Reside en Aix-en-Provence, según dice, con una pequeña pensión de jubilación. No se arrepiente de nada. «Lo he tenido todo y ahora no necesito el dinero», asegura Bernard André, un atracador «de los de antes», ante la cámara.
Su aparición en un talk-show, ‘Ça commence aujourd'hui’, ha pasado sin pena ni gloria. Un ladrón jubilado que se jacta de sus peripecias, ya sea para hacerse con un botín millonario, que recuenta en antiguos francos franceses, ya sea para huir de los gendarmes o tratar de evadirse de prisión.
Sin embargo, en la biografía del otrora gran delincuente, apodado ‘Le Baron’ (El Barón), hay un capítulo con implicaciones definitivamente más políticas.
En un momento de la entrevista, André relata su huida del Estado francés y su larga estancia en la Costa del Sol española.
En ese apartado, no se detiene solo en contar con deleite –como en las 315 páginas de su libro de memorias, que lleva por título ‘Le Baron, l'itinéraire d'un voyou gâté (El Barón, itinerario de un bandido mimado’ (‘L'Opportun’, 2015)– sus «grandes golpes», sino más bien en su estatus de «hombre protegido» por sus vínculos con los GAL.
Familia burguesa y preparación militar
Nacido en una familia burguesa de Toulouse (Occitania), este antiguo militar bregado en la Legión Extranjera repasa su larga andadura en la gran delincuencia, definiéndose como «un solitario» que se resistió, después de alguna mala experiencia, a actuar en el seno de una banda organizada.
Sin embargo, en su periplo español sí que se acogió a una red de protección por los favores prestados al terrorismo de Estado. «Tenía un amigo que era miembro de los GAL, y al que ayudé, bueno, yo también era partícipe... y por eso viví durante años en Marbella, donde estaba ultraprotegido, porque, ya sabe, era la época de la lucha contra ETA, y estábamos bajo la protección del Gobierno...», relata André, para volver, enseguida, a los detalles sobre su nivel de vida.
Vivía, según dice, en una vivienda de 150 metros cuadrados en Puerto Banus. Un buen lugar para «robar a gentes que tienen mucho», remacha.
Recuerda luego un incidente que, a priori, podría haberle acarreado graves consecuencias, ya que le llevó primero a la cárcel madrileña de Carabanchel, y de allí a un «alto tribunal» que debía decidir sobre su extradición al Estado francés.
Sin embargo, según su relato, un abogado que defendía «a la gente de los GAL» cruzó unas palabras con el juez y a renglón seguido el magistrado le comunicó que quedaba libre.
«Así eran las cosas», concluye sobre ese breve encuentro con la judicatura española.
Bajo el manto protector de Charles Ferran (Carlos Gaston)
Bertrand André no da nombres ligados a su estancia española, hasta que cita la muerte de su amigo «Ferran».
En la bibliografía de la gran delincuencia francesa aparece con letras destacadas el nombre del amigo de ‘El Barón’. Se trata de Charles Ferran (Carlos Gaston), apodado ‘Le Grand’ (El Grande).
No fue solo el «amigo» de Bernard André, también ejerció de protector para un séquito de delincuentes, como otro bandido de renombre: Abbel Omar, nacido en Argel aunque afincado en Niza y más conocido como ‘Alain David’.
Antes de recalar también en la Costa de Sol en la década de los 80, Abbel Omar fue guardaespaldas de Jacques Chaban-Delmas, ex primer ministro bajo la presidencia de Georges Pompidou. Exalcalde de Burdeos, Chaban Delmas tuvo estrechos lazos con Euskal Herria, hasta el punto de estar enterrado en la localidad labortana de Azkaine.
Marc Fievet, lanzador de alertas, alude a Charles Ferran como «el padrino de Marbella» y se refiere a él como miembro de los GAL, «organización clandestina que reclutaba a sus sicarios en medios de la delincuencia francesa», remarca.
En 1995, a la muerte de Charles Ferran (Carlos Gaston), ‘Chacal’ (sería otro de los apodos de Abel Omar) se habría convertido en su sucesor, aunque, según previene Fievet, «en esos medios no hay un heredero, sino más bien alguien que se hace con el poder».
Para Bernard André, la muerte de su «amigo Ferran» marca definitivamente el cambio de época.
«Me quedé sin protección», explica, para añadir que tras perder a su valedor, llegó la hora de volver a casa. Como ya habían trascurrido más de diez años desde su huida, pudo sacarse los papeles, y regresar al Estado francés.
«No me arrepiento de nada, me he divertido mucho y he llevado una vida extraordinaria», reitera, mientras se despide haciendo gala de su apacible retiro, bajo el sol de Aix, donde vive sin que nadie le inquiete, con la única compañía estable de su perro labrador, disfrutando de pequeños placeres como «tomar un trago» y compartir un rato de conversación con sus «amigos corsos».