Un mundo superpoblado de personas y de contradicciones
Europa, cada vez más envejecida, y muy a su pesar cada vez más irrelevante, y África, que pugna por acompasar crecimiento demográfico y económico, son dos caras enfrentadas en el retrato de un planeta donde comparten viaje 8.000 millones de personas.
La Tierra va a albergar la nada desdeñable cifra de 8.000 millones de personas a partir del 15 de noviembre, según el informe de la ONU ‘Perspectivas de la Población Mundial’. Se trata, claro, de una estimación, no todos estamos censados, pero en números redondos esa es la cantidad de seres humanos que batallamos con nuestros quehaceres diarios en este planeta.
No somos pocos. Al contrario, el número de habitantes casi se ha duplicado desde principios de los años 80 –se ha triplicado desde los años 50–, y no son pocas las voces que alertan de que en un planeta con recursos finitos esto empieza a ser insostenible. Hace unos días, la directora ejecutiva del Fondo de Población de las Naciones Unidas, Natalia Kanem, pidió evitar cualquier tipo de «alarmismo demográfico», pero a nadie se le escapa que los retos son grandes, con la inequidad en la distribución de la renta, los fenómenos migratorios y la crisis climática y medioambiental como algunos de sus exponentes, casi siempre interrelacionados.
Ocurre que ese dibujo general esconde realidades distintas, con áreas donde la población aumenta a gran ritmo, que lindan con territorios donde los habitantes son cada vez menos y cada vez más viejos. De modo que cuando hablamos de crisis demográfica hay que explicar a qué nos referimos; no es igual África que Europa, como son diferentes la India y Japón.
Si nos fijamos en la letra pequeña, aunque la población mundial lleva tiempo aumentando ininterrumpidamente, lo cierto es que ahora lo está haciendo a su ritmo más lento desde 1950, por debajo del 1% en 2020. Esto se debe a que la fecundidad ha disminuido notablemente en las últimas décadas en muchos países, y de hecho, en la actualidad, dos tercios de la población mundial vive en un país donde la fecundidad es inferior a 2,1 nacimientos por mujer, cifra aproximada para mantener el nivel de población.
La ONU prevé que la población de 61 países disminuirá en un 1% o más entre 2022 y 2050, debido a sus niveles persistentemente bajos de fecundidad y en algunos casos a su alta tasa de emigración. Pese a ello, las proyecciones sugieren que el número de habitantes del planeta podría llegar a los 8.500 millones en 2030 y a 9.700 millones en 2050, para alcanzar un pico de alrededor de 10.400 millones durante la década de 2080 y permanecer en torno a ese nivel hasta 2100.
Un continente joven
África va a protagonizar sin duda el principal crecimiento poblacional. En concreto, en el África Subsahariana se prevé que la población se duplique para 2050. En estos momentos la cantidad de personas en edad de trabajar (entre 25 y 64 años) está creciendo a un ritmo más rápido que el de cualquier otro grupo etario, y esto tiene un componente positivo, pues brinda una oportunidad de desarrollo económico acelerado. Pero para ello, advierte la ONU, «los países deben invertir más en su capital humano, asegurando el acceso a la atención de la salud y una educación de calidad en todas las edades, y promoviendo oportunidades de empleo productivo y trabajo decente». Y no está claro que vaya a ocurrir.
Al contrario, cabe el riesgo, avalado por la historia, marcada aún hoy por la explotación colonial, de que la tasa de crecimiento demográfico sea igual o superior a la del crecimiento económico, y eso lastraría el desarrollo global del continente.
África va a protagonizar sin duda el principal crecimiento poblacional
Este crecimiento demográfico se debe sobre todo a dos factores: por un lado, a la reducción de la mortalidad (principalmente infantil) gracias a las campañas de vacunación y reducción de enfermedades infecciosas, así como a una mejor cobertura médica y, por otro lado, a las altas tasas de fecundidad, que si bien están menguando bastante, siguen siendo elevadas. Por término medio, las mujeres africanas tiene actualmente alrededor de 4,7 hijos. Esto varía significativamente desde 2,5 hijos en África meridional a entre 5,5 y 5,8 en África central y occidental. El promedio mundial es de 2,5 hijos por mujer.
La distribución interna de esa población al alza va a ser otro desafío, pues la migración del área rural a la ciudad –urge una renovación agraria profunda– está siendo muy rápida. En África, en torno al 35% de la población es urbana, frente al 3% hace un siglo, pero solo el 20% de esas personas disponen de agua potable y menos de un 10% tiene acceso a una red de alcantarillado. Esa población urbana podría aumentar exponencialmente en las próximas décadas, con el consiguiente aumento de áreas degradadas e insalubres en ciudades que no están preparadas para acoger a tanta gente y que requerirán un desarrollo urbanístico a la altura.
No va a ser una tarea sencilla, y a nadie se le escapa que con un desarrollo económico menos acentuado que el demográfico, los movimientos migratorios van a ser intensos, principalmente dentro del propio continente, pero también hacia afuera, sobre todo desde países del norte y del oeste, y en gran medida hacia Europa.
