«El cine reúne todo lo que me gusta: música, fotografía, interpretación, escenografía, colores... el cine es el arte total», dijo Carlos Saura en el escenario del Teatro Arriaga en noviembre de 2012, cuando recibió el Mikeldi de Honor en reconocimiento a su filmografía en la ceremonia inaugural del Festival Internacional de Cine Documental y Cortometraje de Bilbo, Zinebi. Una declaración de intenciones que, precisamente, permite también perfilar un retrato de este cineasta: un hombre marcado por la guerra del 36 y el franquismo, curioso y de longeva carrera. Muy, muy larga.
Algunos detalles: aquel 2012 se preparaba para rodar en Euskal Herria ‘Guernica, 33 días’, con la que pretendía contar los frenéticos treinta y tres días de 1937 que Pablo Picasso utilizó para pintar el ‘Guernica’, pero es que Zinebi lo conocía desde hacía mucho. De hecho, participó en la primera edición de Zinebi, en 1958, con su mediometraje ‘Cuenca’, a la postre ganador de la medalla de plata, y fue también jurado en los años 1960 y 1961.
En Zinemaldia, Carlos Saura estrenó gran parte de su trabajos. En 1979, ‘Mamá cumple cien años’ ganó el Premio Especial del Jurado en Donostia y luego fue nominada al Óscar; ‘Carmen’ (1991, fuera de concurso), ‘Taxi’ (1996) y ‘Buñuel y la mesa del rey Salomón’ (2001) participaron en la Sección Oficial y en 2007 recibió la Concha de Oro honorífica tras la proyección de su film ‘Fados’ en Zabaltegi-Perlak.
En la edición de la pandemia, en 2021, se anunciaba que concurriría con el cortometraje inaugural ‘Rosa Rosae. La Guerra Civil’.
Actividad febril
Le hubiera gustado nacer en el Renacimiento y poder relacionarse con genios como Da Vinci o Caravaggio, como él mismo reconoció alguna vez, pero su vida atravesó uno de los periodos más convulsos de la historia del Estado español, de bombardeos durante su niñez en Huesca, Madrid, Valencia o Barcelona, que evoca en su cine, y de la represión y el cainismo que marcó a la sociedad de su época.
Demostró durante toda su vida una actividad febril que no cesó en ningún momento, con una carpeta aún repleta de proyectos, que mostraba su actitud ante una vida que resumió así en una entrevista: «Cada día que sale el sol digo, ‘Coño, estoy vivo todavía’».
Tras abandonar los estudios de Ingeniería Industrial que había comenzado, Saura ingresó en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas de Madrid, donde se diplomó y comenzó a gestar su primera producción, ‘Los golfos‘ (1960), una crónica de la deriva de un grupo de jóvenes filmada al estilo de un documental y marcada por el neorrealismo italiano.
Las heridas de la guerra y la música
Sin embargo, fue ‘La caza’, producida en 1965 por Elías Querejeta, la que le llevó a obtener el prestigio internacional, con una historia cruel que analizaba en tono alegórico las heridas causadas por la guerra del 36 a través de las relaciones que se dan entre varios personajes durante una partida de caza y que le reportó el premio a la mejor dirección en el Festival de Berlín. Al año siguiente consiguió el Oso de Plata a la mejor dirección por ‘Peppermint frappé’.
Desde entonces, el joven Carlos Saura inició, de la mano de Querejeta, una serie de producciones que indagan sobre los efectos de la represión franquista: ‘La madriguera’ (1969), ‘El jardín de las delicias’ (1970), ‘Ana y los lobos’ (1972) y, en mayor medida, ‘La prima Angélica’ (1973), una película cuyas imágenes simbólicas indignaron a los sectores más reaccionarios de la sociedad española.
‘Cría cuervos’ (1976) obtuvo el Gran Premio del Jurado en Cannes. En 1981 volvió a ganar el Oso de Oro en Berlín con ‘Deprisa, deprisa’. En 1990 ‘¡Ay, Carmela!’ consiguió trece premios Goya.
Y llegó Gades
También dedicó parte de su obra a la danza. Su primera experiencia con el musical fue ‘Bodas de sangre’ (1981), con Antonio Gades, a la que siguieron ‘Carmen’ (1983) y ‘El amor brujo’, una trilogía de imágenes fascinantes en la que consigue desarrollar un género musical genuino, alejado de los clichés de los musicales europeos y norteamericanos.
En el ínterin hacia su otra serie de musicales, el cineasta rodó ‘El Dorado’ (1987), un ambicioso film sobre la figura de Lope de Aguirre; ‘La noche oscura’ (1989), que evoca la prisión sufrida por San Juan de la Cruz; y ‘Ay, Carmela’, una de sus producciones más populares, que escribió junto a Rafael Azcona a partir de una obra teatral de José Sanchís Sinisterra.
A partir de 1991, Saura continuó con su reflexión sobre la imbricación del sonido y la música con ‘Sevillanas’ (1991), ‘Flamenco’ (1994) y ‘Tango’ (1997), producciones a las que sumaría ‘Goya en Burdeos’ (1999), una evocación de los últimos años del pintor aragonés; y ‘Buñuel y la mesa del rey Salomón’ (2001), homenaje a quien consideraba uno de sus maestros en el cine.
El realizador aragonés volvió al musical en 2002 con el drama ‘Salomé’, a la que seguirían ‘Iberia’ en 2005, un homenaje a Isaac Albéniz, y ‘Fados‘’(2007), una producción en la que ahonda en la luz como elemento dramático y donde el mobiliario y la decoración se reduce cada vez más.
Tras el análisis de la España profunda que se plasma en ‘El séptimo día’ (2004), basada en un crimen real que dramatizó junto al novelista Ray Loriga, Saura filmó ‘Io, Don Giovanni‘’ (2009), en la que se sirve de la genial ópera de Mozart para ahondar en la figura de quien fue su libretista en esta y otras dos obras, Jacopo da Ponte.
A pesar de rondar su edad ya los ochenta años, Carlos Saura continuó una incesante actividad tanto como cineasta como fotógrafo, guionista, novelista y escenógrafo para teatros de ópera.
A partir de estos años, el realizador se vinculó con proyectos promovidos en Aragón, como el rodaje del documental ‘Sinfonía de Aragón’, hecho con motivo de la Exposición Internacional, y ‘Jota’ (2016), un musical sobre esta música del folclore aragonés en el que participó, entre otros, el coreógrafo y bailarín Miguel Ángel Berna.
Su última producción aragonesa es el cortometraje ‘Francisco de Goya, los Fusilamientos del 3 de mayo’ (2021), una recreación del conocido cuadro del pintor universal.
Su actitud vital que en sus últimos momentos mostraba, sin embargo, pesimismo con la humanidad y un temor a que pudiera repetirse un nuevo conflicto civil derivado del clima de violencia y conflicto que percibía en la sociedad. «Faltan todavía muchas películas sobre la guerra civil, un tema tabú en la política actual que nadie quiere abordar», confesó a un periodista en la última etapa de su vida para preguntarse si la sociedad había superado ya el trauma del conflicto.