Daniel Galvalizi

Lula vuelve al poder con un país fracturado y debilidad desde el inicio

El líder del PT es el primer brasileño electo para una tercera presidencia pero tendrá un Congreso, un Senado y casi todas las gobernaciones en contra. Bolsonaro acaba mandato mucho más fuerte de lo imaginable hasta hace poco. Queda un Brasil más desigual y polarizado que nunca.

El presidente electo de Brasil, Luiz Inácio Lula Da Silva.
El presidente electo de Brasil, Luiz Inácio Lula Da Silva. (Nelson ALMEIDA | AFP)

«Qase morri! (casi me muero)», comenta un joven de unos 20 años a sus amigos. Eran cinco brasileños en la madrileña plaza de Lavapiés. El que habla tiene una bandera con la cara de Lula en la espalda, otro de ellos una bandera brasileña colgada. Celebraban la derrota de Bolsonaro con una sonrisa de oreja a oreja pero la frase refleja lo que pensaron millones al ver cómo casi pierden el sueño de echar a Jair Bolsonaro del Palácio do Planalto.

Y es que el triunfo de la oposición fue por la mínima. Un exiguo 1,8% en la segunda vuelta impidió cuatro años del político tal vez más escorado a la derecha que haya sido electo democráticamente. Bolsonaro apoya abiertamente la dictadura militar de su país y reniega de las reivindicaciones en su contra, se apoyó en los evangelistas más radicales y quiso devolver poder a los militares.  En lo económico era anti estatista rotundo, en sus comentarios muchas veces racista y antifeminista. Sin embargo, este domingo obtuvo 58,2 millones de votos.

Semanas previas a la primera vuelta de principios de octubre la diferencia entre ambos candidatos era de hasta casi 20 puntos. Bolsonaro comenzó a ascender y se disparó la reacción de los sectores antipetistas.

Si el expresidente ha ganado es gracias a que su coalición fue heterogénea, no en las siglas, que fueron las del tradicional Partido dos Trabalhadores, sino en los apoyos y los acercamientos informales. Los más emblemáticos son los dos respaldos explícitos de sus ex acérrimos rivales: Fernando Henrique Cardoso y José Serra. Ambos del tradicional PSDB (hoy también víctima de la polarización), pidieron el voto a Lula para, palabras más palabras menos, salvar la democracia.

Otro apoyo fue el de Marina Silva, una ecologista socialcristiana que tuvo 22 millones de votos en las generales de 2014 y dura adversaria del PT al que considera corrupto y alejado de la gente de a pie. Ella fue también una activista a favor del ex sindicalista en estos comicios. Otro guiño clave fue el de la candidata del centrista PMDB, Simone Tibet, que no dudó en apoyar a Lula en la segunda vuelta.

De los diez millones de votos que tuvieron otros candidatos en la primera vuelta, Lula solo pudo sumar 2,1 millones.

Las urnas dejan un país partido casi por la mitad y una tendencia que para los demócratas, y sobre todo para la izquierda, tiene que convocar a una urgente reflexión: de los diez millones de votos que tuvieron otros candidatos en la primera vuelta, Lula solo pudo sumar 2,1 millones. Y en nada menos que 248 ciudades, Bolsonaro sorpassó a Lula este domingo con respecto al anterior. El PT despierta una resistencia tan grande en algunos sectores que hasta son capaces de votar a un neofascista para evitar su regreso al poder.

La jornada deja varios récords: es la elección presidencial más pareja de toda la historia, Bolsonaro es el primer presidente en no poder ser reelecto y Lula el primero en serlo para un tercer mandato.

Otro hito triste fue lo ocurrido el domingo por la tarde, con fuerzas policiales y militantes bolsonaristas poniendo trabas al acceso a los centros de votación en algunos sitios del nordeste brasileño, principal fortaleza electoral de Lula.

Como preveían los analistas, Bolsonaro quiso imitar a Trump hasta el final. Hasta el cierre de esta edición no había hecho declaraciones públicas admitiendo la derrota y muchos creen que el ala mas radical de su entorno quiere una judicialización y hacer lo imposible para no entregar el poder, como hizo el estadounidense.

El nordeste y la costa atlántica norte y el occidente amazónico fueron donde Lula consiguió la mayor diferencia. Tuvo una sorpresa: ganó en Minas Gerais, el segundo estado más poblado y más rico. Bolsonaro arrasó al sur del Amazonas (donde disparó la deforestación y la economía es agroindustrial) y le fue muy bien en Rio de Janeiro y en el sur del país.

En la metrópolis de Sao Paulo, de 13 millones de habitantes, ganó Lula, aunque en el estado ganó el ultraderechista.

El Congreso y el Senado que esperan a Lula la oposición será mayoría y seguramente más dura que en sus primeros mandatos. Hábil y experimentado político, el líder del PT tenderá alianzas para aprobar legislación y no es de descartar un gabinete de ministros multipartidario. En la Cámara baja el centrão, como se llama al conglomerado de fuerzas minoritarias de centro y centroderecha, tendrá mayoría absoluta y dividirlos a ellos y sumar apoyos de algunas formaciones será clave para el PT.

El enigma es qué sucederá no tanto con el presidente saliente sino con el bolsonarismo cultural, es decir, ese sector social que apoyó un modelo de gobierno con ínfulas autoritarias y ultraconservadoras, con valores regresivos y excluyentes.

El trumpismo demostró que sigue con vigor aún dos años después. Habrá que ver si el anhelo de Bolsonaro es seguir ese camino.