Envejecido y en retroceso
Porque Europa es la otra cara de la moneda. Las dos orillas del Mediterráneo representan las mayores desigualdades tanto demográficas como en términos de riqueza.
El nuestro es un continente envejecido, la media de edad es de 43 años y sufre un declive poblacional: en 2015, la UE experimentó su primera caída natural de población al registrar más muertes que nacimientos, y 17 de los 20 países con mayor riesgo de contracción demográfica son europeos. Es un dato poco sorprendente teniendo en cuenta que en 2018 –antes por tanto de la pandemia, que ha acentuado esta tendencia– el promedio de nacimientos por mujer fue de 1,55, lejos de los 2,1 necesarios para sostener la estabilidad poblacional. Más cuando la esperanza de vida es de 78,2 años en los hombres y 83,7 años para las mujeres. En Euskal Herria la media de nacimientos está en torno a 1,3, por debajo incluso de la europea.
Las dos orillas del Mediterráneo representan las mayores desigualdades tanto demográficas como en términos de riqueza
Este dibujo demográfico, con las tasas de mayor longevidad y de menor fertilidad del planeta, puede acarrear problemas, empezando por el mercado laboral. Para 2030 la mayoría de los países de la UE aumentará la cifra de trabajadores de más de 50 años al 55% de su mano de obra, y se prevé que para mediados de siglo haya 50 millones de personas menos en edad de trabajar. Eso se puede notar en términos de renta –las cuatro principales economías, Alemania, Estado francés, Italia y Estado español, podrían perder renta per cápita– y peso económico.
Por otra parte, y ligado a esto, la Comisión Europea estima que los gastos sanitarios para atender a las personas de avanzada edad y los asociados a las pensiones representarán el 25% del PIB de la UE en 2040. Conjugar un mercado de trabajo cada vez más reducido y un mayor gasto público va a ser un reto, en cuya resolución jugarán factores como las tasas de productividad y la inmigración, y donde no faltarán movimientos tendentes a reducir derechos sociolaborales, fijar edades de jubilación más altas y reducir pensiones.
Que tengan o no éxito dependerá de la capacidad de movilización de una clase trabajadora que debe revertir la tendencia a la atomización de las últimas décadas. Con 92 millones de personas, el 21,1% de la población, en riesgo de pobreza o exclusión social antes de la llegada de la pandemia –ahora son más– la sociedad europea no puede permitirse más retrocesos.
Además de ser cada vez más viejos y cada vez menos, Europa, en este caso la UE, afronta otros problemas demográficos que el Parlamento Europeo resumió en un informe publicado el año pasado. En el mismo, se habla de la despoblación de ciertas regiones, con declives significativos en el este y el sur de Europa, debido a la combinación de los desplazamientos al norte y el centro continental, especialmente agudizadas tras la crisis de 2008, con las bajas tasas de natalidad. En este sentido, advierte de que «las regiones con una población que se reduce rápidamente se ven afectadas por una grave brecha en la prestación de servicios sociales (sanitarios, culturales), físicos (transporte) y conectividad TIC, educación y oportunidades laborales». «Las regiones despobladas suelen ser áreas rurales con bajos ingresos o postindustriales, sin muchas perspectivas para la población activa», insiste.
Contrastes continentales
Pero el envejecimiento poblacional no es un problema exclusivo de Europa; en Asia hay países que se llevan la palma. Es difícil hacer un retrato más o menos homogéneo del continente asiático, el más grande y el más poblado, pues en él conviven sociedades donde las tasas de fertilidad se mantienen muy elevadas –Laos, Camboya, Afganistán, Arabia Saudí...– con países que viven una importante crisis de natalidad.
Es el caso de Corea del Sur, donde en los años 60 las mujeres tenían de media 6 hijos y hoy tienen la tasa más baja del planeta, con apenas 0,92 nacimientos por mujer. No es un caso único, la mayoría de países de la región del Asia-Pacífico con un nivel de desarrollo similar, como Japón, Singapur, Hong Kong o Taiwán, se encuentran en situaciones similares.
En Japón, con una tasa de 1,36 nacimientos por mujer, el Gobierno espera que los actuales 126 millones de habitantes pasen a 100 a mediados de siglo. Y es que a pesar de las múltiples políticas de Tokio para incentivar las parejas a tener hijos, sobre todo de carácter económico, la tasa se mantiene prácticamente inamovible desde mediados de los años 90.
Según la ONU, en 2050 China tendrá cerca de 440 millones de personas mayores de 60 años
La situación de China difiere algo. La principal potencia regional puso fin hace unos años a la política de hijo único implantada en 1979, cuando la tasa de natalidad era de casi 3 hijos por mujer, lo que aumentaba rápidamente la población en un país de más de 1.000 millones de habitantes. Deng Xiaoping decidió reducir el aumento poblacional para asegurar el impulso económico, pero lo que se concibió como una medida para evitar que nada frenase el crecimiento económico chino se acabó convirtiendo en uno de sus mayores problemas. Su población activa se hace más vieja y el reemplazo generacional no está asegurado.
