán renovadas tanto la Comisión Militar Central, que preside Xi y controla al Ejército, como la Comisión Central de Inspección de la Disciplina, que vela contra la corrupción en el partido.
No obstante, el verdadero poder está en manos del Comité Permanente, que agrupa a siete o nueve dirigentes, y cuya composición no será anunciada hasta el día después de la clausura del congreso, prevista alrededor del 23 o 24 de octubre.
Se da por sentado que, al contrario que Xi, varios de los dirigentes que han estado los últimos 10 años a su vera en la cúspide del poder no renovarán. Será el caso de los más veteranos del Politburó y del primer ministro, Li Keqiang, oficialmente segundo en el escalafón del Gobierno chino.
La única duda reside en el lugar que se reservará en los órganos de poder realmente decisivos a la facción, a la que pertenecía el propio Keqiang, del expresidente Hu Jintao (2002-2012), considerada reformista y proveniente de la Liga de la Juventud Comunista.
Hu, máximo representante de la llamada Cuarta Generación –tras Mao, Deng Xiaoping y Jiang Zemin– fue el primer líder del partido sin credenciales –ni ascendientes– revolucionarios significativas. Su ascenso a la Presidencia representó la transición del liderazgo comunista de China hacia tecnócratas más jóvenes y pragmáticos.
No es el caso de Xi, «príncipe rojo» en cuanto que hijo de uno de los más estrechos compañeros de revolución de Mao desde los años cuarenta, Xi Zhongxun. Su vástago y actual líder de China ha instalado ya a aliados en puestos claves, como el nuevo ministro de Seguridad Pública, Wang Xiaohong, y ha mantenido en su puesto a Li Qiang, jefe del partido en Shanghai, pese a su caótica gestión del confinamiento de la megaurbe en primavera.
Dando por descontado que Xi se rodeará principalmente de los suyos para los próximos cinco años, y sin saber cómo ha transcurrido el cónclave «comunista» previo al congreso, no es para nada elucubrar colegir que no corren los mejores tiempos para un líder que, en cuestiones de culto a la personalidad y de planes para seguir en el poder, es comparado más con Mao que con sus inmediatos predecesores.
China, donde surgió a principios de 2020 la pandemia, se ha replegado en sí misma con una estricta política de cero covid, con el tráfico aéreo al mínimo, cuarentenas obligatorias y confinamientos. Ello ha irritado a parte de la población, y a medios empresariales, decepcionados al ver cómo se sacrifica el crecimiento económico en el altar de las restricciones sanitarias.
Con todo, y siendo evidente que China hace tiempo que dejó de crecer a ritmo de dos dígitos anuales, conviene matizar los análisis catastrofistas.
Y no solo porque el decenio en el poder de Xi ha sido económicamente bastante aceptable: crecimiento medio del 6%, erradicación total de la pobreza absoluta, inversión en infraestructuras modernas (ferrocarriles, aeropuertos, autopistas...) e incremento de la productividad.
Es cierto que su economía se ha ralentizado este último año, pero aún así, y con unas perspectivas mundiales poco menos que aterradoras, el FMI –nada prochino– sitúa la inflación en 2022 y 2023 en el gigante asiático en el 2,2%, lejos de las cifras en buena parte del resto del mundo, y considera apropiado que mantenga una política monetaria relajada, cuando los tipos de interés están disparados en Occidente. El Fondo, con sede en Nueva York, rebaja las previsiones de crecimiento a un 3,2% este año y a un 4,4% en 2023, inusualmente bajas para China, pero que para sí quisieran muchas economías.
Con todo, el índice de crecimiento económico es el más bajo en los últimos 30 años, el parón de golpe en la frenética construcción inmobiliaria ha provocado una preocupante burbuja y el paro acosa cada vez más, sobre todo a los jóvenes cualificados.
En un interesantísimo artículo de la edición de octubre de ‘Le Monde Diplomatique’, el sociólogo Jean Louis Rocca apunta a una grave crisis de la numerosa clase media china –diagnosticada hace años en Occidente–.
Una clase media cuyo ascenso social, sobre todo el de la juventud, se ve comprometido por una espiral de gastos y deudas que hace que los jovenes descubran que el estatus que tanto sacrificio y trabajo les costó a sus padres no es algo inmutable. Es más, puede retroceder.
La ruptura, que se comienza a atisbar, de ese «contrato social», que consistió en la promesa de un progreso económico y social a cambio de la sumisión al liderazgo del PCCh puede tener, a futuro, consecuencias impredecibles.
Tampoco pintan muy tranquilas las aguas para China en cuestiones de ámbito político e internacional.
Xi, mucho más proactivo que sus antecesores en lo que considera la reunificación pendiente de China, ha socavado totalmente las veleidades autonomistas de Hong Kong, lo que ha tenido el efecto de cierre en banda de Taiwán, con la que la tensión es creciente.
EEUU atiza el avispero y, además de apadrinar a Taipei, promueve la creación de frentes de freno a Pekín con aliados recelosos del creciente ascendiente regional chino, como Australia, Japón e India.
Hay quien ve en la reacción antioccidental de China un presagio de la vuelta del aislamiento, un fantasma que siempre ha sobrevolado los debates en el autodenominado «Imperio del Centro».
No obstante, todo apunta a que Xi y su partido han decidido concentrar sus esfuerzos económicos y geopolíticos en Asia. Tanto hacia el Pacífico (acuerdo de libre comercio RCEP con la Asean, que engloba a Australia, Corea del Sur, Japón y Nueva Zelanda), como hacia Asia Central (Grupo de Shanghai).
En esta dirección se inscribe el acercamiento a Rusia –más valdría hablar del giro de Rusia hacia China–.
Y es que la deriva de la invasión de Ucrania y el enfrentamiento EEUU-Occidente versus Rusia está dificultando los planes de China de potenciar un mundo bipolar con creciente peso del «Reino del Medio». Este mantiene un difícil equilibrio entre su necesidad de mantener nexos con Occidente y su preocupación porque la Rusia de Putin acabe completamente escaldada.
Escenarios, económico y político, complicados y que dificultan prever si Xi se tendrá que conformar con otros cinco años o puede seguir aspirando a eternizarse en el poder, lo que se podría colegir no solo del culto a su personalidad, sino de la promoción de su pensamiento por parte del PCCh, que le situa ya a la altura del «Pequeño Timonel» (Deng) y no lejos de Mao.
Eso sí, todo apunta a que, por si acaso, Xi se encargará de no promover al selecto Comité Permanente a nadie que le pueda hacer sombra como posible sucesor en 2027.