Tres piedras en Larraga para contar la masacre del circo Anastasini
Las ejecuciones del gran circo que plantó su carpa en Lodosa el mismo día en que Mola daba el golpe de estado serán recordadas en el Parque de la Memoria de Larraga. Menos de la mitad de la troupe del circo Anastasini sobrevivió a las matanzas. Los falangistas enterraron su crimen en dos fosas.
El Parque de la Memoria de Larraga tiene tres nuevas rocas grabadas. Pesan 23 toneladas y acompañan desde hace solo unos días a una cuarta, la que se levantó en 2012 en memoria de Maravillas Lamberto, la adolescente que en Nafarroa pone rostro a todas las víctimas del terror desatado en 1936. Estas tres piedras forman un monolito en honor a unos artistas circenses ejecutados solo unos días después del golpe de estado La roca plana más grande sirve de base para los dos menhires. Enterrado bajo ellas hay un cuaderno con las averiguaciones de Jesús Nieto sobre la historia del circo Anastasini. «No me llames más Jesús. Así me conocerá nadie. Llámame Eme, que por ese nombre me conocen todos».
Eme no necesita más ese cuaderno. Guarda toda la historia en la cabeza y comienza a relatarla de pie apoyado en la piedra de Maravillas cazando un tenue rayo de sol con la mirada perdida en la niebla. Hace un frío terrible. «Enciende la grabadora, que si no no vas a pillar todo».
Empieza su relato en 2012, cuando seguía la pista de otra fosa común –Eme participó de joven de las exhumaciones tempranas de finales de los 70, buscando a los 46 desaparecidos de Larraga– en un término llamado San Gil. Varios cadáveres asomaron ahí en 1948. Los vio un niño de 12 años llamado Eliseo Larrañegui cuando buscaba nidos con los que matar el hambre. No eran aún huesos mondos, sino que conservaban trozos de cuero y cabelleras. Recordaba Eliseo, ya de anciano, cabezas grandes y otras más pequeñas. Una docena o más. Cuando la tierra es dura, los falangistas no cavaban demasiado hondo para esconder los cadáveres. Bastaba un brabán, un arado sencillo, para desenterrarlos. Por eso los vio Eliseo.
Recordaba Eliseo, ya de anciano, cabezas grandes y otras más pequeñas.
A diferencia de las otras fosas de Nafarroa, donde ocultaron los cadáveres de más de 3.500 personas, aquellos cadáveres que vio Eliseo no tenían cerca familiares que los buscaran. «Su padre le dijo que eran del Circo de Lodosa. Supusimos que aquel circo sería una familia de húngaros que se movería una carreta. Húngaros les decíamos a todos los del circo, fueran de donde fueran. Vete a saber», sigue Eme.
A aquellas personas las ejecutaron el 25 de julio, o una fecha muy cercana, junto a un corral. Los oyeron matar un padre y un hijo, que se escondieron para no ser los siguientes en ir al paredón, pues el padre también era de izquierdas y libró por sus parientes, que estaban en el otro bando. La prohibición de salir al campo sin permiso, para evitar testigos como aquellos, se estableció unos días después.
La siguiente pista estaba en Lodosa. ¿Alguien recordaría una familia nómada tanto tiempo después? ¿Habrían solicitado algún permiso municipal? Repasando fechas cercanas a la ejecución en el archivo municipal de esa localidad de 5.000 habitantes, aparece el primer documento que confirmaba la presencia de un espectáculo así en Lodosa. Se trata de un parte de nacimiento del día 18 de julio de 1936, el mismo en que Mola, en Iruñea, lanza el golpe de estado y detona la Guerra Civil. Los padres de aquel niño figuraban como artistas de circo.
La revelación de aquel documento –que confirmaba las tesis Eme y sus compañeros de investigación: María José Sagasti y Javier Ayape– fue eclipsada ese mismo día cuando apareció en el ayuntamiento Antolín Martínez, un vecino de Lodosa en el Ayuntamiento de más de 80 años. «Yo me acuerdo de aquel circo –les cuenta–. Llevaban un elefante».
El relato de Antolín coloca ya la historia en su momento inicial, de vuelta en el mismo día en que empieza la guerra. Acaba de llegar a Lodosa un gran circo, con el elefante, con caballos, con su gran carpa circular. Los feriantes lo instalarán en «la Plazuela», justo donde se encontraba el cuartel de la Guardia Civil.
Se dice que en Nafarroa no hubo frente de guerra, cosa que es bien cierta, pero que precisamente en Lodosa tiene algún matiz. En aquella zona (en Lodosa, en Mendavia, muy en la muga con La Rioja) hubo algunos anarquistas que plantaron cara con escopetas de caza.
Ahora resulta que una gran carpa del circo se interpone, justamente, entre ese cuartel y las cuevas de un cortado adonde se habían subido los anarquistas a defender, no ya la República, sino sus propias vidas, en vistas al horror que falangistas y carlistas estaban desatando por todos los pueblos de alrededor.
Otro vecino de Lodosa, José Díaz, que vivía en la misma Plazuela, recuerda haber asistido a la única función de aquel circo. Era pobre, le invitaron. Le fascinaron los payasos y la joven que hacía cabriolas sobre los caballos, poniéndose de pie mientras daban vueltas a la pista. «14 años tenía la chica», concreta la memoria de Eme, que prosigue con el relato desde el Parque de la Memoria. Esta amazona adolescente aparece tallada de pie sobre el lomo de un caballo en la piedra base del memorial, vestida de bailarina.
