Puerta hacia un siglo de cárcel, represión y rebeldía en Iruñea
El Instituto de la Memoria ha reconstruido la puerta de la vieja cárcel de Iruñea (1908-2012) para recordar a los represaliados tras el golpe de estado y la dictadura. La prisión fue un icono de la lucha antimilitarista, y, sobre todo, un lugar de castigo que continúa en otra parte.
Parece un pequeño arco del triunfo levantado cerca de los tribunales, aunque para ser tan solo una puerta es bastante grande. Los grandes sillares de los lados muestran, además, que el arco de medio punto estaba inserto en un grueso muro de piedra. Alguien mutiló una de las dovelas para incorporar ahí un telefonillo intercomunicador. Por él hablaban carceleros y presos.
«Les daban la libertad. Tengo los certificados de casi todos los de Larraga. Los he recuperado. El de mi tío también, el del hermano de mi padre. Se llamaba como yo, Jesús Nieto. Tenía 19 años y era sindicalista de la CNT». Tras buscar el papel en una carpeta azul, el familiar de fusilado envía una copia a este medio del comunicado que, en 1978, le entregó Instituciones Penitenciarias lavándose las manos. No es cosa suya, su tío fue oficialmente liberado.
A los de Larraga les hicieron un documento de libertad los días 25 y 26 de octubre de 1936. Dos tandas de diez. Los subieron al camión y los llevaron a un lugar apartado de Ibero, poco más de diez kilómetros de viaje. El tío de Nieto era militante anarquista. Su familiar está seguro de que aquellos hombres de su pueblo tenían «una conciencia de clase de la hostia», de que sabían a quién se llevaban.
Si en algún momento creyeron que los liberaban, la farsa debió caer cuando les hicieron cavar la tumba, arrodillarse, y aprestarse para tiro en la sien. Los 20 no murieron de inmediato. Testigos de Ibero les siguieron oyendo pedir auxilio, desde la lejanía, durante horas aquella noche. Aquellos gritos sirvieron para sus restos en las fosas décadas después.
La cárcel funcionó durante más de un siglo. Contaba con 196 celdas.
La cárcel de Iruñea, levantada en 1907 e inaugurada al año siguiente, fue derribada en 2012 por decisión de Yolanda Barcina, la alcaldesa de la ciudad. Funcionó durante más de un siglo. Contaba con 196 celdas.
Se sabe que 424 de aquellos republicanos tuvieron el mismo fin que Jesús Nieto. En Ibero, en Erreniega, en Etxauri, en Paternain... Existió un falso liberado más, el 425, que salvo la vida. Un joven de Ugar que sobrevivió a la matanza de Valcaldera haciéndose pasar por muerto, tras superar sin heridas letales su fusiliamiento. Escapó campo a través.
«No sé que siento ahora que han vuelto a reconstruir la puerta. No está mal, pero no es para bailar tampoco. Lo que me haría bailar es que tiraran Los Caídos. Lo demás me sabe a poco. La cárcel la tiraron de la noche a la mañana. Nada les importó. La tiraron y a joderse. No querían que se viera», afirma Nieto.
Recuperar un símbolo
Cárceles contemporáneas la de Iruñea, ubicada a 500 metros del centro de la ciudad, se han conservado como puntos de memoria o por su interés arquitectónico. Esta, sin embargo, se vació de presos y demolió en 2012 en cuestión de días y contra la opinión de un importante sector de la población.
Fue tan rápido el derribo que se perdió la pista de los sillares con los que se ha recompuesto la puerta a lo largo del mes de diciembre, tras limpiarlos y prepararlos para mantenerse en pie sin estar unidos a la pared, gracias a una estructura metálica que hace las veces de esqueleto.
Las piedras aparecieron almacenados en la macrocárcel que se levantó a las afueras de la ciudad.
Las piedras aparecieron almacenados en la macrocárcel que se levantó a las afueras de la ciudad y a la que fueron trasladas las personas presas. No eran, sin embargo, las piedras que se pretendía encontrar en un primer momento. La puerta reconstruida es la del propio edificio de la prisión, no la del muro que la rodeaba y que es la que se podía ver desde el exterior.
El material fue cedido por Instituciones Penitenciarias al Instituto Navarro de le Memoria, el ente público que ha recuperado este fragmento de un edificio clave en de la historia de la ciudad.
