Kepa Arbizu, escritor
CRíTICA: ‘TOSTONAZO’

El ‘tostonazo’ de aprender tropezando

Santiago Lorenzo, nacido en Portugalete y afincado en la actualidad en una remota aldea de Segovia, vuelve a poner al servicio de su original y descarada prosa una historia donde satiriza, con eco melancólico, sobre ciertos arquetipos y comportamientos que habitan en nuestro tejido social.

Santiago Lorenzo.
Santiago Lorenzo. (Cecilia Dìaz Betz.)

No creo que exista autor alguno que desdeñe las expectativas generadas entorno a su nombre –cuando son consecuencia del éxito cosechado a través de su obra– por los posibles efectos secundarios que éstas pudieran acarrear. Pese a ello, resulta igual de evidente el difícil trámite que supone mantener el pulso creativo en su punto álgido, el mismo que alcanzó Santiago Lorenzo de la mano de su anterior libro, ‘Los asquerosos’, logrando que ese difícil matrimonio que forman crítica y público confluyera en una más que merecida catarata de halagos.

Portada de ‘Tostonazo’.

De título casi igual de expeditivo, ‘Tostonazo’ (Blackie Books) se presenta como la inevitable reválida a la hora de mantener todos los parabienes conquistados. Aferrado a ese ya distintivo y original estilo narrativo donde el costumbrismo ‘galdosiano’ se viste de habla coloquial cosida con carácter de alta literatura y una irresistible naturaleza adictiva, el portugalujo afincado desde hace años en una pequeña aldea segoviana alejada del caos urbanita realiza otro retrato de afilado colmillo y alma melancólica con el que destapar los andrajos que verdaderamente cubren ciertas conductas humanas.

Dividida en dos partes diferenciadas, pero hiladas bajo un denominador común, el anónimo joven protagonista, siguiendo las pautas habituales adoptadas por el  autor, hallará como consecuencia de su errático devenir, marcado por una predilección hacia la angustia existencial y una coyuntural costumbre beoda, la obtención de un puesto –en el escalafón más bajo– durante el rodaje de una película. Estancia que, de manera algo idílica, es presentada como una inmaculada comunión creativa si no fuera por la perturbadora presencia de un individuo, Sixto, situado en posiciones de mando por cuestiones de linaje, que hará gala de un endiosamiento y altanería casi tan desproporcionado como su propia ineptitud. Una inaguantable especie humana a la que sin embargo la trama profesará esa fascinación que alimentan los eternos perdedores de alta cuna.

Del set de rodaje al paraíso despoblado

Otro traspiés existencial, o laboral, que lo mismo da, de este ‘antihéroe’ será la puerta de acceso a una segunda mitad en la que quedarán al descubierto ciertas debilidades en la construcción del argumento. ‘Castigado’ pero al mismo tiempo liberado del yugo familiar, más conocido como la casa de sus padres, su destierro a Ávila nacerá bajo la encomendación de aliviar la soledad conyugal de su enviudado tío.

Lejos de la imagen de entrañable abuelo abatido, se topará con un hombre agrio, amargado y quejoso ante todos los aspectos que le rodean. Hosca personalidad a la que además sumará una afición desmesurada por la bandera rojigualda, el nacionalcatolicismo y todos los demás ítems del reaccionario estándar. Una fisionomía demasiado caricaturizada, aunque no alejada de muchas realidades, que harán de él un enemigo demasiado fácil de vituperar.

En oposición a esa cara más rancia del despoblamiento peninsular, este eterno candidato a contador de historias audiovisuales encontrará en esas calles semivacías un variopinto grupo de amigos con los que disfrutar de los días cámara en mano. Frente a esa publicidad necrológica de los invisibles páramos castellanos, el libro los convierte en una, de nueva quizás demasiada optimista, suerte de edén donde hallarse a uno mismo con más nitidez que en el ruidoso bullicio de la gran ciudad.

Formalmente, ‘Tostonazo’ deslegitima a su titulo albergando una capacidad insólita para encandilar al lector y de paso apuntalar con consistencia ese particular modo narrativo que caracteriza a Santiago Lorenzo, transformando la aparente facilidad en un ejercicio de complicada naturalidad.

Si esos pilares siguen aguantando robustos el paso de las páginas, más endebles, por tópicos y faltos de  matices, se presentan ciertos registros esenciales en el devenir de la trama. Carencia que no evita destacar las muchas bondades de esta fábula que convierte los escollos en impulsos y asume que muchas veces la forma más exacta de moldear nuestras aspiraciones radica en el descubrimiento de todo aquello que nunca querremos ser.