Es José, aquel niño que vio la función, quien dará el dato clave para recomponer parte fundamental de la historia. «Me acuerdo hasta del nombre de aquel circo. Se llamaba Circo Anastasini».
Melones para el elefante
Quien mayor recuerdo dejó en Lodosa fue el elefante. Los artistas, los payasos, simplemente desaparecieron. Quedaron los caballos, que acabaron sirviendo para labores del campo. Los vecinos de Lodosa los alquilaban para labrar sus tierras. Con la lona de la carpa abandonada, hicieron sacos.
Dar una salida al elefante era más complejo. Uno de los integrantes del circo –negro, menor de edad, unos 13 años– era su cuidador y se quedó solo con el paquidermo algunas semanas más en Lodosa. Los niños del pueblo llevaban melones algo pasados para calmar el hambre del animal. El cuidador les impresionó por lo bien que nadaba y por su osadía. Se atrevía a tirarse al Ebro desde el puente. Cuidador y elefante también desaparecieron.
Los niños y, sobre todo, el nombre del circo permitieron completar la fotografía y rastrear algo de su historia previa y de la posterior, pues aunque todo apunta a que los falangistas mataron a buena parte de ellos, incluido a niños, parte de la troupe sobrevivió. Eran más de 50 y en la fosa de Larraga Eliseo vio «solo» 13 o 14 cadáveres. Se sabe, por recortes de prensa, que el espectáculo había visitado las localidades de Arnedo y Calahorra, y que en la compañía iban, al menos, 50.
Se sabe que el espectáculo había visitado Arnedo y Calahorra, y que en la compañía iban, al menos, 50 artistas.
El circo Anastasini tomaba el nombre de su director: Aristide Anastasini. Su hija era la amazona de la piedra, Giovanna. Ambos sobrevivieron y lograron llevarse tres o cuatro de los mejores caballos.
Los artistas supervivientes fueron forzados a seguir actuando, pero ahora para la Falange. Hay fotos de aquellos desgraciados actuando para cientos de soldados y alguna mención en prensa. Aunque, de momento, ningún testimonio. Por desgracia,la investigación que partió de la fosa de Larraga en 2012 llegó demasiado tarde para Giovanna Anastasini, que falleció en Huelva de bronquitis.
Además de las disciplinas circenses, como payasos (los afamados Carpí) o equilibristas, se sabe que llevaban consigo músicos. El bebé nacido en Lodosa y cuyo parte de nacimiento confirmó documentalmente la presencia en la localidad del circo fue también músico. Murió en Murcia en un accidente con treinta y pocos años.
En paralelo, la investigación dio un giro, y apuntó hacia Mendavia, a 12 kilómetros de Lodosa Ebro arriba. En 1979, bajo una higuera, se abrió otra fosa en una exhumación temprana. Así se conoce a la recuperación de los cuerpos en cunetas protagonizada por los familiares que, tras 40 años quietos por miedo, se organizaron a la muerte de franco para dar una sepultura digna a los suyos.
En Mendavia, en la conocida como fosa de La Caballera, quedaba el recuerdo de que estaban «los del circo». Ahí aparecieron 27 cuerpos, parte de los cuales, si no todos, del circo y que se suman a los de la fosa de Larraga. Un detalle macabro confirmaría la vinculación: calaveras muy pequeñas. Aquella gente desenterró decenas de cuerpos, pero a los que estuvieron en La Caballera les marcaron aquellos huesos diminutos. ¿Niños? ¿Enanos?
Las piedras de Zurbau
La higuera plantada a escondidas para que el preciso lugar de la fosa de La Caballera no se olvidara constituye el elemento principal del menhir derecho. Entre ambas rocas, una plancha de metal oxidado con la figura de una carpa. Como pieza exenta, otro panel de hierro resume la historia del circo.
La instalación ha corrido a cuenta de miembros de la asociación Maravillas Lamberto y del colectivo Zurbau, que ha colocado otra docena de piedras de la memoria en otros puntos de Nafarroa, como la fosa de las Tres Cruces de Ibero, Oltza, Erreniega, Azkoien o Tafalla.
Otro republicano de Larraga, harto de que los arados los removieran, llevó los restos a un lugar secreto en un cofre de hierro.
Las tres rocas son un punto y seguido en la historia. El paradero de los huesos que encontró Eliseo se desconoce, pues otro republicano de Larraga, harto de que los arados los removieran, los inhumó en otro sitio en un cofre de hierro. Se tienen pistas, no certezas, de dónde puede estar. Su búsqueda no ha cesado.
Y, lo más fascinante, para el final. Los memorialistas navarros han entablado conversación con el propio circo Anastasini, que continúa funcionando en EEUU. Ya ha habido un primer encuentro con Renato Anastasini, el patriarca al otro lado del mar, aprovechando que se desplazó a Italia para ver a Orlanda, su hermana. No recuerda nada, pues tenía tres años, pero estuvo ahí, en Lodosa, cuando todo pasó. Eme habló con él. «Cogimos una furgoneta hasta Barcelona, luego un avión. Hasta Udine. Queríamos nombres y nombres no nos pudo dar. Nos contó que solo sabía lo que le contó su padre. Aristide decía que había visto otras guerras, que vivió la Primera Guerra Mundial, pero que nunca lo pasó tan mal como en Lodosa».