Los convulsos siglos XIX y XX ponen el broche a ‘Historia Ilustrada de Euskal Herria’
Con los convulsos siglos XIX y XX, finaliza el repaso a la historia de los vascos de ‘Historia Ilustrada de Euskal Herria’, que en su cuarto tomo abarca el período entre las guerras carlistas y la lucha contra el franquismo, aunque no falta la guerra sucia e incluso aparece la Mano de Irulegi.
Con un repaso a los convulsos siglos XIX y XX, finaliza el viaje por el tiempo de ‘Historia Ilustrada de Euskal Herria’, que recientemente ha publicado su cuarto tomo. En esta ocasión, Joseba Asiron, con los textos, y Martintxo Altzueta, a través de las ilustraciones, se adentran en los acontecimientos y personajes más relevantes del pasado más cercano de los vascos.
En sus más de cien páginas, se ofrece la evolución que experimentaron las ciudades vascas en el siglo XIX, tras una vida condicionada por sus murallas, con avances tecnológicos como el tren o el avión. Pero también está muy presente la sucesión de guerras que se libraron en el suelo de Euskal Herria, como las carlistas o la del 36, y cómo le afectaron también las dos guerras mundiales.
Asimismo, no faltan en este tomo los impulsos, retrocesos y recuperación vividos por el euskara, al igual que una referencia especial al papel de la mujer, con protagonistas como la escritora Vicenta Moguel y la particular modelo Rosa Oteiza, o los terribles casos de represión de Maravillas Lamberto o Carmen Oscoz.
En su recta final, se centra en momentos que siguen muy presentes en la actualidad, como las ejecuciones de Txiki y Otaegi, el 3 de marzo de 1976 en Gasteiz, los sanfermines del 78 o la guerra sucia, con especial referencia a Lasa y Zabala.
En conjunto, son dos siglos que el ilustrador Martintxo califica de «convulsos y en los que se producen cambios radicales a nivel político, social, militar... Unos cambios que se aprecian estéticamente, ya que pasamos de unos entornos muy rurales a urbanos reconocibles, con ciudades modernas. Pero, sobre todo, como decía, convulsos, que es la imagen que me ha quedado y que he intentado transmitir a través de los dibujos».
A diferencia de los tomos anteriores, en este cuarto y último, Martintxo contaba con imágenes que poder utilizar como base a la hora de realizar sus ilustraciones, ya que «existe mucha más iconografía al respecto».
De hecho, como señala, «en muchos casos hemos tirado directamente de litografías que existían de ciudades, aunque sabemos que algunas estaban idealizadas y a veces no se correspondían a la visión verdadera. En los siglos XVIII y XIX se tendía a adornar esas imágenes para hacer postales. Lo sabíamos, pero decidimos tomarlas como base y darles un ambiente de realidad».
En este terreno, «hay mucha más información, como, por ejemplo, para hacer el puente colgante de Portugalete. En este caso, buscamos fotos de los antiguos chalets y de una iglesia que existía. En otros, había menos y no hemos podido ser tan precisos». En cualquier caso, ha tratado de «darle nuestro toque, aportando algo».
Papel preponderante de las mujeres
Su relevante presencia pone en evidencia el papel especialmente preponderante de las mujeres en este último tomo y que sigue la línea «de todos estos libros, en los que les hemos querido hacer justicia».
Al respecto, Martintxo señala que «aunque en Euskal Herria la sociedad ha sido bastante matriarcal en muchos aspectos y la mujer ha tenido un papel más importante que en otras sociedades, tampoco nos hemos librado del patriarcado. Aun y todo, teníamos que hacer justicia, porque la mayor parte de los dibujos eran protagonizados por hombres y la mujer la teníamos relegada al papel histórico que, por desgracia, se le ha otorgado. Hemos dado un papel protagonista a la mujer para lo bueno y para lo malo, como ocurre, en este último caso, con Maravillas o Carmen Oscoz».
Las terribles muertes de Maravillas y Oscoz inician un recorrido a episodios especialmente oscuros y recordados de nuestra historia reciente, como los sucesos de Gasteiz en 1976, en Iruñea en 1978 y la guerra sucia. Acontecimientos que, «de alguna manera, me han tocado vivir, aunque fuera un chaval en algunos casos», rememora el ilustrador.
Martintxo reconoce que «tenía un poco de miedo al tocar esos temas, porque no quería caer en el morbo, sobre todo en el caso de Lasa y Zabala. La escena era muy dura y prefería un dibujo en la noche que sugiriese más que se viese, aunque intentando reflejar la situación que padecieron».
De la misma manera, era «consciente de que hay personas que vivieron esos acontecimientos en primera persona que van a ver el libro y he tratado de pensar en eso».
A nivel personal, «dibujar esas situaciones ha sido muy emotivo y muy potente. Estas ilustraciones, las de la Guerra Civil en adelante, son las que más me han llegado de todas las que he dibujado. Son las que me han emocionado de toda la obra al dibujarlas».
Afortunadamente, el destino ha querido que la colección tenga un final especial y esperanzador con el hallazgo de la Mano de Irulegi. Cuando saltó la noticia a mediados de noviembre, «el libro iba a ir a imprenta». Así que decidieron «parar, porque había que hacer algo, había que meterla por el valor simbólico que tiene, aunque todavía está siendo estudiada».
Con el apoyo incondicional del «pobre maquetador, al que reconozco su paciencia, pudimos hacer un texto y meterla con ilustración». Esa imagen contiene «un guiño, ya que en el polvo que levanta la brocha cuando están sacando la pieza de la tierra, salen los cuatro personajes de las portadas de los libros».
Martintxo considera que cerrar este arduo trabajo con la Mano de Irulegi «ha sido un broche de oro, el broche perfecto, porque enlaza el pasado más remoto con el presente más actual. Cierra el ciclo».
El repaso al conjunto de nuestra historia ha sido el gran objetivo de una tarea que se ha prolongado durante una década. Como recuerda el ilustrador, «surgió en 2012, cuando hice la primera ilustración, en la que aparecía un romano haciendo una calzada y que, curiosamente, al final quedó descartada. Era un proyecto que estaba muy verde, ya que no sabíamos muy bien por dónde íbamos a tirar y que entonces se parecía poco a lo que ha terminado siendo».
Una vez alcanzada la meta, llega el momento de echar la vista atrás y Martintxo reconoce que este particular viaje en el tiempo le ha resultado «tremendamente positivo, no solo por todo lo que he conocido de la historia, sino también por el proceso de aprendizaje que me ha supuesto como dibujante. Viendo la primera ilustración y la última, no parecen del mismo autor», reconoce entre risas.
Y después de miles de años de historia reflejados en imágenes, llega la pregunta del millón: ¿cómo sería la ilustración que condensaría toda la obra? Martintxo no duda ni un segundo en responder. «Serían caras, una colección de rostros, de caras de la gente, que es lo que más me ha gustado de todo. He metido a muchos amigos, conocidos, gente que, por desgracia, se ha ido, para reflejar a los protagonistas de la historia, desde los más conocidos, hasta los más anónimos. En esa imagen, no estarían los castillos, los puentes, las construcciones, las máquinas o las batallas, sino el rostro de las personas».