Según un estudio de Naciones Unidas, en 2050 China tendrá cerca de 440 millones de personas mayores de 60 años.
Un informe del Banco Mundial alertaba hace unos años de que Asia oriental atraviesa una transición demográfica agresiva, «y todos los países en desarrollo de la región están en riesgo de hacerse viejos antes que ricos». Para 2040, Tailandia, Japón o la propia China perderán más del 10% de su población activa, más del 15% en el caso de Corea del Sur.
Por contra, Filipinas, la India y Pakistán tienen tasas de crecimiento muy altas.
La situación también es dispar en América, donde la mayoría de los países con mayor peso demográfico han ralentizado su crecimiento. En el caso de Latinoamérica, eso se traduce en que Brasil, por ejemplo, va a empezar a perder población dentro de dos décadas –se espera que pierda cincuenta millones de habitantes para 2100– y otro tanto ocurrirá en México en los años 60 de este siglo, según un estudio del Instituto de Métricas y Evaluaciones de Salud (IHME) de la Universidad de Washington publicado hace dos años en ‘The Lancet’. La universidad de la capital estadounidense miró a los efectos en casa: «Eso es fundamental en términos económicos y si no lo afrontamos en países tan grandes, particularmente México, que es expulsor de mano de obra a los Estados Unidos, va a generar consecuencias que pueden traer pobreza, carencias y presión sobre el sistema de salud», exponía entonces a la BBC Rafael Lozano, director de Sistemas de Salud en el IHME.
Según estimaciones de la ONU, la población de América Latina y el Caribe, que se ha cuadruplicado entre 1950 y 2022, alcanzará un máximo de 752 millones de habitantes en 2056 y disminuirá hasta alcanzar los 646 millones en 2100. Como ocurre en otras partes del mundo, la clave de este retroceso está en la caída de la tasa de fecundidad, que en este caso se debe al aumento de niveles educativos de las mujeres y el mayor acceso a anticonceptivos.
A día de hoy hay siete países en la región que ya están por debajo de la tasa de reemplazo (2,1 niños), y se espera que casi todos se encuentren en esa situación a mediados de esta década, a excepción de Perú y Bolivia, que tendrán su cambio de tasa de reemplazo después de 2050, según el IHME. Pero además de la natalidad, también entra en juego la migración, y los países que más población perderán por esta causa son Perú, México, El Salvador, República Dominicana y Venezuela.
Al norte del Río Bravo, Estados Unidos, el país más poblado del continente con más de 330 millones de habitantes, aumentó su población en un 7,4% entre 2010 y 2020, el crecimiento más bajo desde la década de 1930, durante la Gran Depresión. Sin embargo, las diferencias entre estados son manifiestas, y mientras Utah ganó un 18,4%, hubo territorios que perdieron habitantes. En términos generales, la población está creciendo más que la media en los estados del sur (10,2%) y oeste (9,2%), y está cayendo rápidamente en el cinturón de óxido (Rust Belt) del norte.
Los países que más población perderán por migración son Perú, México, El Salvador, República Dominicana y Venezuela
Casi un 10% de extrema pobreza
Oceanía tiene algo más de 41 millones de habitantes, y más de la mitad, unos 24 millones, están en Australia, que no dejaría de ser un país de tamaño medio en Europa pese a tener el doble de dimensión que la India. De hecho, Australia es el segundo país con menor densidad de población, solo por detrás de Namibia. Pero el 80% de esa población se distribuye en cinco ciudades –Perth, Adelaida, Melbourne, Sídney y Brisbane–, ya que las condiciones geográficas y climáticas presentes en gran parte del territorio australiano dificultan la creación de asentamientos.
Su escaso peso demográfico hace que Oceanía apenas sea tomado en cuenta en los análisis demográficos globales, pero eso no quiere decir que no ocurran cosas interesantes. La crisis financiera de 2008, por ejemplo, hizo que la inmigración creciera mucho en Australia, donde la población aumentó más de un 10% entre 2007 y 2016. De hecho, después de Luxemburgo y de Suiza, el país austral tiene la mayor proporción de habitantes nacidos en el extranjero: el 28% de la gente es foránea.
De todos modos, es una inmigración selecta, formada en gran parte por trabajadores cualificados, sobre todo de Asia, y en concreto de la India y China. Y es que Australia, donde la población nativa ha sido laminada, tiene una política migratoria muy dura, que incluye centros de internamiento fuera del territorio, donde son confinados los solicitantes de asilo y refugio hasta que sus casos son revisados.
A medio plazo, se espera que los habitantes de Oceanía representen el 6% de un planeta donde la superpoblación y el envejecimiento, ya se ha dicho, son grandes retos, pero no más que la inequidad. Y es que, según la ONU, casi el 10% de la población mundial, 785 millones de personas, muchas de ellas menores de edad, vive por debajo del umbral de pobreza, definida como sobrevivir con menos de 1,90 dólares al día. Y no debemos olvidar que toda esta ensalada de cifras hace referencia a seres humanos; que estamos hablando de ocho mil millones de vidas.