Los peores años de aquella cárcel fueron los que van del 36 al 40. Se sabe que hubo más de 2.000 personas presas simultáneamente. Tocan a más de diez por celda, con lo que eso implica en cuanto a condiciones de vida para toda aquella gente.
Superada esa etapa militarizada y de exterminio, la de Iruñea fue una más de las cárceles españolas, que sirvió para encerrar presos comunes, en su mayoría, y políticos. Y, en los 90, se convirtió en un icono de la lucha por la insumisión.
«Reconozco la puerta, pero me gustaba más la exterior, porque ponía “cárcel” a secas, sin eufemismos, que es lo que era». Esta es la opinión de Juan Kruz Lakasta, expreso e insumiso.
Fueron 500 los insumisos que acabaron entre rejas por negarse al servicio militar. De ellos, 105 hicieron «el plante», al quedarse encerrados día y noche en régimen penitenciario de segundo grado.
Es por ellos, por los que lucharon y tumbaron la mili, que el solar de la antigua cárcel se llama oficialmente desde 2018 Parque de la Insumisión.
«Que la puerta de la cárcel se levante hoy allí, en el Parque, entiendo que es un símbolo para todos los que dimos con nuestros huesos allá y vimos el autoritarismo del sistema carcelario. Para los antimilitaristas, el nacimiento real de nuestra conciencia anticarcelaria surgió ahí», subraya Lakasta.
De los 90 fueron también las batallas por poner la calefacción al edificio, por sacar adelante los primeros programas de intercambio de jeringuillas, así como el fortalecimiento de las redes de apoyo a presos como Salhaketa, o a los enfermos de VIH, como Sare.
Sotero Etxandi, expreso vasco, tiene una perspectiva diferente. Llegó en 1999 y permaneció unos tres años. «Recuerdo que un compañero que tuve en esa cárcel, al que acercó Aznar cuando hablaba del MLNV, que decía que parecía “una escuela” comparada con otras. Desde luego, era mucho menos dura que otras cárceles por las que nos hicieron pasar, como Herrera o Puerto», asegura.
Más allá de los rigores de la disciplina de cada cárcel, Etxandi remarca que todos los presos vascos preferían estar recluidos en la prisión de Iruñea que en cuaquier otro lugar. «Para los que estuvimos allá dentro –ejemplifica–, poner la radio y sintonizar Euskal Herria Irratia o Eguzki Irratia o encender la tele y tener la ETB entre los canales suponía mucho».
Y, sobre todo, está el asunto de los familiares, de los grandes viajes a causa la dispersión. «En esa cárcel me sentí más en casa. Para la familia no es lo mismo. En un momento, vienen a visitarte porque están cerca. Olvidas de las horas de coche por las que tienen que pasar. Quien se queda dentro mientras la familia viaja, ya no pasa por la angustia de aguardar la llamada para comprobar que han llegado, que están bien».
No destruida, trasladada
La antigua cárcel no se cerró a causa de ninguna victoria social. No desapareció, sino que se trasladó, por vieja, por obsoleta y, probablemente también, por estar demasiado a la vista. Hoy sigue habiendo una cárcel en la capital navarra. Más moderna, más grande, más alejada y, por lo tanto, más discreta.
Libertad Francés, de Salhaketa, aprueba con cierta frialdad que la puerta vuelva a levantarse. «La mayoría de los presos en esa prisión que no reunía condiciones fueron personas normales y corrientes. No desapareció, la movieron».
«El reconocimiento de esa mayoría de personas que pasó por allí, que vivió los mismos horrores, sigue faltando», sostiene Salhaketa.
«Para nosotras, que la gente visite la puerta y encuentre reconocimiento no puede ser sino positivo. Son otras luchas, son legítimas. Sin embargo, el reconocimiento de esa mayoría de personas que pasó por allí, que vivió los mismos horrores, sigue faltando», insiste
A día de hoy, la población reclusa en Iruñea, pese a que no todo el centro estáen uso, se ha incrementado en un 50%. La macrocárcel tiene tres módulos abiertos, más el de Ingresos y el de Enfermería. De entre todas estas personas, hay una veintena de mujeres. El cambio de la vieja cárcel a la nueva no supuso gran mejoría en la calidad de vida de la población, según Francés. La culpa de ello, el director que pilotó el cambio: Enrique Soto. Lo relevaron en julio del año pasado.